miércoles, 5 de octubre de 2016

TEMPORAL



Era una chica de esas que aprovechaba el tiempo. Vivía atada a horarios: entradas puntuales, horas puntuales nada de minutos de más ni de menos ni esperar ni hacer esperar. Con el reloj rojo y las uñas del mismo color: pulcrísimo rojo y un reloj bien calibrado.
 -Disculpe, pero mi reloj está completamente sincronizado -solía decir- con  la marina. Cada que alguien preguntase: -¿Qué hora es?  Y ella con esos ojos que empezaban a brillar respondía con esa suave vocecita: Catorce y treinta y dos, hora exacta ni un minuto más ni un minuto menos, mientras dejaba escapar una sonrisa mientras sus ojos iban en dirección al reloj para cerciorarse nuevamente de la hora.
Me parecía que le molestaba un poco los recreos, bueno el recreo en sí creo que no pues ¿a quién no le agrado en recreo?  Ella detestaba  el sonido del campanazo, sonido tardío. Siete segundos en el mejor de los casos y ella lo sabía siempre  pues salía murmurando algún número mientras dejaba el salón, el ceño fruncido y la miradita sería y fría e insultaba al portero cada que podía.
-Tipejo haragán, estúpido portero -y así cualquier otro insulto.
Para ella era imperdonable no calcular el momento exacto para tocar la campana y salir tarde del cuartucho que está a 5 minutos del campanario y no perderlos recortando periódicos para cubrir su pared y tapar las grietas y los  ladrillos para luego poder perderse en las letras pequeñas y oscuras, oscuras y grandes y algunas rojas pero en su mayoría negras extendidas sobre el papel periódico hasta que suena la alarma y recién se da cuenta que tiene que tocar la campana y sale corriendo del cuchitril. 
Va odiando también a los maestros que no dicen nada pero se sientan minutos antes a esperar la campana, toman asiento y esperan sin decir nada mientras dejan a los alumnos copiar lo escrito en el pizarrón y maldice al director por no tomar cartas en el asunto y dejar que todos ignoren al tiempo. Molesta salía pero ya luego mientras veía reír al chico que le gustaba se tranquilizaba pues sabía que era tiempo del relajo del liberarse del uniforme y empezar a correr al bajar de las escaleras que daban al patio ignorando a los chicos que se agachaban agazapados para poder ver las bombachas rosas, amarillas, blancas o simplemente rojas.
Tenía la asistencia perfecta: sin faltas, sin tardanzas, sin permisos. Ni cuando sintió que le faltaba la respiración pidió permiso, la maestra comía un sándwich de pollo y no se percató de los pasos temblorosos intentando avanzar dejando atrás dos carpetas y llegar a la ventana, pero no llegó y cayó en brazos de una compañera. La maestra llamó a sus padres y la instó a retirarse pero ni aun así quiso marcharse, cogió el algodón impregnado en alcohol mientras revisaba su reloj, pidió perdón al maestro y a los compañeros y tomó asiento mientras le pasaban una botella de agua y cuando sonó el campanazo indicando la salida hizo lo mismo de siempre: tomar sus cuadernos, cerrar la mochila y salir caminando sin decir nada, en total silencio  sin despedirse del maestro tan solo observando el reloj. Las citas y cualquier trabajo siempre los entregaba a su debido momento hasta podría decir que contaba sus pasos para llegar a  cada lugar, hasta podría decir que sabía el tiempo exacto entre su casa y el colegio, entre el colegio y la plaza donde iba cada semana a dar un par de vueltas por solo diez minutos y salir en dirección a casa y completar sus minutos de lectura, el tiempo en la bañera, los minutos acariciando al perro. Todos sus actos cronometrados, siempre todo exacto.
Nadie sabe cómo pasó y hay algunos que dicen que se le descompuso el reloj mientras otros dicen que se quedó sin batería y comenzó a grita y correr buscando una pila nueva o quizá un relojero que pueda reparar el daño y que por eso no se dio cuenta al cruzar por la temible panamericana. La mayoría solo recuerda un cuerpecito volando y un SOR-YUZ frenando violentamente mientras se vestían de asombro los televidentes.

Es todo lo que sabía de ella es que no hablaba mucho. Y en verdad no sabía por qué la maestra me había elegido a mí precisamente para estar parado frente a todos estos tipos que no dicen nada y esperan con ansias que empiece a hablar  e irse volando a casa.  Es una lástima que no tengo reloj alguno y no saber cuánto tiempo estarán ahí viéndome. Quizá ya ha pasado mucho tiempo por eso ahora noto rostros ansiosos…

-Melvin Jara

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