viernes, 21 de octubre de 2016

DESDE QUE LA VI LLEGAR

Nunca antes la había visto tan emocionada y es que llegó a casa y empezó a tocar la puerta tan rápido, pero muy rápido y yo pregunté, claro está que dentro de mi propio asombro: ¿dónde quedó su peculiar calma, la tranquilidad suya al pararse frente a ese trozo de madera y contar hasta tres, unodostres, para luego hacer esa melodía sobre la puerta, pero no, tocaba la puerta dejando pocos segundos para el silencio. Ella, tocaba la maldita puerta apresuradamente, sabiendo lo mucho que detesto los pocos segundos de silencio, conociendo que prefiero los silencios largos y prolongados, dilapidadores, eternos.
 Sabiendo eso ella allá afuera tocaba frenéticamente mientras yo dentro no sabía si acabar con la tortura o simplemente taparme los oídos. La dejé entrar y sus manos aún trataban de tocar algo, de continuar, de alejar todo silencio de alrededor, no niego que fue peor cuando ya dentro de casa tomó el vaso de agua que le entregué, luego de ir a la cocina donde me sentí mejor pues los artefactos de casa son silenciosos aunque creo que es tan solo la costumbre y es que como de costumbre ella tomó el vaso y con la mirada más dulce iluminando la sala que estaba a oscuras y yo solo creía que eran las luciérnagas que una vez capturé para mi trabajo de entomología y acabe liberando.
Puedo decirles que jamás vi esos ojos en ella, pues ella llegaba con esos ojos mal fotocopiados y los iba anillando día a día mientras esperaban abrir esa conversación que se le escapaba de los dedos, bebió antes de hablar, de un sorbo, no como las anteriores veces cuando llegaba vacía y cansada pidiendo café o un poco de agua que nunca acababa e iba y venía con el vaso entre las manos, paseando por la sala, la cocina, los cielos, esos silencios ocultos en su cartera, entre la añoranza, entre los silencios mudos y no lograba acabarlo nunca; pero vino y lo sorbió todo en un instante, respiro dos o tres veces, unodostres, y abrió los labios de par en par, al mismo tiempo escapaba esa sonrisa con la que la vi subir al tren rumbo a la cafetería de una extraña ciudad, una lejana, sin amigos, sin casa, sin voces ni palabritas escritas en una hoja reciclada, sin notitas sobre el refrigerador recordando que mañana se vence la mensualidad del agua, la luz y el teléfono. Esa sonrisa escapa mientras abría los labios y ya lo comprendía todo, era todo tan notorio y solo quería que se callara, que no diga nada, necesitaba de esos silencios largos, pero no. Ella con su voz pausada y emocionada empezó con las manos aún nerviosas buscando algún trocito de madera para continuar con la tocada:
“Anoche conocí a un chico, si anoche. Él llevaba camisa verde, pantalones marrones, unos botines color tierra, aunque creo estaban empolvadas. Cuando lo vi, observaba la ventana del bar con un vaso lleno y una jarra esperando a medias sobre la mesa y sabes que cuando digo esperando es porque sus vasos llenos iban y venían,  miraba la ventana y asumí  que estaba atrapado en el color de las casas, rojoverdeazul, las luces del  semáforo, rojoverdeamarillo, o puede que estuviese perdido en ese mar de cabezas atrapadas en avenidas, sorteando sus vidas en el tráfico. Seguro imaginaba todo esto mientras observaba la ventana. Mientras inventaba historias para cada una de las personas que estaban fuera del bar intentando escapar a casa o algún lugar que temporalmente llamen casa: La chica de vestido rojo y zapatos pequeños, bonita risa, con arruguitas que indican dos o tres amores fallidos, esperando cruzar la avenida y dejar atrás sus recuerdos, o se fijaba en aquel joven de polera negra y despeinado, asustado, pues acaba de escapar de un asalto donde el premio mayor era solo su tiempo, pero solo escapaba del trabajo, de las ocho horas sonriendo a los demás, con la mirada vacía, pasos gastados y un olor a vino (o puede que estaba añejándose) Esperando también el semáforo se ponga en verde y correr, seguir corriendo y huir de las balas, de la fatiga, del calor, llegar a casa, colgar las ropas y volver al sillón a congelar su tiempo con pequeños sorbos de naturaleza enfrascados.
Él volvía la mirada a la mesa y sus ojos se topaban nuevamente con el vaso vacío y una jarra extasiada, así lo vi por un par de minutos, mientras sus manos jugaban con un lapicero que luego fue un dado, una moneda, un imperdible, otra vez una moneda, un encendedor, tabletas de pastillas, dos monedas que empezaban a bailar sobre la mesa, dando giritos,  mientras se envolvía en el sonido del ambiente, en ese buuuuuuuuuummm-------- buuuuuuummm------ que deja líneas buuuuum---- buuuuuuuuum y dejaba de oír lo demás, estando ahí no estaba y yo lo veía. Tomó la jarra, se sirvió nuevamente. Y yo aun viéndolo mientras volvía a su tarea de imaginar historias de transeúntes, sin sonreír, sin inmutarse. Esperando a por algo, a por alguien, quizá mi saludo.
Ya inventaba mil conversaciones para acercarme y poder oírlo, pretextos, saludos. Ya sabes que cuando algo me interesa voy a fondo y trato de pasarla bien,  me sentía bien al verlo ahí sumido en toda esa maraña de pensamientos.
¿Hola?, ¿hey?, ¿Me puedes ayudar?, Me parece conocerte, ¡Cuidado con la avalancha de recuerdos que empiezan a caer sobre tu cabeza y eso que aún no estamos en invierno!
Quizá ninguno haya funcionado jamás, pero ya sabes tú, lo complicada que puedo llegar a ser y en todos los enredos  en los que me puedo meter. Pero prosigo con esto que vine a contarte y disculpa si lo digo todo enredado, ya me conoces, soy así.
Al final, opté por el maravilloso escándalo dejando caer la copa al piso, echando todo el vino al piso, viendo en el piso mi última copa de vino. Sabes lo mucho que amo el vino, pero solté la copa y el muy desgraciado ni se inmutó, seguía ahí sentadote viendo hacia el mismo lugar ahora con una moneda en la mano, luego el encendedor, el lápiz y así todo nuevamente y yo ya sin vino. Pero así lo conocí, con enfado. Grité, grité fuerte, tan fuerte ¡Fuerte! ¡FUERTE! Y entonces volteó, me vió, nos vimos, sonreí. Sirvió nuevamente y levanto la copa en dirección mi dirección. Y yo estática, sentada sin poder decir algo, sonriendo viendo la copa rota y mi botella vacía.  Pero nuevamente apareció la moneda en la mano que luego fue un lápiz, un encendedor, una tableta de pastillas…”

Pero yo ya lo sabía, lo sabía desde que comenzó a tocar la puerta, mientras ella aún hablaba yo me acomodaba bien en el sillón pues haría frío y no había comprado leña para la chimenea. Sabía que ella tampoco lo haría, que tendría que hacerlo todo solo y que la historia ya no tendría el final esperado, pero eso ya lo sabía desde que ella empezó a tocar mientras aún me preocupaba por la falta de leña en casa pues era uno de esos días fríos.

-MELVIN JARA

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