viernes, 21 de octubre de 2016

DESDE QUE LA VI LLEGAR

Nunca antes la había visto tan emocionada y es que llegó a casa y empezó a tocar la puerta tan rápido, pero muy rápido y yo pregunté, claro está que dentro de mi propio asombro: ¿dónde quedó su peculiar calma, la tranquilidad suya al pararse frente a ese trozo de madera y contar hasta tres, unodostres, para luego hacer esa melodía sobre la puerta, pero no, tocaba la puerta dejando pocos segundos para el silencio. Ella, tocaba la maldita puerta apresuradamente, sabiendo lo mucho que detesto los pocos segundos de silencio, conociendo que prefiero los silencios largos y prolongados, dilapidadores, eternos.
 Sabiendo eso ella allá afuera tocaba frenéticamente mientras yo dentro no sabía si acabar con la tortura o simplemente taparme los oídos. La dejé entrar y sus manos aún trataban de tocar algo, de continuar, de alejar todo silencio de alrededor, no niego que fue peor cuando ya dentro de casa tomó el vaso de agua que le entregué, luego de ir a la cocina donde me sentí mejor pues los artefactos de casa son silenciosos aunque creo que es tan solo la costumbre y es que como de costumbre ella tomó el vaso y con la mirada más dulce iluminando la sala que estaba a oscuras y yo solo creía que eran las luciérnagas que una vez capturé para mi trabajo de entomología y acabe liberando.
Puedo decirles que jamás vi esos ojos en ella, pues ella llegaba con esos ojos mal fotocopiados y los iba anillando día a día mientras esperaban abrir esa conversación que se le escapaba de los dedos, bebió antes de hablar, de un sorbo, no como las anteriores veces cuando llegaba vacía y cansada pidiendo café o un poco de agua que nunca acababa e iba y venía con el vaso entre las manos, paseando por la sala, la cocina, los cielos, esos silencios ocultos en su cartera, entre la añoranza, entre los silencios mudos y no lograba acabarlo nunca; pero vino y lo sorbió todo en un instante, respiro dos o tres veces, unodostres, y abrió los labios de par en par, al mismo tiempo escapaba esa sonrisa con la que la vi subir al tren rumbo a la cafetería de una extraña ciudad, una lejana, sin amigos, sin casa, sin voces ni palabritas escritas en una hoja reciclada, sin notitas sobre el refrigerador recordando que mañana se vence la mensualidad del agua, la luz y el teléfono. Esa sonrisa escapa mientras abría los labios y ya lo comprendía todo, era todo tan notorio y solo quería que se callara, que no diga nada, necesitaba de esos silencios largos, pero no. Ella con su voz pausada y emocionada empezó con las manos aún nerviosas buscando algún trocito de madera para continuar con la tocada:
“Anoche conocí a un chico, si anoche. Él llevaba camisa verde, pantalones marrones, unos botines color tierra, aunque creo estaban empolvadas. Cuando lo vi, observaba la ventana del bar con un vaso lleno y una jarra esperando a medias sobre la mesa y sabes que cuando digo esperando es porque sus vasos llenos iban y venían,  miraba la ventana y asumí  que estaba atrapado en el color de las casas, rojoverdeazul, las luces del  semáforo, rojoverdeamarillo, o puede que estuviese perdido en ese mar de cabezas atrapadas en avenidas, sorteando sus vidas en el tráfico. Seguro imaginaba todo esto mientras observaba la ventana. Mientras inventaba historias para cada una de las personas que estaban fuera del bar intentando escapar a casa o algún lugar que temporalmente llamen casa: La chica de vestido rojo y zapatos pequeños, bonita risa, con arruguitas que indican dos o tres amores fallidos, esperando cruzar la avenida y dejar atrás sus recuerdos, o se fijaba en aquel joven de polera negra y despeinado, asustado, pues acaba de escapar de un asalto donde el premio mayor era solo su tiempo, pero solo escapaba del trabajo, de las ocho horas sonriendo a los demás, con la mirada vacía, pasos gastados y un olor a vino (o puede que estaba añejándose) Esperando también el semáforo se ponga en verde y correr, seguir corriendo y huir de las balas, de la fatiga, del calor, llegar a casa, colgar las ropas y volver al sillón a congelar su tiempo con pequeños sorbos de naturaleza enfrascados.
Él volvía la mirada a la mesa y sus ojos se topaban nuevamente con el vaso vacío y una jarra extasiada, así lo vi por un par de minutos, mientras sus manos jugaban con un lapicero que luego fue un dado, una moneda, un imperdible, otra vez una moneda, un encendedor, tabletas de pastillas, dos monedas que empezaban a bailar sobre la mesa, dando giritos,  mientras se envolvía en el sonido del ambiente, en ese buuuuuuuuuummm-------- buuuuuuummm------ que deja líneas buuuuum---- buuuuuuuuum y dejaba de oír lo demás, estando ahí no estaba y yo lo veía. Tomó la jarra, se sirvió nuevamente. Y yo aun viéndolo mientras volvía a su tarea de imaginar historias de transeúntes, sin sonreír, sin inmutarse. Esperando a por algo, a por alguien, quizá mi saludo.
Ya inventaba mil conversaciones para acercarme y poder oírlo, pretextos, saludos. Ya sabes que cuando algo me interesa voy a fondo y trato de pasarla bien,  me sentía bien al verlo ahí sumido en toda esa maraña de pensamientos.
¿Hola?, ¿hey?, ¿Me puedes ayudar?, Me parece conocerte, ¡Cuidado con la avalancha de recuerdos que empiezan a caer sobre tu cabeza y eso que aún no estamos en invierno!
Quizá ninguno haya funcionado jamás, pero ya sabes tú, lo complicada que puedo llegar a ser y en todos los enredos  en los que me puedo meter. Pero prosigo con esto que vine a contarte y disculpa si lo digo todo enredado, ya me conoces, soy así.
Al final, opté por el maravilloso escándalo dejando caer la copa al piso, echando todo el vino al piso, viendo en el piso mi última copa de vino. Sabes lo mucho que amo el vino, pero solté la copa y el muy desgraciado ni se inmutó, seguía ahí sentadote viendo hacia el mismo lugar ahora con una moneda en la mano, luego el encendedor, el lápiz y así todo nuevamente y yo ya sin vino. Pero así lo conocí, con enfado. Grité, grité fuerte, tan fuerte ¡Fuerte! ¡FUERTE! Y entonces volteó, me vió, nos vimos, sonreí. Sirvió nuevamente y levanto la copa en dirección mi dirección. Y yo estática, sentada sin poder decir algo, sonriendo viendo la copa rota y mi botella vacía.  Pero nuevamente apareció la moneda en la mano que luego fue un lápiz, un encendedor, una tableta de pastillas…”

Pero yo ya lo sabía, lo sabía desde que comenzó a tocar la puerta, mientras ella aún hablaba yo me acomodaba bien en el sillón pues haría frío y no había comprado leña para la chimenea. Sabía que ella tampoco lo haría, que tendría que hacerlo todo solo y que la historia ya no tendría el final esperado, pero eso ya lo sabía desde que ella empezó a tocar mientras aún me preocupaba por la falta de leña en casa pues era uno de esos días fríos.

-MELVIN JARA

domingo, 16 de octubre de 2016

MEMORIAS DEL ABUELO


Aún recuerdo algunas de las historias que contaba el abuelo, quien para mí parecía tener en esas ocasiones mil millones de años y experiencia en brotes como telarañas en los ojos vidriosos, la cabeza deforestada fatalmente y unos cuántos árboles albinos que se desmoronan por los costados lentamente y aquellos oídos tan cansado que ya ni siquiera dejaban desfilar el sonido. Sentado sobre el mueble de la sala, tomando su típica copita de ron para calentar la garganta, dejando reposar luego la copa sobre la mesa mientras los ahí presentes empezábamos a sentarnos alrededor para poder oírlo.

 “Hace muchísimos años –decía con una voz muy ronca que parecía taladrar las paredes- Incluso antes de que yo naciera, hubieron hombres y mujeres que no solo vivían en la tierra sino también en lo profundo  del mar. Los seres del agua en aquella época podían salir a pasear libremente por la tierra, sin embargo los de la tierra no podían hacer lo mismo pues adentrarse a las aguas podría significar su muerte. No crean que los de la tierra estuvieran envidiosos pues tenían algo que los del agua envidiaban: podían sentir el transitar de las sangre por las venas, el lento latido de un corazón bombeando sangre.

Por ese entonces había una mujer aquaniana que se quedó sentada a ver la puesta del sol, por ahí andaba un tipo terrestre que sin dudarlo se acercó a ella y empezaron una conversación. Horas más tarde, luego de muchos verbos, ambos empezaban descubriendo algo que desconocían y comenzaron  verse casi a diario, su lugar de citas la banca.
Ambos pasaron varias lunas y varios soles en ese mismo lugar. Ambos y el sol y la banca.
Ella con la desconfianza hirviendo y con inseguridad mojando siempre sus mejillas decidió terminarlo de una vez una tarde cuando el cielo estuvo completamente nublado, pues no había nada que pudieran hacer para poder evitar el final. Se culpaba de no poder darle nunca el calor de un cuerpo desnudo. Se lamentaba ser tan solo una masa acuosa.
A la noche ella se despedía de él, llorando desconsoladamente, el hombre de la tierra dijo entonces que su corazón le pertenecía a ella y que el latir de ese pequeño órgano era a causa de ese inmenso amor. La mujer del agua completamente intrigada no supo que responder pues todo era tan confuso atinando luego de unos minutos a pedirle el corazón sobre su pecho.

Él sin dudar  y sin pensarlo dos veces se arrancó el corazón de un solo tirón. Incrustando sus manos en su pecho cubierto de ripio y guijarros pequeños, entregándoselo en las manos. Ella tomo el órgano, se asustó al sentir viscosidad entre sus manos y emitió un leve grito silencioso. Entonces el corazón también cubierto de arcilla empezó a latir suavemente. Sintió como si crepitaran todas las estaciones en la palma de su mano, sintió vivir por primera vez y viendo en todas direcciones procedió a golpear el corazón contra su propio pecho, acto seguido huyó a las profundidades mientras el cuerpo de terrestre tipo iba cayendo al piso lentamente. Ya en casa y con el corazón en el pecho empezó su propia tortura con el recuerdo de su amado cayendo al piso frío y desangrado. Escapar no había sido una buena opción, así que también se quitó la vida inyectándose una sustancia de color negro azabache.
Mientras tanto en la tierra luego de encontrar el cuerpo tirado en cerca de una banqueta los pobladores asustados comenzaron a tejer múltiples teorías de asesinos en serie y la noticia corrió rápidamente entre los moradores. Todos salieron a ver el cadáver, temerosos uno con otros, creyendo que el posible asesino se encontraba de incógnito entre todos los presentes.

¡El asesino está entre nosotros! –Exclamaba una turba enardecida, mientras cogían palos y piedras para defenderse.

¡Está muerta! –vociferaban en lo profundo del agua viendo el cadáver de la joven. Un especialista se acercó a ver que tenía en el pecho, saco lentamente el órgano viscoso y lo examinó con sumo cuidado, viendo a todos a su alrededor dijo con voz suave: Tenemos que preguntar a los individuos de la tierra cual es el funcionamiento de esto. Y sin más todos marcharon hacia la superficie.
Justo cuando los habitantes del agua salían de esta con el corazón en la mano, uno de los habitantes de la tierra vio el corazón en la mano del doctor, entonces soltó un grito que alertó a los demás quienes cegados por el miedo y la rabia de ver a tantos seres del agua salir llevando delante de ellos el corazón de uno de los suyos se abalanzaron decididos a  matarlos a todos. Se desató una cruenta lucha que duro muchísimos años, lastimosamente todos los seres de la tierra fueron acribillados, muchos de ellos arrastrados por redes hacía el fondo de sus aguas. Acabado el combate, no quedaba ningún ser de la tierra, todos estabas muertos, millones y millones de cuerpos tendidos, desangrados, descuartizados y muchos millones más dentro del agua.

Para restablecer su mundo los habitantes del agua decidieron apilar los cuerpos para incinerarlos y borrar toda evidencia de la existencia de estos en el planeta. Llevaban apilados muchísimos cuerpos cuando de pronto hizo su aparición el dios de turno, quien al ver a los laboriosos seres del agua apilando los cuerpos no lo pensó y deduciendo que los del agua mataron por solo dominio del mundo de un solo soplo eliminó a todo ser viviente. Al ver los cuerpos tanto de los seres del agua y seres de la tierra, convirtió la pila de cuerpos sobre la tierra en montañas e hizo volatizar los cuerpos de los seres del agua. Desapareciendo sin dejar rastro.

Milenios después un nuevo dios recibía el planeta, este al verlo tan deshabitado creo humanos de carne y hueso, creo plantas y todo lo que ahora ves. Y al ver que estos eran interesantes se quedó a ver cómo nos exterminábamos y juzgando a toda su creación”
Acababa y volvía a ver la ventana cerrada, sin volver a emitir ningún sonido y sus ojos vidriosos llenos de nostalgia se perdían de los míos que intentaban buscar respuestas en los suyos. Todos los años eran los mismos, la misma escena hasta que murió y con él las historias más extrañas que pude haber escuchado cuando era pequeño.
En ese entonces jamás creí lo que los demás decían de él.


Que estaba loco.

-Melvin Jara

domingo, 9 de octubre de 2016

EL CUADRO



Salía y volvía de la habitación varias veces, no decidía si apagar las luces o dejarlas encendidas de una maldita vez. Pantalón jean; camisa roja con cuadros; botines marrones empolvados; corte mal llamado “varonil” (así es como pedían el corte de cabello que acababa de hacerle Ana, la peluquera del barrio al que acababa de llegar, luego de saludarla y sentarse mientras era casi asfixiado con la bata plastificada de color negro que nunca había sido lavado) cabello negro; de repente unos años menos, tal vez unos años demás a los que tienes o tengo. Es que hay tipos a los que uno realmente uno es incapaz de atribuirles una edad y no es porque envejezcan o sean lozanos, es solo que al verlos lo real deja de ser y todo es libre por un momento. ¿Ponerle cuántos? ¿veintiparra, diecibaile, reíiocho, dormiritres o qué edad ponerle? Tenía un agujero en el bolsillo derecho por donde cayeron las llaves; algunas monedas en el izquierdo que sonaban mientras salía y volvía buscándolas; ojos marrones, muy marrones, orejas pequeñas, labios ligeramente dibujados (podría decirse que era la personificación de  caricatura que buscaba una llave en su propia casa que no era ni grande ni pequeña, como cuadro principal en la pantalla a colores de una tv de cuarenta pulgadas empotrada en la pared); rostro imberbe como un campo  infecundo donde no se asoma maleza alguna; atractivo si lo veían de lejos o cuando empezaba a caer la noche. Se detuvo ansioso inspeccionando con la vista los objetos que ocupaban la pequeña habitación que acababa de alquilar.
Eran alrededor de las ocho de la mañana y unos minutos más cuando se detuvo frente al velador de madera que su padre envió ni bien supo que abandonó la casa de su madre para irse a una ciudad lejos de todos. La carta llegó junto a unos pocos billetes que adornaban las tres líneas de la misiva, en letra imprenta de color azul que lo perdone pues era la última vez que podría enviarle dinero y que el velador estaba hecho de pino. No había pasado  ni un mes de aquella tarde cuando por la llamada de su tío Carlos; hermano de su padre quién solía contar cuando eran niños que un día en medio de la selva su amigo y el mismísimo tío Carlos se enfrentaron a una terrible anaconda de más de tres metros que acabó devorando a su mejor amigo, luego de contar esto levantaba la mano jurando vengarse de la maldita larva boida. Lo llamó para informarle que su padre acababa de caer preso por andar en algunos negocios de tráfico de árboles madereros y aunque el mueble colocado al costado de la cama hecha de cualquier otra madera menos de pino era lo único que lo ataba a él, no se inmutaba en lo mínimo y tampoco tenía la más vaga intención de ir a visitarlo o llamarlo siquiera pues han de saber también que en estos tiempos el hecho de estar preso no es sinónimo de estar incomunicado o de no interactuar con el mundo y hasta podría decirse que son lugares para vacacionar.
Las paredes que lo habían recibido blancas ahora estaban todas invadidas de frases sacadas de poemas y de canciones españolísimas románticas en letras pequeñas que algunas no podían ser leídas sin que uno se acerqué, la más llamativa era la que se encontraba en la puerta, cuando digo llamativa no lo es por el tipo de letra o algo parecido si no que era la más grande y escrita a color negro:
“Yo nací un día en que dios estuvo enfermo, grave”[1] y ya debajo de este texto en letras más pequeñas “Me da miedo la enormidad donde nadie oye mi voz”[2]
A un metro y medio de altura sobre la cama se encontraba el retrato que acabo comprando en un sitio web solo para  a Melina se quedará cuidándolo, pues ella era tan buena y crédula e inocente creía aún en maldiciones y todo tipo de infortunios ocasionadas por malos espíritus o entes demoniacos. Ella lo supo al ver el cuadro del niño llorón con la camisa chamuscada  y con esa mirada aquosa llena del dolor de miles de huérfanos víctimas de la segunda guerra mundial. Ese singular cuadro había sido pintado por el artista maldito  Bruno Amadio. Sabía de la maldición que acompañaba a los dueños de cualquiera de los 27 cuadros del pintor italiano. Ella lo abrazó entre lágrimas pidiéndole que se deshaga del cuadro, pero él solo dijo: ¿Me cuidarás de la maldición? Mientras ella no respondía. Se lo dijo muchas veces hasta que un día se fue de viaje pues su madre llegó a enterarse que su hijita salía con un tipito maldito de por vida y se la llevo fuera del país.
-Maldito llorón de mierda –dijo mientras sacudía la cabeza intentando escapar de la duda que lo invadía. ¿Y si realmente esta maldito? Se había preguntado ya muchas veces. Viendo ahora directamente al piso cubierto por baldosas de color negro y encontrar una botella de Sprite, botella verde que sobresalía en todo ese piso de baldosas negras, vacía y aunque no le gustaba en sí esa bebida la compraba con frecuencia sin saber bien la razón, quizá solo sentía la necesidad de hacerlo, como si al comprarla logrará recordar algo que lo animaba y lo llenaba de actitud. Posiblemente solo haya sido el resultado del bombardeo publicitario del producto lo que lo impulsaba a pedir: Gaseosa Sprite por favor. Era muy gracioso escucharlo decir “Esprait” sin ese tono inglés usado en los spots publicitarios; siempre que entraba a alguna tienda de la zona  o en cualquier lugar.
Se acercó al librero que tenía en frente tratando de encontrar lo que buscaba encima de un grupo de libros se veía un rótulo hecho a mano: LIBROS SALVADOS. Al releer esto recordó rápidamente aquel libro que había encontrado en una oficina de Paracas donde una tarde de mayo sintió enamorarse y desenamorarse como tantas otras veces, aquel entonces jamás se le vino a la cabeza que el primer libro que robaría sería una recopilación de los cuentos de Charles Bukowski seguido de Caicedo. Y su libro de título rojo: ¡Qué viva la música! Que lleva a la rubia, rubiísima como protagonista. Contó hasta quince libros en esa sección y no quiso ver los demás rótulos que tenía el librero pues ya iba haciéndose tarde. Lo supo cuando el reloj de pared que tenía a un Mickey Mouse algo vetusto y gracioso, con esas orejitas negras y ese trajecito rojo tenía las manos indicando con su brazo más pequeño las nueve y el brazo más largo las doce. Eran las nueve y punto, se le hacía tarde pero al verlo recordó la  llegada de ese artefacto a su pared: una navidad del año dos mil diez  y él aún sonreía esperando la llegada de la media noche. Soñaba con recibir de regalo el game boy que tanto había pedido a sus padres para dar a sus largas horas de ocio el motivo para estar ocupado durante las vacaciones, su tía llegaba de los Estados Unidos luego de cuatro años y recordaba haberle mandado una carta contándole que el año académico había sido provechoso y no había peleado con nadie es decir había sido un buen chico durante el año entero. La tía Carla quien se había casado con un gringuito, Rick, a quien conoció en un recital de poesía en la estación de Barranco, allá cuando ella soñaba con ser poeta. Ese mismo día acabaron acostándose y al mes siguiente se casaron para irse a vivir a Gringolandia. Cuarto meses después la tía Carla regresaba a la ciudad por fiestas navideñas, ella fue quien fu leyó poesía para él por primera vez, por eso no la recordaba ni mala ni buena.
Recuerda que llegó con sendos regalos en la maleta: muñecas para su hermana Damaris y sus primas pequeñas Carol y Nicol; carteras y collarcitos para las primas mayores quienes salían despedidas al baño a ver cómo lucían (Ana sonreía al espejo mientras se probaba los collares con dije de corazón y uno que tenía la letra “A” con algunos puntitos brillosos). A George y Edward, sus primos mayores, les obsequió los discos originales de Andrés Calamaro y Soda Stereo cuyos temas se los aprendió durante esos dos días que permanecieron en casa pues la repetían una y otra vez, una y otra vez. Pero el solo esperaba su turno mientras veía como la maleta enorme se iba quedando vacía dejando a la visto unos calzones amarillos que empezaban a ser repartidos entre los adultos. Le molestaba esperar así que no lo soportó y con voz afligida preguntó a la tía Carla.
-tía, ¿acaso no hay nada para mí?
Entonces, ella salió disparada en busca de su esposo que se encontraba bebiendo y fumando en el patio con un tipo que se hacía llamar “my friend” quien los había traído a casa en su mustang rojo. Rick a regañadientes se dirigió a la pequeña maleta azul que estaba en el cuarto que su madre amablemente había asignado a ambos y entre sus manos estaba el disco con el ratón sonriente moviendo las manos, en ese momento marcaba las una de la mañana ya no se oía tantos pirotécnicos, la celebración se iba acabando cuando la tía Carla sacó del bolso un papelito que desdobló y carraspeando la garganta y empezar a leer un poema titulado Manitas. A veces aún creía escuchar la voz como esa noche en la sala, esa voz que trataba de capturar a todos, pero su madre conversaba de deudas y préstamos con su abuela, sus primas modelando la joyería nueva, los primos pegados al discman, su hermana y primas menores empezaban a caer dormidas en el sillón junto a todas las muñecas y solo él y su tía que empezaba como si de una plegaria se tratara:
“Manitas de los niños,
manitas pedigüeñas,
de los valles del mundo sois dueñas.
Manitas de los niños que al granado se tienden…”
No la recordaba ni mala ni buena, quizá por eso no se sintió del todo mal cuando la fue a visitar al hospital, cinco días después de aquella noche. Toro era culpa del amigo de su esposo quién había sido localizado por su competencia. Pues “My friend” era un traficante de cocaína,  y empezaron una persecución mientras se dirigían a Lima. El coche rojo acabó dando vueltas de campana, varias según lo que escuchó decir a su madre mientras lloraba cogiendo aún el teléfono hace ya unos años atrás. Fue en la mismísima carretera Panamericana, decía aún mientras lloraba.
 Llevaba en el bolsillo izquierdo el poema que la tía Carla leyó aquella noche, sus manos sudorosas empapaban el papel, llegó a la habitación y solo estaba la tía Carla ya sin su sonrisa, con una mirada perdida en la pared como queriendo sacar algo de ella. Su madre ya no lloraba. Recuerda que la tía Carla no quiso verlo, él se sintió mal y salió zafándose de su madre, mientras ella se limpiaba los ojos llorosos nuevamente. Ya fuera de la habitación sacó el papel del bolsillo y lo abrió. Su sudor había borrado el título del poema y su tía había perdido las manos y parte de los pies. No volvió a visitarla, es más no hubo necesidad de hacerlo y eso lo tranquilizó.
El ratón ahora indicaba las ocho y diez, tuvo que apartarse de la avalancha llena de recuerdos en la que caía sepultado. Recordó como todas las mañanas que si no salía temprano lo volverían a amonestar con unos descuentos más y tendría que pasarse más horas trabajando. Eso significaba que perdería nuevamente un feriado largo. Imaginaba los tragos que no bebería, las peleas en las que no estaría: puñetazos, patadas voladoras, sangre, piedras, disculpas y culpas en alguna comisaria. Pagaría al superior para volver a salir de eso no le quedaban dudas. Pero pensó más en las mujeres que no conocería, hasta donde no llegaría con ellas esta vez, la falda juguetona, el sujetador y su poder rosa/negro/rojo/blanco, los besos a la puerta de la habitación, las caricias y los jadeos en la habitación, el acento y la nacionalidad; peruana, colombiana, danesa o alguna japonecita que acabaría dormida mientras él la observaría desnuda, sus ojos recorrerían sus pechos y sonreiría mientras avanzaría buscando morder uno de los pezones o quizá solo las acariciaría. Seguro se mortificaría después por dejar la tarjeta famélica  y por las siguientes semanas que pasaría comiendo solo ajinomen de sabor “pollo oriental” o quizá una mandarina para la cena.
Cuando llegaron no hubo nada por hacer. No había servicio de agua potable en la zona pues las tuberías acababan de colapsar, los reporteros invadieron la cuadra preguntando a los vecinos quienes aseguraron en múltiples oportunidades que el chico nuevo no hablaba con nadie, que era un poco raro, que no hubo gritos ni nada por el estilo y solo se  vivió silencio inflamándose entre los sonidos del incendio que llegó hasta los tres metros según el relato de los más jóvenes quienes se tomaban selfies frente a la casa y junto al camión de bomberos.
Ingresaron y se toparon con el cuerpo en una esquina. Quemaduras de tercer grado en todo el cuerpo, no respira, llegamos muy tarde. Mientras iba apagando la radio. No todo se hizo cenizas, pero no vaya usted a creer en las maldiciones también, el cuadro tampoco se salvó, al menos eso es lo que dijeron los vecinos.



[1] César Vallejo, poema “Espergesia”
[2] Nacha Pop, tema “Lucha de Gigantes”


MELVIN JARA
01'10'16

miércoles, 5 de octubre de 2016

TEMPORAL



Era una chica de esas que aprovechaba el tiempo. Vivía atada a horarios: entradas puntuales, horas puntuales nada de minutos de más ni de menos ni esperar ni hacer esperar. Con el reloj rojo y las uñas del mismo color: pulcrísimo rojo y un reloj bien calibrado.
 -Disculpe, pero mi reloj está completamente sincronizado -solía decir- con  la marina. Cada que alguien preguntase: -¿Qué hora es?  Y ella con esos ojos que empezaban a brillar respondía con esa suave vocecita: Catorce y treinta y dos, hora exacta ni un minuto más ni un minuto menos, mientras dejaba escapar una sonrisa mientras sus ojos iban en dirección al reloj para cerciorarse nuevamente de la hora.
Me parecía que le molestaba un poco los recreos, bueno el recreo en sí creo que no pues ¿a quién no le agrado en recreo?  Ella detestaba  el sonido del campanazo, sonido tardío. Siete segundos en el mejor de los casos y ella lo sabía siempre  pues salía murmurando algún número mientras dejaba el salón, el ceño fruncido y la miradita sería y fría e insultaba al portero cada que podía.
-Tipejo haragán, estúpido portero -y así cualquier otro insulto.
Para ella era imperdonable no calcular el momento exacto para tocar la campana y salir tarde del cuartucho que está a 5 minutos del campanario y no perderlos recortando periódicos para cubrir su pared y tapar las grietas y los  ladrillos para luego poder perderse en las letras pequeñas y oscuras, oscuras y grandes y algunas rojas pero en su mayoría negras extendidas sobre el papel periódico hasta que suena la alarma y recién se da cuenta que tiene que tocar la campana y sale corriendo del cuchitril. 
Va odiando también a los maestros que no dicen nada pero se sientan minutos antes a esperar la campana, toman asiento y esperan sin decir nada mientras dejan a los alumnos copiar lo escrito en el pizarrón y maldice al director por no tomar cartas en el asunto y dejar que todos ignoren al tiempo. Molesta salía pero ya luego mientras veía reír al chico que le gustaba se tranquilizaba pues sabía que era tiempo del relajo del liberarse del uniforme y empezar a correr al bajar de las escaleras que daban al patio ignorando a los chicos que se agachaban agazapados para poder ver las bombachas rosas, amarillas, blancas o simplemente rojas.
Tenía la asistencia perfecta: sin faltas, sin tardanzas, sin permisos. Ni cuando sintió que le faltaba la respiración pidió permiso, la maestra comía un sándwich de pollo y no se percató de los pasos temblorosos intentando avanzar dejando atrás dos carpetas y llegar a la ventana, pero no llegó y cayó en brazos de una compañera. La maestra llamó a sus padres y la instó a retirarse pero ni aun así quiso marcharse, cogió el algodón impregnado en alcohol mientras revisaba su reloj, pidió perdón al maestro y a los compañeros y tomó asiento mientras le pasaban una botella de agua y cuando sonó el campanazo indicando la salida hizo lo mismo de siempre: tomar sus cuadernos, cerrar la mochila y salir caminando sin decir nada, en total silencio  sin despedirse del maestro tan solo observando el reloj. Las citas y cualquier trabajo siempre los entregaba a su debido momento hasta podría decir que contaba sus pasos para llegar a  cada lugar, hasta podría decir que sabía el tiempo exacto entre su casa y el colegio, entre el colegio y la plaza donde iba cada semana a dar un par de vueltas por solo diez minutos y salir en dirección a casa y completar sus minutos de lectura, el tiempo en la bañera, los minutos acariciando al perro. Todos sus actos cronometrados, siempre todo exacto.
Nadie sabe cómo pasó y hay algunos que dicen que se le descompuso el reloj mientras otros dicen que se quedó sin batería y comenzó a grita y correr buscando una pila nueva o quizá un relojero que pueda reparar el daño y que por eso no se dio cuenta al cruzar por la temible panamericana. La mayoría solo recuerda un cuerpecito volando y un SOR-YUZ frenando violentamente mientras se vestían de asombro los televidentes.

Es todo lo que sabía de ella es que no hablaba mucho. Y en verdad no sabía por qué la maestra me había elegido a mí precisamente para estar parado frente a todos estos tipos que no dicen nada y esperan con ansias que empiece a hablar  e irse volando a casa.  Es una lástima que no tengo reloj alguno y no saber cuánto tiempo estarán ahí viéndome. Quizá ya ha pasado mucho tiempo por eso ahora noto rostros ansiosos…

-Melvin Jara