Nunca antes
la había visto tan emocionada y es que llegó a casa y empezó a tocar la puerta
tan rápido, pero muy rápido y yo pregunté, claro está que dentro de mi propio
asombro: ¿dónde quedó su peculiar calma, la tranquilidad suya al pararse frente
a ese trozo de madera y contar hasta tres, unodostres, para luego hacer esa
melodía sobre la puerta, pero no, tocaba la puerta dejando pocos segundos para
el silencio. Ella, tocaba la maldita puerta apresuradamente, sabiendo lo mucho
que detesto los pocos segundos de silencio, conociendo que prefiero los silencios
largos y prolongados, dilapidadores, eternos.
Sabiendo eso ella allá afuera tocaba frenéticamente
mientras yo dentro no sabía si acabar con la tortura o simplemente taparme los
oídos. La dejé entrar y sus manos aún trataban de tocar algo, de continuar, de
alejar todo silencio de alrededor, no niego que fue peor cuando ya dentro de
casa tomó el vaso de agua que le entregué, luego de ir a la cocina donde me
sentí mejor pues los artefactos de casa son silenciosos aunque creo que es tan
solo la costumbre y es que como de costumbre ella tomó el vaso y con la mirada
más dulce iluminando la sala que estaba a oscuras y yo solo creía que eran las luciérnagas
que una vez capturé para mi trabajo de entomología y acabe liberando.
Puedo
decirles que jamás vi esos ojos en ella, pues ella llegaba con esos ojos mal
fotocopiados y los iba anillando día a día mientras esperaban abrir esa
conversación que se le escapaba de los dedos, bebió antes de hablar, de un sorbo,
no como las anteriores veces cuando llegaba vacía y cansada pidiendo café o un
poco de agua que nunca acababa e iba y venía con el vaso entre las manos,
paseando por la sala, la cocina, los cielos, esos silencios ocultos en su
cartera, entre la añoranza, entre los silencios mudos y no lograba acabarlo
nunca; pero vino y lo sorbió todo en un instante, respiro dos o tres veces,
unodostres, y abrió los labios de par en par, al mismo tiempo escapaba esa
sonrisa con la que la vi subir al tren rumbo a la cafetería de una extraña
ciudad, una lejana, sin amigos, sin casa, sin voces ni palabritas escritas en
una hoja reciclada, sin notitas sobre el refrigerador recordando que mañana se
vence la mensualidad del agua, la luz y el teléfono. Esa sonrisa escapa
mientras abría los labios y ya lo comprendía todo, era todo tan notorio y solo quería
que se callara, que no diga nada, necesitaba de esos silencios largos, pero no.
Ella con su voz pausada y emocionada empezó con las manos aún nerviosas
buscando algún trocito de madera para continuar con la tocada:
“Anoche conocí a un chico, si anoche. Él
llevaba camisa verde, pantalones marrones, unos botines color tierra, aunque
creo estaban empolvadas. Cuando lo vi, observaba la ventana del bar con un vaso
lleno y una jarra esperando a medias sobre la mesa y sabes que cuando digo
esperando es porque sus vasos llenos iban y venían, miraba la ventana y asumí que estaba atrapado en el color de las casas,
rojoverdeazul, las luces del semáforo,
rojoverdeamarillo, o puede que estuviese perdido en ese mar de cabezas
atrapadas en avenidas, sorteando sus vidas en el tráfico. Seguro imaginaba todo
esto mientras observaba la ventana. Mientras inventaba historias para cada una
de las personas que estaban fuera del bar intentando escapar a casa o algún
lugar que temporalmente llamen casa: La chica de vestido rojo y zapatos
pequeños, bonita risa, con arruguitas que indican dos o tres amores fallidos,
esperando cruzar la avenida y dejar atrás sus recuerdos, o se fijaba en aquel
joven de polera negra y despeinado, asustado, pues acaba de escapar de un
asalto donde el premio mayor era solo su tiempo, pero solo escapaba del
trabajo, de las ocho horas sonriendo a los demás, con la mirada vacía, pasos
gastados y un olor a vino (o puede que estaba añejándose) Esperando también el
semáforo se ponga en verde y correr, seguir corriendo y huir de las balas, de
la fatiga, del calor, llegar a casa, colgar las ropas y volver al sillón a
congelar su tiempo con pequeños sorbos de naturaleza enfrascados.
Él volvía la mirada a la mesa y sus
ojos se topaban nuevamente con el vaso vacío y una jarra extasiada, así lo vi
por un par de minutos, mientras sus manos jugaban con un lapicero que luego fue
un dado, una moneda, un imperdible, otra vez una moneda, un encendedor,
tabletas de pastillas, dos monedas que empezaban a bailar sobre la mesa, dando
giritos, mientras se envolvía en el
sonido del ambiente, en ese buuuuuuuuuummm-------- buuuuuuummm------ que deja
líneas buuuuum---- buuuuuuuuum y dejaba de oír lo demás, estando ahí no estaba
y yo lo veía. Tomó la jarra, se sirvió nuevamente. Y yo aun viéndolo mientras
volvía a su tarea de imaginar historias de transeúntes, sin sonreír, sin
inmutarse. Esperando a por algo, a por alguien, quizá mi saludo.
Ya inventaba mil conversaciones para
acercarme y poder oírlo, pretextos, saludos. Ya sabes que cuando algo me
interesa voy a fondo y trato de pasarla bien, me sentía bien al verlo ahí sumido en toda esa
maraña de pensamientos.
¿Hola?, ¿hey?, ¿Me puedes ayudar?, Me
parece conocerte, ¡Cuidado con la avalancha de recuerdos que empiezan a caer
sobre tu cabeza y eso que aún no estamos en invierno!
Quizá ninguno haya funcionado jamás,
pero ya sabes tú, lo complicada que puedo llegar a ser y en todos los
enredos en los que me puedo meter. Pero
prosigo con esto que vine a contarte y disculpa si lo digo todo enredado, ya me
conoces, soy así.
Al final, opté por el maravilloso
escándalo dejando caer la copa al piso, echando todo el vino al piso, viendo en
el piso mi última copa de vino. Sabes lo mucho que amo el vino, pero solté la
copa y el muy desgraciado ni se inmutó, seguía ahí sentadote viendo hacia el
mismo lugar ahora con una moneda en la mano, luego el encendedor, el lápiz y
así todo nuevamente y yo ya sin vino. Pero así lo conocí, con enfado. Grité,
grité fuerte, tan fuerte ¡Fuerte! ¡FUERTE! Y entonces volteó, me vió, nos
vimos, sonreí. Sirvió nuevamente y levanto la copa en dirección mi dirección. Y
yo estática, sentada sin poder decir algo, sonriendo viendo la copa rota y mi
botella vacía. Pero nuevamente apareció
la moneda en la mano que luego fue un lápiz, un encendedor, una tableta de
pastillas…”
Pero yo ya
lo sabía, lo sabía desde que comenzó a tocar la puerta, mientras ella aún
hablaba yo me acomodaba bien en el sillón pues haría frío y no había comprado
leña para la chimenea. Sabía que ella tampoco lo haría, que tendría que hacerlo
todo solo y que la historia ya no tendría el final esperado, pero eso ya lo
sabía desde que ella empezó a tocar mientras aún me preocupaba por la falta de
leña en casa pues era uno de esos días fríos.
-MELVIN JARA