He salido por fin, después de
largos meses encerrado bajo tierra. Me asustaron los estallidos y los cuerpos
en putrefacción, me asustaron también la cantidad de casquillos de bala regada
por el piso, todas doradas y relucientes.
Salí buscando algo que llevarme a
la boca, pero solo vomité lo poco que tenía comido en día. Todo por ver al
jovencito que vivía en la casa de enfrente, el pobre no tenía lengua y lo
arrastraron por lo visto por varias cuadras, todo raspado y sangre en el
asfalto en varias cuadras, también tenía agujeros en el pecho por donde se
arrastraban gusanos completamente amarillos. Vomité todo, quizá porque lo
conocí desde muy pequeño cuando jugábamos a esconder cuetecillos en los parques y
de pronto verlo con ese olor a perro atropellado. Esta guerra va matando a todos y a los pocos que han quedado vivos
se les ha ido olvidando que viven. Mata a los más inocentes esta absurda guerra
y esto lo sé porque las madres lloraban todas juntas en las plazas, abarrotando
cada espacio de lágrimas con miembros de sus hijos: ¡Las malditas minas, quiten
las malditas minas! Repetían todas, no era para menos pues sus hijos saltaban
despedazados por el cielo dejando de nubes gotas de sangre que dejaban en ellas
ríos de lágrimas. Mueren todos en este país y todo por la maldita guerra,
morimos todos y los que no también de cualquier modo. No encontré nada en lo
que queda de ciudad, porque hasta las casas estás desmembradas. Caminé mucho,
entrando a casas vacías y abandonadas todas con las alacenas vacías y
apolilladas sin rastro de que alguien haya vivido en ellas, casas tristes y
bombardeadas.
Afuera hay polvo y ese
desagradable olor que traspasa los pulmones, hedor tibio y refrescante de carne
triturada se apodera de todas las calles como en el pasado el tráfico, es una
ciudad completamente muerta, seguro los pocos estaban también escondidos en búnker,
esos precavidos. Pero nadie guarda reservas para muchos años, el tiempo pasa
rápidamente y nos lija a uno en la existencia. Pero el hambre no pasa, este
espera y aprieta en el estómago como cuando el miedo se apodera de nosotros.
Se me
entumeció la pierna izquierda de tanto caminar, falta de práctica asumo yo, es
que pasa uno meses encerrado escondiéndose de las bombas y de los cuerpos
desmembrados y de vomitar tanto tiempo, en una pequeña caja de acero protegido
a metros bajo tierra. Caminé más, arrastrando y luchando contra la pierna
izquierda entumecida luego la derecha también cayó rendida. Di pasos lentos por
algunas cuadras más, ¡nada de comer! Salvo un pequeño trozo de papel en blanco,
ha de saber que la guerra ha manchado todo de sangre a excepción de esta hoja
en la que escribo porque quiero llegar a casa.
Melvin Jara.
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