“Magia
que nunca engaña pero miente… de las palabras a los hechos…. Hasta quedarme sin
aliento, bendita magia”
Camino, esta
vez dejando de ver el suelo -de perderme en los granos de arena que lo van
lijando a uno mientras camina, esquivando las piedras que han ido a parar ahí
justo delante para que caiga, en cada lugar, caiga. Esta vez hay un miedo mayor
a caer, el ser arrollado. Ahora miro en ambas direcciones para poder cruzar, es
que para ser franco me da miedo, absurda ocofobia.
Son muchas
las noticias que teje la Panamericana, me enteré hace poquísimo que Sor-yuz
atropelló cerca de mi casa a una jovencita que vociferaba a modo de ruego a
todos a quienes veía, gritaba como loca, nadie podía callarla, solo calló
cuando murió, preguntaba ¿Qué hora es? ¿Qué hora es?
En las
noticias dijeron que el estrés la había llevado al caos total, lo dijeron solo
así, en tono frío y serio, con esos ojos fijos en la pantalla deseoso de
convencerse a sí mismo que lo hace bien: “Caos Total” como si el caos tuviese
un límite. Yo no pienso lo mismo, creo que aquella jovencita sabía que era su
turno, que todas las mentiras estaban libres, que la campana no tocaría y preguntaba la hora para hacerle frente o
huir de ella lo más lejos posible.
Por eso corro
al cruzarla, sorbo todo el aire que pueda y corro a toda prisa, llegó al otro
lado y no silbo la canción que tantas veces silbé, espero, viendo al cielo, cuidando
que no pase por ahí alguna avecilla que pueda nuevamente cagar sobre mis
hombros como la vez que asistí a un evento llamado “Batallas Desérticas”.
Imaginé que era una exposición de cactus y rocas
desérticas. Pero no lo era en lo absoluto, lo de desérticas fue lo primero que
se podía notar, eran gritos vacíos, y no
había cactus no había piedras, un tipo de traje oscuro leía un poema de un
Niels Hav, en defensa de los poetas, decía que se apiaden de ellos, que han
nacido tristes; cuando explotó una risotada juvenil detrás, enojado por la
distracción viré la cabeza en dirección a la risa ella me apuntaba, ¡no!
Apunaba mi hombro, se burlaba de mí a risa tendida, estaba cagado y no supe dónde
meter la cabeza de la vergüenza, la joven solo se reía señalando la parte sucia
de la chompa que me acababa de comprar; la chica de la tienda había dicho que
me quedaba espectacular y que resaltaba mi mirada, luego sonrío al irme me dí
cuenta que tenía un número de celular apuntado en la parte posterior de la
boleta.
Salí
corriendo de la plazuela dejando atrás la voz que leía aquel poema. No volví
más a ese parque y en cuanto a los del evento; leí en una revista local días
después que dos de ellos aparecieron muertos a orillas del mar mientras uno aún
permanecía desaparecido. Los policías decían que el “poeta asesino” había
desaparecido, es que habían pruebas contundentes, videos donde se veía que él
llevaba a dos tipos completamente ebrios para dejarlos a orillas del muelle
antiguo y amenazarlos con una pistola y disparando al aire. Acto seguido los
ebrios saltan y son grabados hasta que desaparecen completamente, guarda la
cámara, enciende un cigarrillo y procede a retirarse. Hasta la fecha no saben
dónde está y no he vuelto a escuchar nada de poesía en las calles.
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