Sentada nuevamente como tantas otras veces, viendo directamente su propio reflejo. Llevaba puesta una bata color blanco, miraba al espejo preocupada, se notaba preocupada. Movió la cabeza en ambas direcciones luego acercó su rostro al frío espejo, empezaban a notarse nuevamente, eran tan vistosas. Levanto la cabeza viendo al techo, llevando ahora sus manos a su frente, preocupada. Hace tan solo una semana que había untado sobre ellas con la cantidad indicada. Ni menos ni más, había comprado todo con las especificaciones recomendadas por el doctor quien acababa siempre los chequeos tocándoles los senos sin usar guantes. Sentía sus manos frías y esa mirada lasciva, claro está que el galeno se excusaba con tener las manos más finas de todo el país, siempre repetía esto con alevosía mientras apretaba cada vez más fuerte.
Empezó a culpar a la casera a quien dejó con semanas de anticipación la lista con de los ingredientes a usar. Seguro fue ella quien por ahorrar consiguió todo en el mercado de la parada. Sin embargo esta idea le pareció un poco rara pues la casera repetía constantemente, como un loro que recién está aprendiendo a hablar, una y otra vez: "Caserita nuestros rostros no saben a parada"
Pero qué y si la vecina hizo todo eso por envidia. Después de todo, la casera era vieja y aunque el tratamiento la ayude, no podría hacer nada en unos años. Mientras la bella Alina rondaba apenas las veintiséis primaveras. Era guapa aunque se descuidó un poco en sus años de vida campesina, para ser precisos hasta los diecisiete años, edad en la que por cosas de la vida conoció a Carlos Negreiros Cerrón, importantísimo abogado nacional reconocido en el mundo del hampa por andar en muchos de los negocios ilegales. Este se enamoró inmediatamente de la joven Alina, ese día ella vestía con el vestido floreado negro, vestido que uso solo dos veces cuando sus padres la entregaron a manos de tan digno personaje pues luego estuvo tres semanas desnuda y en múltiples posiciones manteniendo relaciones sexuales con su esposo y con algunos de sus clones.
Maldecía el haber confiado en la casera y no haber ido ella misma al mercado de la ciudad. La semana no había sido muy buena para ella pues habían pactado más reuniones y tenía qué comprar muchos vestidos más para lucirlos en cada una de ellas. Luego recordó que fue ella misma, es decir la Bella Alina, quien tomo los bichitos esos del mismo cofre donde la casera guardaba los suyos. Los sacó uno por uno, cogiéndolos de la cabeza delicadamente mientras estos pataleaban y se movían frenéticamente, emitiendo un sonido que parecía más a un graznido. Ninguno de esos bichitos tenían brazos, se los habían cortado para evitar se hagan daño o se masturben y se echen a perder. Aunque tenía un poco de pena pues los condenados se parecían tanto a ellos. Tenían ojos y pupilas redondas, cabello, pies y dedos en los pies, ombligo y algunos lloraban aún. Claro está que no hablaban, algunas veces encontraba videos que documentaban los horrores que vivían estos seres que solo eran usados en la industria del maquillaje. Estos videos mostraban desde amputación de miembros, generalmente manos pues algunos especialistas recomendaban seres vírgenes. Al principio solo los apartaban de las hembras que solo eran utilizadas para la reproducción. Luego descubrieron que estos bichitos también se masturbaban y por ello la amputación. Había incluso videos donde se veía como al nacer se les cortaba la lengua y algunos morían ahogados en su propia sangre.
Abrió el cofre y vio el último bichito ese tan parecido a los humanos. Aunque claro estos eran pequeños de unos ocho centímetros de altura. El bicho tenía los ojos llorosos y empezaba a dar vueltas corriendo dentro del cofre, luego se arrodilló mientras cerraba los ojos.
Alina, la más bonita lo tomó delicadamente de la cabeza. Colocandolo sobre su otra mano donde permanecía de rodillas y en tan solo un instante Alina cerró la mano presionando tan fuerte que solo se oyó un crack para luego frotar una y otra vez con ambas manos para luego abrirla dejando ver tan solo un pequeño charco de sangre y pequeños huesitos y un mechoncito de cabello los cuales que eran retirados con delicadeza hasta dejar tan solo sangre, piel y vísceras mezcladas donde luego añadiría una cucharadita de nuez moscada más un poco de concha de nácar y ser aplicada con parsimonia sobre su rostro, especialmente donde las arrugas eran mucho más notorias.
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