Cuando me enamoré en paracas, mi corazón llevaba un
dreadlocks style sensacional que me atrapó a primera vista, me latía su sonrisa
coquetona, me ahogaba en ese oceánico mirar. Llevaba el short en la medida
exacta del deseo, la piel dorada por las caricias solares, piernas que
incitaban a solo morderlas, dorarlas y morderlas en serio. No pude verle el
trasero, pues estaba sentada dejando que los demás se embriaguen del deseo que
iba emanando su delgado cuerpo. Era la paz en el mundo y la guerra hormonal.
Estaba sentada, atenta al escándalo de unos cuantos tipos micrófono en
mano, parlantes a todo volumen, libros y
billeteras, poemas por ahí y poemas por allá, captando la atención de otros
tipos sentados por ahí buscando el fuego para encender sus mecheros y leían más
poemas, tantos que perdí la cuenta. Fue una tarde completa y uno se iba
mareando entre esas voces que leían y la cosa se ponía seria. Oliverio saltaba
espantapájaros en mano después de escapar de las nubes y ella atenta, sonreía,
me sonreía. Yo andaba atrapado entre poesía y cuentos, que son son tan solo
mentiras que sirven para tapar cosas que no atrevemos a decir o quizá cosas que
se dicen para crear realidades falsas. Empecé a sentir frío, era invierno y se
sentía un frío de mierda. Ella aún con ese shorts, mostrando las piernas, a su
lado la noche parecía más cálida pues quienes la rodeaban empezaban a sudar, de
pronto la llamaron, no logré oír bien su nombre, pues al levantarse me dijo
hola, dándome un abrazo y echando a correr donde los demás tipos y cogió el
micrófono, saco del bolsillo trasero un papel, desdoblándolo delicadamente,
trate de acercarme lo más que pude, el gentío no me permitió avanzar, su voz lo
absorbió todo, caía seducido y su hola se me hacía eterno, encendía la hoja que
sostenía entre los dedos, para entonces ya estaba completamente enamorado, no
pregunten cómo, solo lo sabía. Paracas se había llevado parte de mi corazón, me
lo había arrancado, dejándome como “el espectador”, ella
encendía esas palabras, las llamas empezaban a ir achicharrando su piel, la
hoja estaba completamente quemada, solo caían cenizas. El olor del mar desapareció
por un instante, la carne ardiendo llenaba el ambiente, el viento iba lijando
el rostro de todos y ella sosteniendo la hoja que casi desaparecía, quemándose
los dedos. Las olas hacían bailar a los botes que anclaban a orillas, dejaba el
micrófono, la abrazaban esos tipos y ella me buscaba con la mirada entre el mar
de gente que iba incrementando cada vez más, la iban alejando entre sonrisas,
halagos torpes llenos de lujuria, uno le susurraba algo al oído, asintió
sonriendo y respondió algo tan corto y sus labios no se volvieron a mover más,
quizá haya dicho también Hola. Mientras en el escenario entraban unos chicos,
instrumentos en manos a empezar la noche rockera y ella ahí, entre los brazos
de ellos, que la iban alejando, hacía frío. Quería esperar, pero al final me
largué, hacía tanto frío.
Así fue como me enamoré, Paracas arrebató mis suspiros, es
que uno suele enamorarse en cada lugar de alguna manera u otra.
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