Una tarde de febrero la vi cruzar;
vestida de negro o color gris quizá.
No la conocía entonces, ni quería empezar,
quien diría, es ella ahora quien mi vida iza.
Fría como la cordillera, triste
como el final;
así la conocí, a mi lado apareció.
Sentada en mi cabecera, con un puñal,
pensé que se iría pero nunca se desvaneció.
Me acompaña a cenar, jamás a
caminar,
la veo en mi sala, también en mi cama.
Tanto así que de ella me empecé a encariñar.
No es real, no la puedo tocar, no es una dama.
Y me dijo: Soy tu soledad, te
acompaño,
te veré llorar, sufrir, nuca te he de dejar.
Viviré con tu pena o cada que te causen daño,
confía en mí, soy la única que no se ha de alejar.
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