lunes, 28 de octubre de 2019

ASISTIENDO A MI PROPIO FUNERAL

No recuerdo bien como llegué al borde de aquel puente, mis ojos eran un río con agua de avenida, mis pasos lentos trataban de huir de mi hermano, de mí, de estos delirios locos que acribillan sin cesar, como si se tratara de una maldita construcción. Era él quien me pedía que me detenga:
-          -     Conversamos chato. Putamadre, conversemos.
Decía y sin embargo mis pasos continuaban sin detenerse como las manecillas de un jodido reloj.  Llegó a mi lado y lo único que hice fue golpearlo a la cara con todas las fuerzas que pude sacar en aquel momento. Golpeé tres veces su rostro hasta que vi caer lágrimas de sus ojos y recordé cuando pequeños durante la noche cuando profería enojado que yo no era el hijo de su padre, que aquella casa donde se cobijaba jamás le pertenecería y que tan solo los perros eran de su propiedad. En esos momentos le quitaba la frazada por más de media hora y justo salía a relucir aquellos ojitos tristes, me miraba temblando en aquellos años, con los mocos colgándole de la nariz, con una extraña ronquera que le daba un aire de viejo. Lo juro, digo esto desde lo más profundo de mi corazón si es que acaso me queda uno aún y no soy tan solo parte de una historia breve.
Juro que intenté abrazarlo,  decirle que ya nada importaba, que los libros empapados eran tan solo un pequeño desastre, que las letras que se habían disuelto con el agua que acababa de usar para limpiar la casa y que había acabado por inundar toda la biblioteca no importaba ya nada, pero no pude. En ese momento sin saber cómo, sentí el un extraño estruendo que venía desde mi vientre y se apoderaba no solo de mis tripas y mordía lentamente este hígado que día a día se podría con alguna que otra infección, sentí el llamado del agua que todo lo salva, esa que  rugue como un verdadero amo de la selva, un león marcando territorio. No tengo exactamente la siguiente imagen que procederé a describir ya que no estoy completamente seguro de si mi cuerpo salto del puente, de eso que me hacía estar sostenido en un piso que me convertía en un ser terrestre. Ocho segundos de caída en la que para ser sincero no vi el resumen de mi vida como suelen pasar en las películas y en los libros que ahora nadaban en medio de la sala y la cocina junto a unos cuantos trastos que olvidé lavar al salir enojadísimo de la casa. Ocho segundos en los que tan sólo títulos de ellos pasaban por mi cabeza mezclándose con nombres de los autores y el viento que acariciaba mi rostro. Ocho segundos de una sopa de letras en pleno hervidero. Que cesó con un golpe seco y frío. Un golpe que sacudió las aguas y me llevo a cubrirme de polvo y quitarme de toda ropa que llevaba en aquel momento. Ya no escuchaba el grito de mi hermano que segundos antes se mezclaba a ese caldo de letras que cruzaba por mi cabeza, ya no se oía el rugido del río ni los autos que hasta ese momento eran tan sólo un leve murmullo. Nada, solo mi cuerpo en el fondo del río sin elevarse ni mojarse lleno de un polvo extraño que no podía mojarse y completamente desnudo. Pensé que la muerte había obrado y que era acaso el castigo por quitarse la vida, cerré los ojos y todavía podía sentir a ese tipo que había saltado del puente dejando los ojos tristes de un hermano arrepentido, dejando la culpa en su rostro y en sus manos. Abrí los ojos e intenté salir a nado del fondo en el que me hallaba. Más al salir a flote desnudo, como ya dije, me topé con cuatro paredes enormes y un cuadro baldío y monótono de tierra no solo en el piso, mucha tierra y polvo en todo el pecho y las piernas y en las manos y la cara. Es está la muerte entonces, me dije. ¿Es acaso tan solo una prisión eterna llena de polvo, ladrillo y grava?
En ese momento, enfurruñado y con una leve excitación con una hermosa erección hizo levantarme y correr contra aquella enorme pared de concreto que se extendía hasta donde la imaginación llegase, esa pared infinita que no me permitía ver el cielo y me dejaba solo con mis pensamientos. Corrí queriendo estrellar mi cuerpo, o al menos lo que consideraba mi cuerpo, contra aquel muro de cemento y ladrillo en blanco y negro para de una vez por todas eliminar los restos que aún quedaba de mí. Y ¡Oh! Para mí sorpresa este se destruyó como si fuera un castillo de naipes que se convertía en un montón de plumas naranjas y grises. Ya fuera, sorprendido y asustado seguí corriendo cuando me invadió una terrible hambre que jamás había experimentado, anduve hasta llegar a una avenida vacía, las casitas que acompañaban el paisaje eran todas de barro y quincha con techos de tejado de color mandarina donde todas las  puertas permanecían abiertas, hasta que me detuve en una que dejaba ver una mesa con un plato de asado jugoso con papas que brillaban como el sol,  un vaso enorme de barro con un dibujo del sol acompañado de líneas verticales alrededor. Llamé dos veces y al no recibir respuesta me adentre y acerqué directamente al plato, en aquel momento mi estómago gruñó. Sin pensarlo dos veces cogí la carne y salí rápidamente del lugar sin poderme percatar de que había en el vaso. Ya fuera feliz, comencé a devorar la presa mientras avanzaba a pasos lentos concentrado en la presa hasta que llegue a la esquina y ahora el paisaje era completamente distinto. Ahora ante mis ojos las avenidas tenían casas de hasta tres pisos y con enormes ventanas de lunas polarizadas. En una de estas vi mi reflejo, ya no estaba desnudo, llevaba una camisa negra, un Blue jean antiguo y unos botines deslucidos. No entendía nada y seguí caminando hasta dejar solo el hueso de la presa cuyo sabor no pude sentir por la rapidez con la que la devoré. Al acabar boté el hueso cerca de unos perros que se rascaban la oreja en un poste de alumbrado público. De pronto recordé el sabor de las Solanum muricatum y suspiré tan triste como cuando empecé todo esto. Cerca de estas enormes hizo su aparición una tienda, bueno, era más un quiosco donde se exhibían dulces y un pepino amarillo y jugoso justo como me lo había estado imaginando en aquel preciso momento. Me acerqué y llamé, salió una enjuta y vetusta mujer de pasos lentos, quien al verme sonrió. Qué desea joven, dijo. Mientras mostraba sus pocos dientes, estaba abrigada a pesar de que no se sentía frío en el lugar con una enorme chompa de lana.
Pregunté por la fruta y ella rápidamente respondió: Cinco soles la unidad, casero.
Metí las manos en los bolsillos varias veces, más no hallé moneda alguna. El antojo se apoderaba de mí y en un intento estúpido le dije a la anciana que necesitaba urgentemente comer esa fruta pues si no podría incluso morir. Accedió sin chistar y me la entregó luego de lavarla con el agua de una botella  que tenía debajo de la mesa y cortarla, con un cuchillo que hizo su aparición como por arte de magia, en cuatro para volver a desaparecer por donde vino.
Sorprendido continúe caminando por aquella calle, la cual no me parecía conocida ni nada por el estilo. La curiosidad despertaba frenéticamente en mí. Y si acaso esto es un lugar de muertos y las personas son amables con los recién llegados como muestra de bienvenida, me dije. Anduve con este pensamiento hasta llegar a lo que parecía un paradero de autobús en el cual una joven de pelo corto y liso, hasta los hombros, algo corpulenta y de gafas se encontraba sentada. Era una mujer apetecible de voluminosos pechos y de hermoso rostro que vestía una falda roja y camisa a cuadros guinda y blanco.
Al fin y al cabo, no tengo nada que perder me dije a mi mismo y la intercepté:
-         -      Disculpe, quiero hacerle el amor en este lugar.
La chica de unos veintidós años me vio con los ojos completamente abiertos, con una leve mueca de asombro. Me ruboricé en aquel preciso momento, las orejas rojitas, temblor en las rodillas, sonrisa nerviosa y las manos sudorosas.
Estuve a punto de irme en aquel preciso momento. Ella seguía viéndome de pies a cabeza un tiempo que pareció eterno. Cuando di el primer paso para retirarme mientras limpiaba el sudor que comenzaba a poblar mi frente. Ella me detuvo por el brazo donde ya no estaba el tatuaje de Ouróboros que me hice una noche luego de liarme unas cuantas botellas de pisco y ron a causa de una ruptura sentimental. Giré la cara y la vi. Se levantaba, se quitó los lentes que llevaba en aquel momento, dejando a un lado el libro que leía con total estoicismo, cuyo título no pude leer, se levantó de su asiento para acercar sus labios a los míos en un suave y tierno ósculo que rápidamente comenzó a llenarse de caricias lascivas. En contados segundos acabamos desnudos haciéndolo a la vista y paciencia de todos, los vehículos que pasaban se detenían unos segundos y sin decir nada avanzaban para seguir su camino. Muchos de los ómnibus que pasaban dejaban que sus pasajeros nos tomaran fotos y entre risa y risa continuaban su viaje. Fue un largo rato entre sudor, saliva y espasmos, llantas y senos suaves, humo y jadeos. Al acabar, ella se vistió para volver a tomar asiento, colocarse los lentes y retomar su lectura. Azorado y cansado me vestí rápidamente y me despedí sin decir palabra alguna. Llegue de pronto a un parquecito muy pequeño y algo descuidado, donde las plantas estaban cubiertas de polvo y el pasto se veía un poco seco. Tomé asiento en una pequeña banca mientras miraba las casas alrededor. En ese momento tuve unas terribles ganas por fumar un cigarro, ya sea de cualquier marca, en ese momento solo necesitaba de un maldito cigarro para dejar que todas las ideas que me atrapaban tomen asidero y tranquilizarme por unos momentos para ver las cosas claras. Tenía los ojos fijados en el suelo, cuando al levantarlos pude ver una pequeña tiendecita que apareció de la nada, sonreí por lo afortunado que era en ese lugar, me dirigí a la tienda la cual tenía como entrada un largo pasadizo para llegar a dos mostradores pequeñísimos donde se exhibían dulces, lapiceros y cajetillas de cigarrillo Lucky Strike, Pall Mall y Marlboro. Llamé dos veces hasta que apareció un jovencito de unos quince años de edad quien renegaba con algo. Preguntó casi gritando que era lo que necesitaba y pedí un cigarrillo. El joven sacó el fallo y sin decir nada lo encendió y dio tres caladas antes de entregármelos, me enojé muchísimo y tiré al piso el cigarrillo indignado por la acción del jovenzuelo y sin decir nada le metí un puñetazo que lo mando al piso donde también se le cayeron un par de monedas del bolsillo que vinieron a parar a tan solo unos cuantos centímetros de mí. Salieron muchas personas en pocos segundos, padre, hermanos y tíos del muchacho. Los cuales me miraban enojadísimos, el joven no dijo nada mientras se levantaba del suelo. Explique rápidamente los sucesos y la cara de todos ellos cambio casi de inmediato, empezando a recriminar al niño por encender el cigarrillo, mandando al joven dentro de su casa junto con los hermanos y los tíos. El padre de este me pidió perdón y para enmendar todo me obsequió una cajetilla de cigarrillos y un encendedor de color verde para también desaparecer. Antes de salir recogí las monedas, en total unos quince soles, abrí el paquete y encendí un cigarrillo mientras deseaba ver a mis amigos para contarles todas estas nuevas aventuras en las que me veía enfrascado.
Al salir volví a tomar asiento en el mismo banco donde reposaba minutos antes de ir a por el cigarrillo, cuando de pronto vi a Daniel y Pedro, amigos de infancia y de adolescencia, los cuales andaban cagándose de risa mientras se acercaban adonde me hallaba. Nos saludamos, ofrecí cigarros y sin decir nada comenzamos a caminar, ya en la esquina comencé a contar todo lo sucedido como si nada hubiese pasado, como si la vida continuara tranquilamente, ellos me miraban asombrados y dudosos a todo lo que yo les decía. Volvimos a pasar por el paradero donde le hice el amor a aquella jovencita de lentes, ahora había tres mujeres sentadas y conversando entre sí. Les dije que era nuestro día de suerte y que Pedrito por fin podría despedirse de su virginidad. Pedro se puso nervioso y acelero los pasos hasta llegar al lugar antes mencionado. Las tres chicas nos vieron de pies a cabeza. Es decir, un zambo, un gordo y un chato es una combinación común en estos días y lo común es algo que muchas veces las flacas no suelen elegir. Sin más me acerqué a la de pelo rubio y le di un beso en la mejilla, las tres dejaron sus asientos de inmediato con intención de golpearme. Me quedé parado y les dije que no lo hagan, que mejor es el amor a la guerra y que los cuerpos sabrán encajar perfectamente si se pone de su parte. Las tres sonrieron, extendí la mano a la rubia de vestido morado y pelo alborotado. La tomó, caminamos un par de metros hasta llegar a la vereda donde empecé a desvestirla y besarla. Pedro y Daniel al ver esta escena hicieron lo mismo, Pedro se llevó a la bajita y algo rechoncha. Daniel a la flaca y alta de pelo encrespado. Lo que paso está por demás decirlo. Sucedió lo mismo que con la primera chica, al acabar volvieron a sus respectivos lugares como si no hubiera pasado absolutamente nada. Pedrito era el que comenzaba a contarnos su nueva experiencia mientras tenía una sonrisa de oreja a oreja, Daniel por su parte no lograba entender nada de lo que estaba sucediendo en aquel preciso momento, no lograba hacerse a la idea de que fuera tan sencillo poder tomar a una mujer sin antes trabajarla. Les dije que no importaba, que era un lugar para gozar y darnos de lleno a los que más quisiéramos en aquel momento. Avanzamos unas cinco cuadras, cuando al ver un Bugatti Veyron color negro estacionado a unos cincuenta metros de nosotros. Entendimos sin decir nada lo que teníamos que hacer, nos acercamos rápidamente al auto e intenté abrir la puerta del piloto algo desconfiado, para mi sorpresa la puerta estaba sin seguro y las llaves estaban en el auto. Pedro y Daniel subieron también en la parte trasera. Puse las llaves, encendí el motor, preparé todo, encendí la radio del coche, sonaba Basket case de Green Day. Salí despacio por la enorme avenida, sonreíamos como unos locos libres, empezamos con cincuenta kilómetros por hora que rápidamente se convirtieron en ciento cincuenta, para dar paso en tan solo ocho minutos a trecientos veinte kilómetros por hora. Íbamos cantando y saltando apoderándonos de la pista y dejándonos llevar por la vos de Billie Joe Armstrong, la batería de Tré y el bajo de Mike. Antes de que la canción culmine nos encontrábamos quemando las pistas a cuatrocientos treinta kilómetros por hora. Los muchachos estaban algo asustados, pero al estar en una carretera lineal me sentía con la seguridad de solo avanzar y pisar el acelerador. Las cosas iban bien, la velocidad dejando el sonido que había sentido cuando salté del puente, cuando de pronto vimos la señal de una curva cerrada. Pedro y Daniel gritaron:
 ¡FRENA MIERDA! 
Pero ya era demasiado tarde, a esa velocidad el impacto iba a ser potente y para colmo de males estábamos frente a una cueva. Gritaron asustados, me asusté. En el preciso instante en que íbamos a colisionar contra la pared de piedras cerré los ojos. Escuché el impacto, pero no había dolor, me sentía completo. No quise abrir los ojos rápidamente por miedo a ver el cuerpo de mis amigos cubierto de sangre o destruidos completamente. Conté hasta cincuenta cuando los abrí. Me hallaba parado en el puente Angamos, a doce cuadras de mi casa. Cuatrocientos treinta y un metros más allá un bus había colisionado con un Toyota Yaris color verde, la gente gritaba y corría para auxiliarlos mientras el bus comenzaba a cubrirse de fuego, a cincuenta metros mi hermano corría en dirección a mí, al llegar tan solo dijo:
-              Perdóname chato, no fue mi intención.

Y entonces, sin decir nada. Lo abrace con todas las fuerzas que pudiera tener en aquel momento.




-Narcisiliano Qatsuqui

miércoles, 18 de septiembre de 2019

Mi madre lloraba por haber parido una hija...

Mis padres me pusieron Magdiel. Magda para los más cercanos, Maggy para los amigos más jóvenes, bruja para mis hermanos. Nena para mi madre y Magdiel Rosario cuando mi padre estaba enfurecido. Para ti, como desees llamarme, después de todo los años que cargó encima importan nada, las heridas y golpetazos que también traen son ahora solo manchas en la enorme página en blanco que busco cubrir. Pues me cuesta mucho llenar el aire con mi voz. Sé que te has ido llenando de rabia y cólera conmigo, tal vez por no decir nada sobre y durante tus andanzas para mantenerte de alguna u otra forma en la casa. Pero ya no puedo más, he visto en tus ojos ese brillo suave y tintineante cuando lo ves, esa sonrisa pura que hace que se te contraigan los cachetes cuando te llama, tu nerviosismo y esa gotita de sudor que corre por tu frente cuando te escribe al celular. Y en el fondo me recuerdas a mí.
Claro que hablamos de distintas épocas, tú y toda la tecnología y todos los conocimientos que has ido almacenando en tus dispositivos. Tú y esa amplia gama por escoger y buscar alguien que te sea interesante. Tú navegando en el tiempo a diestra y siniestra.
Yo y las radio novelas, el derecho de nacer y sus capítulos nuevos cada mes, yo y las cartas de hojas de cuaderno com garabatos en ves de letras. Yo y los pocos libros de mi gaveta, los libros tristes los libros alegres los libros azules y amarillos . Yo y mis conversaciones púdicas a las cero horas y catorce minutos sentada en el mueble de la sala frente a la pantalla blanco y negro que solo tenía estática a esas horas. Yo y el Ring para las llamadas de a cinco soles por tres minutos en las filas largas para marcar.
Hay mucho que nos separa y con esto no quiero que pienses que guardo rencor por todas las veces que me alzaste la voz y me mandaste a callar, por las veces que te morias de vergüenza cuando preguntaban si yo era tu madre.
Nada de eso hija mía, vengo aquí con todo el amor del mundo a contarte la historia que intenté borrar por completo de mi vida y quemé esas pocas cartas y libros y todo lo que me ataba al recuerdo de aquel cuerpo castaño, aquellos ojos desorbitados, su pelo negro, sus palabras y el maldito silencio que lo acompañaba. Podría decirse que vengo advertirte.
La tarde fue incierta, tenía el pelo largo y grasoso, un extraño aroma añejo como a vino y cachina. Leía poemas de un tal Niels Hav y gritaba como un loco las palabras que se aprendía de memoria. Un cursi de los malos que bebía y reía como estúpido inflando el pecho como un pavo, Real. Un poco esquivo, vestía camisa manga larga y el pelo engominado. Fueron tardes y noches bajo la luna y el sol, pistas de baile y pasos tontos de moda, manos sudorosas, rosas de plásticos y risas aplausos al salir de cada función.
Mi madre sin embargo lloraba todas las noches en su cama maldiciendo su vientre por haber parido una hija que acabaría limpiando trastes en una casita alejada de la urbe, que probablemente tendría los dientes llenas de caries, al menos las que aún permanecían en la boca que mi madre a esas alturas imaginaba. La panza enorme y constantemente preñada. La casa llena de niños y pañales por limpiar junto a los trastos del almuerzo de ayer.
Los días avanzaban presurosos, el corazón se tornaba débil y calmo cuando él decía que mi cuerpo tenía el aroma del Ron y las frambuesas mezcladas en el mismo aire: "Te rodea muñeca" decía muchísimas veces, mientras se peinaba el pelo, con el peinecito de color celeste que llevaba en el bolsillo del pantalón.
Las cosas de pronto comenzaron a cambiar, él llegaba tarde y dejaba de peinarse. Se quedaba viendo al aire y acentia a todo lo que le decia. Hasta que un día dijo:
"Flaca, esto no funka. Es muy pesado y siento que ya no te necesito"
Dos días después lo vi funkando con una chica maquillada con enormes tacones y pelo corto. Una momia con aires de juventud. Tarde en contarle a mi madre mientras el dolor me destrozaba todas las tardes, noches y mañanas. Sentía como se me salía el pecho, se me secaban los pechos y me apestaba el sexo. Como me pasaba los días frente a la ventana de algún hotel fumando o solo viendo el techo y contando cuantas vueltas daba el ventilador.
Hasta que decidí contárselo a mi madre, cuando ella me encontró entrando a la casa a eso de las tres y treinta y cuarenta y dos de la mañana oliendo a trago y con los ojos rojos. Mi madre lo odio muchísimo. Lo odio y lo quiso al mismo tiempo. Su cabeza llena de complejos. A ella le fue imposible soportar verlo comer un trozo de carne haciendo caso omiso a los cubiertos de la mesa.
Lo amé como las flores a la primavera, con las hojas de mi cuerpo y con todas mis voces. Lo amé tanto hija, que aún por las noches siento oír su voz detrás de la ventana, ingresando con sus pasos raudos y su estupido andar altivo, llega a la mesa y dejaba cualquier cosa sobre la mesa, él odiaba tener la mesa vacía. Lo amé tanto que solo me queda estas palabras para tratar se describir en pocas lineas todo aquello que surgía de mi pecho por años.
Jamás volví a saber de él, salvo por algunos comentarios de terceros quienes se llenaba la boca comentando a voz elevada, mientras levantaban un tomate y se lo llevaban a la nariz para olfatearla,que su actual novia tiene un hijo de cinco a seis años que él ignora. Un hijo que vive con su madre a kilómetros de la ciudad. Que la mujer solo usa su dinero, como tantas otras veces lo hizo. Que se trataba de una reverenda vividora. Pasaron cuatro años cuando me enteré del trágico accidente vehicular dejó doce muertos. Entre ellos él. Lo curioso es que no venía en ninguno de los vehículos accidentados. Al contrario él salía corriendo a tomar la combi que lo llevaría a su trabajo cuando fue testigo del fatídico accidente entre una camioneta Nissan y un minivan de doce pasajeros, para entonces tenía ya dos hijos y un entenado con la chica esa, entró al vehículo y comenzó a bolsiquear a todos los pasajeros que pedían ayuda cuando recobraban la conciencia y volverse a desmayar. Los vecinos que llegaron al lugar vieron como él cerraba la puerta y cruzaba la pista para seguir esperando su combi. Lo demás fue un linchamiento con transmisión en todas las redes sociales.
Mi madre no acertó del todo en aquella historia que suele sacarme algunos suspiros de cuando en vez, claro que tiene que ver muchísimo en cuenta el hecho que haya tenido un final trágico. Pero si tuvo cierto grado de verdad cuando lloraba por haber parido una hija que acabaría lavando trastes...

Con todo el amor que me cabe en el pecho que te vio crecer, tu madre.
P.d. No creí necesario poner lo que quería decirte con toda la historia resumida en esas líneas. Eres mi hija, sé que lo entiendes.

martes, 27 de agosto de 2019

LA CONDENA


Cuando llegó al consultorio tomo asiento en la típica sillita color rojo en el centro de la sala y se limpió el sudor de la frente unas tres veces con el pañuelo color rosa que guardaba en el pantaloncillo de tela. Empezó tartamudeando, con los ojos desorbitados y sin más empezó a contar sin detenerse ni un solo segundo, mientras yo tan solo lo escuchaba:
“La verdad es que no puedo explicar mis sueños. Cada día se me hacen más sangrientos y bizarros, tanto que incluso empiezo a temerlos mientras me siento al borde de la cama luego de despertar. Por ejemplo, ayer soñé que iba en una combi por una de las calles de Huamanga, para ser exactos por la Cinco Esquinas. Esa donde se puede ver gran cantidad de periódicos, carros y peatones inundando todo el ambiente con su fétido olor y también cantidad de vagabundos sentados pidiendo limosna o simplemente vendiendo peines, agujas, carretes de todos los colores, caja de fósforos, dedales y cigarrillos de contrabando. La combi en la que iba era la número cinco y sus colores rojo y azul se distinguían de los demás microbuses. Venía desde mi casa en el seguro de Cannán alto y el tráfico a esa hora era un total asco. Últimamente las calles se han llenado de venezolanos y eso mismo pasaba en mi sueño. Iba yo con la vista enfocada en la acera donde las personas se aglomeran y los rostros se confunden los unos y los otros, donde sus ojos son también tus ojos por tan solo un par de segundos, donde tus manos sienten el sudor de un cuerpo a varios metros de distancia al igual a pocos centímetros. La calle abarrotada me dejaba ver directamente a un vagabundo que levantaba la mano para pedir alguna moneda que cayera sobre ella y la pueda descansar por lo menos un breve lapso de tiempo. En esto una hermosa venezolana que vendía marcianos y sándwiches pasaba con su típico acento ofreciendo su mercancía, la vi pasar cerca del vagabundo que con la mano estirada esperaba se posase en ella alguna moneda. Juro que pude ver sus ojos cuando la extranjera estuvo delante de él, esos ojos inyectados de lujuria y de completo desconocimiento, sus manos dejando de estar estirada para ir a parar sobre el enorme y acorazonado derrier en forma tan descarada que la chica extranjera comenzó a increparle su actuar dejando caer alguno que otro chupete y sándwich. El hombre cubierto con tan sólo harapos y sonrisa sobrecogida quiso levantarse del suelo donde se hallaba sentado intentando huir del lugar antes de llamar la atención de los transeúntes sin embargo, no contó con que la extranjera usase la cuchilla que guardaba en su bolso para apuñalarlo. El golpe que le dio fue tan rápido y tan violento, en medio del insulto que ella musito: mañoso coñesumadre.
El cuchillo fue a dar un par de veces en el estómago del vagabundo, dejando el polo color amarillo con una mancha roja que se iba acrecentando dejando que el ocaso de su ropa grite a todos en la calle. El tipo cayó lentamente al suelo, mientras la venezolana iba alejándose lentamente hasta llegar a una esquina y doblar. Algunos peatones lograron también observar todo lo sucedido, las pocas mujeres que allí estaban gritaron en medio del tráfico atascado de pleno tres de setiembre. Por mi parte pude ganarme con todo el espectáculo pues estaba por así decirlo frente a ellos, sentado en el asiento del fondo de la combi de color blanco con líneas rojas y azules.
El grito de las mujeres avivó a los transeúntes quienes se acercaron rápidamente al vagabundo desangrándose en plena vereda. Las mujeres explicaban una y otra vez que la atacante fue una extranjera, venezolana, por la gorrita que está llevaba puesta y la describían como una mujer de grandes proporciones que vendía marcianos y sándwiches quien saco de su cartera el objeto punzocortante con el cual hirió al compatriota. Las personas en rededor se indignaron y comenzaron a proferir insultos en contra de la mujer que aún no conocían. Inmediatamente una pequeña comitiva salió disparada buscando a la artífice de tremenda falta a un ciudadano peruano. No tardaron ni diez minutos en traer a la mujer quien inútilmente intentaba explicar lo ocurrido;
-        Pero chica, lo hice porque estaba cansada de que los coñesumadres se sientan con facultad de meterme la mano cada que ellos quieran.
Para esto, el tráfico no había dejado avanzar al colectivo en el cual me encontraba, los demás pasajeros bajaron dispuestos a golpear a la mujer pues les parecía algo bien pendejo que siendo extranjera cometa tremenda falta, comenzando a increparle sobre el seguro social, la facilidad de trabajo que se les daba y demás cosas que en estos momentos no recuerdo bien. Puede que todo esto haya sido tan sólo la cosecha de toda la mierda que sueltan los medios de comunicación tratando de enervar a mis conciudadanos para buscar un desfogue de toda la telaraña de corrupción y el maltrato continuo de nuestras autoridades, y es que es mil veces mejor echar la culpa a unos tipos que desconocen de todo esto y solo vienen a tratar de sobrevivir. En esto no quiero defender a nadie solo ser sincero con lo que viene ocurriendo en nuestra sociedad o al menos lo que sucedía en aquel momento en mis sueños
Comenzaron a empujar a la pobre mujer que lentamente se colocaba detrás del colectivo en el que iba y fueron expandiendo el chisme sin siquiera levantar al pobre vagabundo que se encontraba tirado en la vereda sin poder emitir alguna palabra.
Esta parte del sueño fue la que me dejó helado sin poder respirar y minutos después me llevo a despertarme para toparme con un frío de diez grados bajo cero en plena selva, algo que no se veía en cientos de años, el paisaje estaba cubierto de una neblina tan potente que a diez metros uno no podía distinguir absolutamente nada.
La mujer se intentaba proteger de los manotazos que la gente intentaba propinarle colocándose detrás de la combi, para esto yo me levanté del asiento y quise salir para explicar cómo había sucedido todo, no para defender a la extranjera, si no para aclarar el tema y para regañar a todos por no llevar de una puta vez al herido a un centro hospitalario. Cuando el motor de la combi que estaba detrás aceleró con todo hasta colisionar con la combi de la cual estaba a punto de bajar, el coque fue tan brutal que destartalo la parte trasera del vehículo en el cuál venía, dejando para mí sorpresa y miedo total las piernas de ciudadana venezolana deslizándose en el piso de la combi donde yo aún permanecía, sangre chorreando por todos lados como si fuera una bañera, la gente afuera festejando lo ocurrido con;
- ¡Se lo merecía por perra!
- Bien hecho, por no respetar a los ciudadanos natos.
- Que se joda, quien la manda a salir de su país.

Alrededor otros ciudadanos venezolanos trataban de no vomitar y de huir a toda costa del lugar. Por mi parte no me quedó más que bajar del vehículo, avanzar unas cuantas cuadras con los zapatos manchados de sangre, entrar a una librería para preguntar por libros que hablen sobre el salvajismo humano a lo que el vendedor replicó:
-Solo tengo el antiguo testamento, pasillo uno, fila cuatro.
Avance lentamente hasta que por fin pude abrir los ojos y abrigarme con una manta más, sin comprender completamente que carajos estaba pasando en mi cabeza.”

Al acabar los oficiales lo sacaron de la oficina y se lo llevaron directamente a su celda, donde purgaba cadena perpetua, para retirar sus artículos personales y ser trasladado a un hospital psiquiátrico.  



-Narcisiliano Qatsuqui


miércoles, 5 de junio de 2019

MISIVAS DE CORALINE

Tenemos en exclusiva para todos nuestros lectores lo que vendría a ser, según las autoridades pertinentes, la correspondencia entre los acusados de la enorme catástrofe y levantamiento de Ciudad Suárez y La Ciudadela Esperanza, como en los alrededores.
Según el informe las cartas interceptadas son de Javier Gonzáles (32) quien se encuentra en condición de prófugo y viene siendo buscado intensamente por nuestras autoridades. Las cartas van dirigidas a su complice Coraline Bermúdez (27), quien se entregó hace más de tres meses a la comisaría de Alto Despertar. Semanas después, en a carceleta en la cual se encontraba recluida, se halló el cuerpo sin vida de la prisionera quien al parecer se ahogó tragando un pedazo de tela de su sábana. Coraline aseguraba que estaba arrepentida de todo lo que había planeado en contra de nuestra Gran Nación, prometiendo dar nombres y detalles. Lastimosamente la Burocracia engorrosa no permitió que brinde la información necesaria.
A continuación, dejamos en exclusiva las misivas enviadas por Javier Gonzáles. Las autoridades no descartan que los textos se encuentren escritos en clave.



1
Aquí son las diecisiete horas, veinte minutos. Los días han sido suaves, digo esto porque el sol ha salido desde las tres de la tarde, ha calentado las hojas del naranjo y los insectos dormitan entre hoja y hoja. Hoy por la mañana han preguntado por el libro que olvidaste en casa, eran unos niños muy pequeños, tenían tus manos inquietas y temblaban por ojear cada una de las páginas del libro con pasta amarilla y con un título enorme con letras doradas. Corali, te juro que no he dejado que nadie toque tu libro, ni yo me acerqué a él, está en misma mesa donde la dejaste.
Responde a la brevedad, un saludo.
El Jav.

2
Esos pequeños han insistido una y otra vez, al principio lo tomaba con alegría ya que observar sus caritas cuando empezaban a inventar alguna excusa tonta, sus manitas queriendo abrir la puerta, si pudieran tumbarme ya lo habrían hecho. Pero luego comenzaron a dejar notitas en la puerta y las ventanas lo cual lo tomaba con gracia y hasta con ternura. Sin embargo, las cosas comienzan a salirse de control, ayer destrozaron una de las ventanas traseras de la casa. Eliseo, mi hijo, ha llorado asustado e incluso Doggy ha estado aullando toda la noche.
Ahora lo llevo a terapia para que pueda dormir sin despertar gritando como un loco:
- ¡¡Cuidado con esos vidrios que duermen en el río!!
Javier.


3
Por favor, Corali, espero que al leer esto puedas responderme y venir lo antes posible a recoger el libro amarillo que dejaste olvidado en la mesita de noche del cuarto de huéspedes. Te he comprado una flor de plástico, aunque sé que no te agradan, pero no necesitan agua ni se marchitan.
Aunque aún pregunto cómo demonios llegaron a saber los mocosos esos que había un libro amarillo en la casa.
Hoy siendo las veinte horas esos pillos han dejado un grafiti el cual parece un libro amarillo. Empiezo a sentir miedo, Corali, donde estés, al menos responde para saber qué hacer con tu libro.
Javier

4
Ha pasado más de una semana y los niños han ido aumentando, ahora no sólo hay pintas en mi casa, si no en casa de toda la cuadra. Ayer Eliseo llego magullado, se quedó callado en la mesa sin comer ni un solo bocado y no se movió de ahí durante el día. Lo llevé a la fuerza a la cama y al despertar empezó a llorar mientras empezó a contarme casi gritando que en el colegio unos niños encapuchados lo agarraron en el baño y lo dejaron todo golpeado en el piso, los niños salieron huyendo en todas las direcciones, que los maestros y el mismísimo director se mostraron desentendidos cuando fue a quejarse a la dirección. Claro que fui enojado a reclamar el por qué no habían hecho nada en aquel momento y estos imbéciles me dijeron que fue simple juego de niños y nada más. Qué entienda que entre los niños existe aún el lado salvaje de la vida, cosas irrelevantes, sucesos de recreo y riña de mocosos. sobra decir que salí enojadísimo y decepcionado del lugar. Cambiaré a Eliseo de colegio mañana mismo.
¿Entiendes mi situación? escribe pronto, un abrazo.
JAVIER G.
5
Corali, las cosas se han salido de control, ya no solamente la cuadra tiene grafitis del libro amarillo. Ahora la ciudad entera está llena de mensajes y pintas de color amarillo. Ayer, incluso sacaron un reportaje donde varios especialistas debaten en vivo y en directo el significado y lo que representa el color amarillo. Los ataques sin embargo han cesado. Eliseo está bien. Hoy fue su segundo día en el colegio nuevo y lo veo más feliz y tranquilo, me dijo que cada aula consta de solo nueve alumnos. ¿Recuerdas que en el salón éramos más de cuarenta y cinco?
Por favor, agradecería vengas por el libro, en caso te sea complicado pues decirme que hacer con él, ayudaría muchísimo.
Un abrazo.
JAVIER GONZALES

6
Lamento insistir tanto, sabes a mí tampoco me agrada está idea de estar recordándole a alguien sobre algo que ha dejado, no sé si adrede o casualmente. Todo estaría bien a no ser que aquel objeto empiece a ocasionar problemas y disturbios en mi vida que siempre fue tranquila y sosegada.
Coraline, mujer, aparece de una maldita vez y dime qué hacer con el asqueroso libro de mierda que te has dejado en mi casa.
¿Qué por qué me pongo faltoso?
Anoche entraron a casa y mataron a Doggy, el perro de Eliseo, y dejaron escrita la siguiente frase: "¿Dónde está? /se acerca la niña blanca"
De antemano conozco tu erudición y no hace falta explicar nada.
¿En qué carajos estás metida?
Da señales de vida y ayuda a conservar la de esta familia.
Hasta pronto.
JAVIER.

7

Esta debe de ser la séptima carta que mando, claro que ninguna obtiene respuesta. Esto ya es el colmo Coraline, las cosas se están poniendo horribles y todo pasa tan rápido, las casas empiezan a tener ventanas rotas, notas en todas las puertas con avecillas muertas y secas. Ayer por ejemplo dejaron una alfombra con pétalos de rosa con un poco de aserrín y una notita pequeña, todo esto frente a mi casa. Los vecinos salían y tomaban fotos por todos lados, estaban asustados y a veces reían.
La nota esa decía: "Carrozas avanzan a paso lento, al paso muerto"
Si no respondes en un par de días, acabaré entregando el libro ese o quizá lo acabe quemando de una maldita vez. Eliseo se fue con su madre al Ecuador, vivirá con su padrastro Andrés, espero que esa noticia te sea grata. Ya que en lo personal a mí no me ha sido fácil hacerlo, pero en mi corazón prima su bienestar por sobre todas las cosas.
JAVIER.



8
No sabía que aquel libro tuviera que abrirse con una llave Corali, contarte que salí de casa hace una semana, la cosas allá estaba patas arriba, amanecían perros envenenados en toda la ciudad, los parques con flores muertas y picos de aves muertas alrededor de plumas cubiertas de sangre, cementerios con gallinazos sobrevolando el cielo de nimbos y demás nubes.
¿Mi casa? mi casa ha sido destrozada, cada día, cada tarde, cada noche. Por eso hui de ahí, estoy hospedado a tres horas de la ciudad. Me traje el libro conmigo quería leer su contenido, pero no he podido abrirlo por el cerrojo que lo protege. Sabes, creo que no durare mucho, llamé a un cerrajero para que pueda abrirlo y leer esto que me ha traído tanto problema. Te estaré avisando si ocurre alguna novedad, mientras tanto estaré esperando tu respuesta.
JAVIER.

9
Corali, no pudimos abrir el libro, el cerrajero forzó y trató de cortar, pero nada. Alistó sus cosas y salió volando por la ventana con rumbo desconocido y completamente azorado, me dijo en todos los años que viene ejerciendo su oficio jamás se topó con nada similar. Minutos después tumbaron la puerta, rompieron las lunas y destruyeron la habitación. Menos mal salí a pagarle por el trabajo al cerrajero y logré escapar con vida de aquel escándalo. Los vecinos asustados contaron que los atacantes eran niños enmascarados y cubiertos con manteles y sábanas de color blanco, entre juego y verdad dejaron todo hecho trizas, si preguntas por el libro aún lo tengo en las manos ya que lo llevo incluso al baño. Tengo miedo por lo que vaya a venir más adelante. Si saben dónde me quedo será el final de todo. Tengo miedo, no sé qué oculta el libro y ahora tampoco quisiera saberlo, en parte la ignorancia me mantiene a salvo. Solo deseo librarme de todo el miedo que empieza a acecharme cada que saco la cabeza por una ventana, no conversó con alguien y he dejado de comprar el periódico. Espero poder volver a escribirte Corali, las malas corazonadas me han estado rondando últimamente. Enterrare el libro en el viejo árbol donde solíamos jugar mientras reventábamos pompas de jabón, contaré tres pasos desde el tronco y luego iré a la izquierda contando treinta pasos que posiblemente den cuarenta o cincuenta, eso ya lo sabes tú.
PD. Responde por favor, voy cada dos días a ver si ha llegado alguna carta para mí, claro que antes tengo que usar algún tipo de disfraz, sabes he comprado un par de pelucas y bigotes falsos.
PD2: Descuida, Eliseo ya está mejor junto a su madre, incluso ha participado en el tercer concurso interescolar de narrativa y poesía lírica. Aunque tartamudea de cuando en vez, le irá bien.
JAVIER GONZALES.




Y estas, queridos amigos. Es la correspondencia de Javier Gonzáles y Coraline Bermúdez, sindicados por la Guardia central como los autores intelectuales de los ataques masivos en varias ciudades. No se descarta que el asesinato de Coraline haya sido planificado, por Javier Gonzáles, quien también fue compañero de estudios y aún se encuentra prófugo. Las autoridades no descartan que Javier sea la mente maestra de toda esta locura que nos causado serios problemas y gastos por todo el jaleo ocasionado en nuestra GRAN NACIÓN.
Iremos informando más detalles en la siguiente edición.

No se olvide de adquirir nuestro próximo número y ser a usted el acreedor de la cinta que muestra el levantamiento del pueblo y la muerte de estos. Tres horas inéditas captadas por nuestros corresponsales en cada una de las ciudades y ciudadelas.

sábado, 18 de mayo de 2019

LOS RINOCERONTES NO SOLO FUMAN, TAMBIÉN MUEREN.


Y sí, todavía me siento emocionado y muchísimo si alguna jovencita se acerqué o salude coquetonamente, como sucedió ayer. Sentado, fumando un cigarrillo Lucky strike convertible con pastilla de mora y limón. Me levanto para tirar la colilla en el tacho de basura frente a la banca de la plaza de armas de Atalaya. La noche alumbrada por luces amarillas, muy antiguas, que se sostenían de los postes con forma de candelabro. Los insectos volaban alrededor de aquella artificial luz, rodeaban varias veces como enloquecidas la tenue y triste luz. A esa hora la noche huele a tierra húmeda y pasto y tristeza que emana cada una de las personas que pasan alrededor, ya sea en alguna mototaxi o caminando. Con las pupilas como platos enormes, todos volteaban y seguían cada uno de mis pasos hacia el tacho. La gente me veía por como vestía, siempre lo mismo, por como vestía. Y eso que no llevaba gran cosa puesta si no la típica camisa de a cuadros jean y el short con estampado de flechas y triángulos. 
Bajó de una moto, de cuerpo delgado y rostro delgado, común entre la gente de la selva, pero ligeramente alargada en la mandíbula, cobriza, pelo lacio y bien peinado hasta los hombros de ahí hasta la cintura llevaba el pelo desgreñado y ondeado, de contextura pequeña y de ojos negro azabache profundo. Llegué, sin pisar ninguna línea que separaba las baldosas pues iba imaginando estas significarían mi derrota, mi aniquilación total. Puse la colilla dentro del tacho verde con la base oxidada.  En el retorno a la banqueta continuaba ensimismado en mi tonto juego cuando la oí, claro que antes de dejar la mototaxi ya me había dado una mirada escrutadora y avanzó lentamente como si tratará de anclarse en cada, uno podía darse cuenta de la lentitud de sus pasitos. Me detuve a verla con curiosidad, buscando un cigarrillo entre mis bolsillos vacíos. Ella se detuvo frente a mí, suspiro fuertemente y quizá fue la soledad de ambos, ese corazón destartalado en medio de una noche triste o quizá el sonidos de las llantas de las mototaxis que la coaccionaron a acercarse lentamente.
Al estarse cerca a mí, con la mirada más tierna y de ojitos achinados y párpados en constante caída dijo:
- Bue-nas noch-es, jov-en. 
Se arregló el pelo, mostrando los incisivos, caninos con total soltura , bajó la mirada, continuó su andar viendo las baldosas. Avanzó hasta la banqueta contigua, a unos tres metros y medio. Ambos debajo de una enorme palmera muy hermosa de un verde tan intenso como el de una Tettigonia Viridissima. Antes de sentarse volvió a verme y dejó el lado derecho del banco libre. 
Me sentía envuelto en un extraño trance, me ardía el pecho y me temblaban las rodillas, me
sudaban las manos y se me llenaba de gotitas de sudor en el pliegue y borde alar. No era para menos, encerrado tres semanas (es decir un dieciséis de septiembre del dos mil veintidós)  en una habitación de hotel, sin poder dormir a causa de constante golpeteo del piso de arriba que por más que reclamará me decían que eran pequeñas reparaciones sumado a la racha de suerte mala aquel era el único hotel del pequeño pueblo y las pocas veces que había salido a tomarme una cerveza con intención de hacer amistades me tocaba con puro marica que me proponía barra libre si lo cachaba. ¡Carajo! como si tuviera la necesidad de un mecenas del trago. Los mandaba a la mierda o sólo les decía:
- Arranca reconchasumare, no le entró a la mostaza, arranca, arranca. 
Y seguía bebiendo, claro que también me topé con maricas bacanes que replicaban:
- esta bien causita, pero vamos a tomarnos un parcito, no me hagas Roche pe'
Igual acababa ebrio y lateando por algún lar en esta ciudad con casitas de material noble de hasta tres pisos alrededor de seis cuadras de la plaza de armas y las demás con casitas de madera muy pequeñas con aroma alcanforado, techo de calamina con estilo de cola de pato. Atalaya es el pueblo que abre las puertas de su cementerio solo los días sábados de ocho de la mañana a las tres de la tarde; los domingos de ocho de la mañana a cuatro de la tarde. Es decir si se te ocurre morir un día que no sea esos te recontracagaste y estarían con tu cuerpo en la morgue hasta esperar que abran el mohoso y abandonado cementerio que por cierto está incluso más alejado que cualquiera de los cuatro prostíbulos que si abren de lunes a domingo en horarios de once de la mañana a dos de la madrugada, con las mesas y sus parroquianos repletos, bebiendo, bebiendo, solo bebiendo entre los pasillos con luces de neón color naranja o rosa, bajo esteras o un plástico azul y en el mejor de los casos bajo calaminas. 
Aquel saludo me había sacado del Estado melancólico en el que me encontraba, de esos días sudando en la cama, dando vueltas para poder refrescarme. Decidí acercármele, pedí permiso para poder sentarme junto a ella, accedió otra vez con esa sonrisa infantil, sus ojitos negros de pupilas pequeñísimas, como aquel suave rostro soñoliento y sonriente. Parecía un ángel bajo la tenue luz de las farolas, tratando de arreglarse el pelo, frotándose los ojos.
Le pregunté su nombre, de dónde venía, si esperaba a alguien. Pero ella sonreía y se permanecía muda, mirando mis botines algo deslúcidos. Arremetí nuevamente con mis preguntas de como había llegado ahí, su edad (por el rostro y el pequeño cuerpecito le calculaba unos diecisiete años y eso excitaba muchísimo) si tenía un hora máxima para llegar a casa.
Ella solo miraba mis tabas en total mutismo, mientras alrededor otros tíos abordaban a jovencitas que bajaban de mototaxis, solo que a ellos no los saludaban, eran ellos quienes se acercaban a las que estaban solas en sus banquetas.
De pronto la pequeña se levantó y me tomó de la mano sin más y musitó suavemente mientras íbamos pisando las líneas de las baldosas en varias ocasiones:
- Vam-os a bai-lar, este ambi-ente me acong-oja terrible-mente. 
Le seguía los pasos, ella que antes avanzaba lentamente ahora casi corría con sus pequeñas piernecitas, al andar detrás de ella pude apreciar mejor el pequeño y redondo culito que se manejaba, era una mujercita quebradita con las posaderas como de ganso, tenía pechos pequeños pero a quién le importaba eso a esas alturas, ella me había contagiado esas ganas por bailar y oírla mencionar la congoja me hizo dar cuenta de que esa era mi maldita situación y me llegaba al pincho y al mismo tiempo me ponía algo duracell el hecho de que ella me lleve así de la mano por un pueblo desconocido, de la cual poco o nada esperaba ya.
Me llevó alrededor de unas diez cuadras, en las cuales podía ver árboles rebosantes de alegría y colores, saliendo de las casas y dejando sus ramas en medio de la vereda nos agachamos y pasamos por un bar con las paredes de Calamina donde varios tipos jugaban al golpeado y metros más allá unos patitos cruzaban la pista poco transitada, hasta que llegamos a una discoteca que recién estaba abriendo, el nombre del local era "Aquelarre club-disco-bar" Pasamos, aún de la mano, el portero no me cobró nada.
-Pasen, pasen aún es temprano.
Fue lo único que dijo y nos dejó ingresar. Dentro nos topamos con un ambiente de pequeños sofás de color rojo y blanco con mesas de plástico, la barra de bar hecha de caña Guayaquil con un letrero que decía:
                     "Hoy cervezas
                         Pilsen
                         Cristal
                         San Juan
                         Jarras 
                         Desmemorizador
                         Semen de pitufo"
                          
La jovencita me llevo a una mesa cerca de la barra, al sentarnos me dijo:
- Hoy te acom-pañaré, mi nom-bre será Lalia. Y el tuy-o será Lalo, esta-mos en sinto-nía o no?
Reí, enternecido por su vocecilla de ave, trinando en medio del bullicio que decían tra tra tra, pa' tra tra tra pa'. Accedí y le pregunté por las jarras de tragos.  Lalia sonriendo de oreja a oreja me dijo que el Desmemorizador era la mezcla del cañazo con chuchuhuasi más gaseosa inka kola y que no me la recomendaba, que era trago para loquitos. Mientras que el Semen de pitufo le sonaba nuevo, incluso excesivo. Reímos y pedimos tres cervezas San Juan, era temprano y el local aún estaba vacío acabamos las cervezas mientras ella hablaba y decía que se sentía de veinticuatro, que el nombre se lo puso porque le gustaba muchísimo, vivía sola a catorce cuadras de la plaza en línea recta a la muni, que trabajaba en una pequeño restaurante pero la dueña la había echado porque encontró al marido intentando abusar de ella, Lalia se lo dijo pero la matrona creyó al marido y la echo no sin antes llamarla puta, perra, cachera. Pedimos tres más, Lalia acostó su cabeza en mi hombro, no llores Lalia, dije. 
- Nica-gando lloraré, Lalo, estas conmi-go y es lo único que im-porta.
Sus ojos decían que por nada del mundo la dejase sola, sus ojos se anclaban a los míos intentando permanecerse por más tiempo reflejados en los míos. Mientras tanto el lugar comenzaba a llenarse de jovenzuelos que iban abarrotando el local.
Bebimos, bailamos, la gente comenzaba a llenar el local. Ahora el mar de transpiración de cuerpos jóvenes se nos metía por la nariz, olía a sexo, arrechura, cigarros, cloro y pescado. De pronto el local Veíamos tres jovencitas bailando con dos tipos llenos de cicatrices que mientras se movían pasaban sus manos por los pechos y el culo de estas, ellas solo reían. Más allá un grupito de jovencitos gays echaban ojitos a cualquier tipo que pasaba a la barra a pedir tragos. 
bebimos unas nueve o doce botellas cuando ella, que ahora se acurrucaba junto a mí dijo que tenía un hambre de mierda:
- Lalo, me ca-gó de ham-bre. vamos a com-er algo, ya? 
Salimos empujando entre tanta gente que se apretujaba lujuriosamente, tomamos una moto y le dijimos que nos lleve a la plaza de armas, nos cobró dos soles y cincuenta centavos. "Ya es tarde señor, por eso la tarifa sube un poquito" 
Bajamos, empecé a sentirme mareado, ella también porque metía las manos en mi bolsillo y reía:
- Jajaja to-que a Lalito, jajaja.
Yo era feliz estando ebrio, estando junto a Lalia, en la plaza cagándonos de risa, una noche que iba a ser la segunda semana en esa pequeño pueblito a unas veinte horas de la capital y todo por el pequeño saludo. 
Entramos a una pollería:
- Dos cuartos para comer aquí, por favor. Ah! una jarra de chicha más señito, gracias. Nos sentamos y mientras esperamos los platos ella quiso leer un poema, cogió mi celular y con los pulgares presiono dieciocho veces la pantalla, solo para decir que no encontraba el poema que buscaba, que probablemente la poesía ya había muertos horas atrás. Insistí en que busque el poema, me devolvió el celular entonces decidí leer algo mío, se lo dije y sus ojitos se iluminaron, comió tres papas mientras leía el texto que había escrito aquella tarde:

Buscando, perdido y con las tabas llenas de mierda y polvo
el recuerdo de todos los polvos en los que me vi metido
cuantas líneas de polvo blanco han sido trazadas buscando alinear mi desconfiada vida,
 tartamudo falso trotamundo
más falso que todos los billetes que gastaron mis manos
billete tras billete, durmiendo sobre la repisa de alguna veladora. 
Todos tienes un parecido enorme a otras personas cuyos rostros empiezo a desdibujar
baldosas que también cuentan, desde cada una de sus vértices
"Tu dolor es el dolor del proletariado
tan dulce y triste
que ha pasado entre todas las bocas"
calles angostas entre rizos y pelos de ichu
sudores uniformes celeste y verde
azul o gris
fósforos plateados lustrando por luca china 
toda la sangre seca
oscuramente seca y triste
como el pedazo de carne 
colgado en el tendedero de una casa que sabe brindar solo abrigo
cuantas personas habrán pasado frente a los ojos 
y llorado al mismo tiempo
tratando de salvarse de tsunami que nos caerá
/en breve/
Estos carros me recuerdan a todas las veces 
que dijiste saber cuando acabaría nuestras vidas
apocalípticos besos 
que saltan de la línea 
escabulléndose, entre la pastosa suavidad del siguiente renglón
Está plaza llena de manos esqueléticas que intentan acariciar mi rostro
mientras sonríe y se relame un ojo
eso no calma el tic nervioso y tonto 
que cada semana inventaba
pensando si aquel vuelco del estómago
era confundido con las famosas mariposas
ahora otra plaza de viste de luto
carga un maletín mientras come un puñado de tierra
ayer volví a presenciar otro accidente de tránsito 
iba yo detrás, como pasajero
cuando el impacto logró despertarme y presenciar aquel golpetazo frío y rotundo
como el puño de un hombre tomando vuelo
hacia la planicie de un rostro árido
destellos en el cielo, truenos en el cuello
una tormenta en el pecho 
mientras el huayco de nuestro sexo desbarata otras ciudades
pequeñas
preparándonos para la verdadera batalla
que se nos viene, que nos lapida.


Ella no acabó su plato, solo dio algunas bocanadas más y se me quedó viendo, parpadeando lentamente, dejándolos cerrados más de un segundo. Yo que cuando siento el alcohol elevado empiezo a tener un voraz apetito acabe el cuarto de pollo y todas las papas fritas, la ensalada y hasta el aguadito. 
- No que te cagabas de hambre -le pregunté aún con la pierna del pollo entre las manos. 
- Si, pe-ro (mientras sus ojitos se iban hacía la derecha) meee-jor lo lleva-mos a mi ca-sa y acaba-mos allá.
Al acabar eso puso su mano sobre la mía.
- Esta bien y si deseas también le agregamos un vinoco. 
Ella río y asintió con la cabeza, llamamos al mesero y le pedimos una bolsita para poder llevarnos el pollo que ella casi ni había tocado.
Salimos, ahora Lalia ya no me guiaba de la mano, avanzaba a pasos lentos, se la veía triste, le pregunté otra vez un montón de cosas: qué sucede, por qué ahora estas así, tomamos una moto para llegar, compro el vino, estas segura que quieres que te acompañe, eres aún Lalia y yo Lalo?
lo único que respondió fue:
- Vam-os cami-nando, no está tan le-jos. Allá habla-mos. 
Sus pasos en total silencio la iban alejando de mí, detrás iba yo, cargando sus sombras, llevando la bolsita de comida. Durante todo el camino no dijo nada, solo oíamos el ruido de las motos y las pocas camionetas, nos topamos también a ojos sorprendidos y chismosos que nos seguían por una o dos cuadras, si estos iban acompañados murmuraban entre ellos, deteniéndose a cada tramo para voltear y vernos nuevamente. Al pasar la décima cuadra, giró rápidamente y me detuvo, cubrió mi boca con la palma de su mano y preguntó, tenía los ojos casi apagados, soñolientos y muy cansados, casi sin brillo, a pesar de todo eso la podía ver maravillosamente bella, estaba cerca de mí y ya no me sentía el ser más triste del mundo.
Casi llegando a su casa, a unas tres cuadras había pequeño puente, debajo el agua corría mansamente. 
- Pro...promete que no... no dirás nada -Dijo cuando estuvimos a metros de su hogar.
Me sorprendió la falta de energía en sus palabras, pero no dije nada, preferí callar y asentir a preguntar por algo que sin duda la ponía de malas y escarbar en ese dolor podría haber malogrado la noche que parecía mejoraba. Abrió la puerta marrón de su pequeña casa de material noble pintada de color verde. Era de una sola pieza, es decir en una sola habitación estaba la cocina, la sala, la cama y en una esquina el baño. 
- Tom...toma asien...to donde pu... pu...edaaas.
entonces su cuerpo se dejó caer en la cama desatendida y llena de pantalones jeans y calzones de todos los colores y tamaños. 
Me acerqué para asegurarme de que se encontrará bien pero ella inmediatamente sacó una lata de redbull de su almohada, se levantó con tanta fuerza, la abrió de inmediato y la bebió de un solo tirón. 
Al acabar con un sorbo potente y sonoro aventó la lata a la esquina donde estaba el baño. Me vio a pocos metros y se abalanzó a abrazarme con tanta fuerza que me sentí partido en dos. En ese momento, en medio del abrazo, aproveche para tocarle el trasero suavemente, ella no sé inmutó. Pasado un buen tiempo, la verdad no sé si fueron cinco minutos o media hora porque su abrazo era tan cálido y fuerte que me hizo cerrar los ojos y entregarme de lleno al manoseo suave. 
Ella se alejó luego y con voz pausada dijo:
- Sabes, quie-ro vayas a la lico-rería Matterk-ing y com-pras un par de vin-os, tenemos que cel-ebrar esta gran no-che, no es ciert-o. 
Volvió a abrazarme y me besó en los labios, con suavidad, humedad dulce bañada de un rojo carmesí, calma, calidez, su lengua abriéndose paso entre mis labios, entre mis dientes, chocando con mi lengua, entablando una batalla lengual, las dos lenguas enroscándose como serpientes mientras sus manos tocaban mi sexo despierto y mis manos ingresaban en los jeans y tocaban el calzoncito delgado que llevaba aquella noche deseando poder saber el color con la palma de la mano como los ciegos. La pasión que surgió en ese beso fue tremenda, cuando nos despegamos ella tenía el jeans desabrochado, el brassier fuera del polo y sin zapatillas. Mientras mi polo ahora esperaba en el piso junto a la correa de cuero que gane en una pésima apuesta. 
- Y condones, también condones -dije y de inmediato recogí levante el polo y me lo puse, fui a la puerta y antes de abrirla agregué:
- Vendré lo más rápido posible, ve poniéndote cómoda. 
En la calle gobernaba el silencio, no había mototaxis por ningún lado, avance rápidamente, al pasar la tercera cuadra comenzó a caer una pequeña lluvia que se fue intensificando cada vez más. era entrada la madrugada, a la octava cuadra el cielo se partía a pedazos y chorros de agua caían en todas las direcciones, eran como baldazos de agua sobre cada metro cuadrado del piso. llegué a la plaza y por suerte pude encontrar una moto, le pedí que me lleve a la licorería Matterking, el mototaxista no era de la zona, llegamos pero estaba clausurada hace unos tres días. El mototaxista me dijo que a unos cinco minutos del lugar había un market con todo, accedí y en el trayecto me fue contando que había escuchado sobre el Matterking:
- Socio, así a la volada - mientras aceleraba, tenía la parte delantera de la mototaxi con un plástico transparente para evitar mojarse- datearon que esa licorería era en si un chongo con pura peladita de quince a diecinueve añitos. Dentro había cuartorios y toda la mierda. Eso aquí es normal loco, lo malo es que todas las peladas estaban con el bicho. Dicen que en si cerraron ese lugar por eso. Ya que el sobrino del alcalde salió infectado.
Me dejó en el market, pedí que me esperará unos minutos para poder volver rápidamente a la casa de Lalia y cobijarme entre sus piernas. Le adelante el pago por el viaje de vuelta e ingrese al market.
Dentro, empapado, compré los vinos y la cajita de condones, pensé en lo que dijo el mototaxista, pensé lo peor. Salí asustado del lugar, la moto había abandonado el lugar, la lluvia seguía cayendo con más fuerza. una mototaxi azul pasó tocando el claxon, la detuve y le pedí me lleve a la plaza de armas, en la plaza pedí  entrará al costado del municipio y siga de frente unas catorce cuadras.
-Tío, te dejó en cinco cuadras, es que por el puente suele desbordarse el río y es peligroso. además ese puente podría colapsar en cualquier momento. 
tamare, dije pero accedí, cinco cuadras más cerca, solo eso sonaba en mi cabeza, iba imaginandola desnuda, su vagina juvenil de labios rosados y con poquísimas conversaciones, los vellos finísimos sobre su pubis, el marrón de sus pequeños pezones, su ombligo tembloroso, la calidez de su sexo, la humedad que pronto también se apoderaría de nosotros y también lloveríamos para nosotros, entre nosotros, por nosotros, de pronto el chófer se detuvo:
- Ya causa, hasta aquí nada más te traigo, ves putamare ya ha crecido el rió de mierda, provecho con las tabas, jajaja.
Baje, no le dije nada y le di las tres lucas que me pidió. Mis tabas estaban muy mojadas como para pensarlo dos veces, cruce el puente donde el agua marrón y espeso corría, había subido unos ocho centímetros sobre el puente.  Anduve las dos últimas cuadras. Aguachinado, pero las ganas por estar dentro de Lalia eran tremendas que sin darme cuenta avance y ya estaba en la puertecita marrón. Toqué tres, cuatro, cinco, diez veces, quince veces, veinticinco veces. No hubo respuesta. La cólera me comenzaba a invadir. ¿Acaso era el juego de una chiquilla aburrida? empuje la puerta con todas mis fuerzas tres veces hasta que se abrió, caí dentro y al levantar la cabeza el cuerpecito desnudo de Lalia pendía en la viga del techo, la soga la hacía ir de aquí allá suavemente, como en un péndulo, una piñata humana preparada para el golpeteo de los asistentes. Las bolsas se me cayeron al piso, corrí a levantarla. En la cama una nota en una hoja de cuaderno A4 me detuvo :

No le digas a nadie, 

"ADEMAS YA ME LAS TOMÉ ANTES DE CONOCERTE"
Gracias.
xoxoxxxoo

cerca de la almohada dieciocho blíster de clonazepam vacíos. 
en ese momento lo comprendí. Me acerqué lentamente a ella, detuve su cuerpecito con suavidad, dejo de tambalear en el aire, besé sus pies y sus dos rodillas, tenía el pubis depilado, un tatuaje de flor de loto en el ombligo que había sido modificado y se podía notar claramente, pechos pequeños de enormes pezones amarronados. También besé su lunar de la rodilla derecha, cerré sus ojitos, tendí su cama, limpié su baño, barrí el pequeño ambiente suyo. Antes de salir apagué la luz, recogí las bolsas de vino y ponchos. Cerré la puerta lentamente, para no hacer ruido alguno y dejarla descansar en paz, sobre el cuadro limpio de su habitación. Cuando llegué al puente saque los condones de la bolsa, los guarde en el bolsillo trasero y solté la bolsa y los vinos, vi como estas desaparecían en el agua oscura y barrosa, mis tabas estaban hechas mierda, llovía y lloraba mientras volvía a leer la hoja A4 mientras la lluvia la iba deshaciendo entre mis manos:

No le digas a nadie, 

"ADEMAS YA ME LAS TOMÉ ANTES DE CONOCERTE"
Gracias.
xoxoxxxoo

Agradecía, como si aquellas últimas horas hubieran sido las más emocionantes, junto a un tipo que botaba un pucho pensando en un futuro caché.

-Narcisiliano Qatsuqui.


viernes, 8 de febrero de 2019

Los suaves juegos de Susanita

Para ser honesto ahora realmente pienso concienzudamente todo eso que andan diciendo, a pesar de que lo sentido en aquellos momentos me gritan lo contrario esos aromas guardados en mi olfato, los cachorros con quienes vine a parar al estercolero en el que a duras penas logro encontrar una pequeña piltrafa. Ellos juran que Susanita ya tenía absolutamente todo elaborado. Sabía bien cómo y qué pensaba su madre, se escondía detrás de los muebles cuando su madre se distraía o estaba en alguno de sus dispositivos móviles y se le quedaba mirando largo tiempo.
 Así que decidió llevarse el cachorro más flaco y pequeño, pues que puede hacer un pequeño animal si no alimentarse de lo poco que le pueda dar. Por eso una tarde, esto lo dicen ellos y para ser muy sincero hasta empiezo a creer absolutamente todo. ella llegó al basural y empezó a vernos a todos los que en esa mañana rondábamos las bolsas de basura, negras, azules, blancas y rojas o quizá naranjas, amarillos. Siempre bolsas y en una que otra ocasión algún pequeño o gran costal. Los olores y hedores mezclados, dejando el ambiente ácido y rasposo. De pronto me vio, moviendo la cola llena de sarna y las orejas casi descostradas rebuscando en la bolsa blanca que solo tenía agujas y vidrios, pero había un olor extraño, uno que me iba atrapando completamente y dejaba de importarme esos cosquilleos y la sangre que goteaba de mi nariz. era el más pequeño del basural y ella se me acercó, quitó la bolsa blanca, colocó dos pastillas en un trozo de pollo y me los puso a unos pocos centímetros. Imagínese para un can como yo, Callejero y hambriento, ese pedazo de pollo fue el paraíso, sí, el paraíso a tan solo centímetros de mi boca, a escasos centímetros el cielo. No sabía que desde entonces ella usaba pastillas desparasitadoras en cada pequeño trozo de carne que trajo. Después limpió mi nariz y lo cubrió con un líquido morado, a los ocho días la vimos llegar esta vez con unos guantes de látex y una jeringa con una extraña sustancia. Para entonces trajo galletas en forma de huesitos y en forma de corazón, eran deliciosas, pero pequeñísimas, al sentir su aroma me le acerqué moviendo la cola y la oreja que ahora iban cicatrizando, empezaba a crecerme pelo después de tanto tiempo.
Los cachorros de la zona decían que me empezaba a ver de la putamadre y por eso dejé que pinchara con esa maldita jeringa. Me dolió, pero creía firmemente en Susanita. Así entre visitas inesperadas paso lo que sería un largo mes, cuando ella llegó en una camioneta, ahora sé que era de su padre, un tal Ernesto. Se detuvo y me llamó con un poco de sus ya conocidas galletitas. corrí como un loco, con la lengua afuera y la cola moviéndose y las orejas alegres y estos ojos cubiertos de alegría y el olfato con ese aroma a rosas y jazmines a polen de azucenas a hojas de naranja con un poquito de anís y hierba luisa, ahora la oreja y la cola las tenía completamente sanas y libre de caracha o sarna. Susanita metió de un solo alce mi pequeño cuerpo en el coche y le dijo al chofer, puesto que su padre estaba en alguna de sus importantísimas reuniones en alguna de sus importantísimas industrias azucareras de la zona.

 - ¡Arranca!

Se detuvo a los veinte minutos, en mi pecho una alegría desbordante hacia mover mi pequeña cola y me palpitaba el corazón de tanta alegría, mierda mierda mierda mierda iba a tener un hogar. Al bajar del carro me sentí nervioso y quise vomitar. Mojé cada una de las piedras que pude ver a mi alrededor, cada poste, cada pequeño trozo de árbol en lo que Susanita llamaba a su puerta, No hubo respuesta. entonces ella me alzó y sin decir nada me aventó encima de una pared de al menos tres metros de altura, Susanita era muy fuerte y pude pasar tranquilamente. Lastimosamente no soy como uno de esos felinos que siempre caen parados, caí hecho mierda, por poco y me lesiono una de las patas traseras. No lloré pues dentro vi árboles y pasto y aves y ramas y la alegría me desbordaba porque tenía tantos lugares nuevos para marcar. Espera a que Susanita entre y empezáramos a jugar, pero nada de eso paso. Pase oliendo todo en el jardín, marcando, persiguiendo a las aves y viendo a un gato marrón que se posó en una de las paredes a observarme mientras se lavaba los bigotes y el cuerpo. Le pregunté su nombre y el muy marica de animal ese, miraba siempre con desdén lamiéndose las bolas, el culo y la cola. A la noche llegó Susanita y su madre, su padre al parecer seguía en una de esas reuniones importantísimas en la azucarera. La madre de Susanita al verme rápidamente cogió una escoba y empezó a perseguirme por todo el patio armando tremendo follón:

- ¡Asqueroso animal! ¡¿quién te dejo entrar en mi hermosa casa?! ¡Lárgate!

 Fue entonces que Susanita salto, con lágrimas en los ojos, para defenderme con todo el coraje de sus pocos años de edad. - Por favor madre, no lo deslome. Mire que es un perrito desmedrado, verá que nos encariñaremos y pueda que haya caído a nosotros para entregarnos alborozo. Susanita era hija única y siempre se hacía lo que ella quería, su madre aceptó luego de oír el pequeño discurso de su hija y me pude quedar en su casa. Durante esa semana estuve comiendo huesos que sacaba la madre y Susanita, galletitas y una que otra avecilla que se posaba en el jardín. Corría por todos lados, en el mar verde, los troncos que se volvían una jungla, no había bolsas a mi alrededor, solo hojas secas y hojas verdes, ramas, un techo verde que me cubre del otro techo azul. pasaron tres meses llenos de juegos y mordidas cuando todo cambio. Susanita ya no paraba en casa, ahora salía desde la mañana y regresaba muy entrada la noche. si no fuera por los pajarillos que se posaban en el patio me hubiera aburrido fatalmente. Al menos la comida era algo de lo que nunca me podría quejar. Fue un domingo, y es por eso que ahora creo todas las cosas que dicen de ella aquí en las calles.
 Que desde un principio ella de deseaba llevarse al rottweiler de enorme cabeza, pelaje casi al ras del cuerpo, ojos de un color café, negro y enorme que también estaba abandonado, pero que sabía que su madre no la dejaría y por eso empezó llevando al perro más feo para acostumbrar a su madre, cómo les contaba. Ese domingo, Susanita me puso una cadena y me dijo qué saldríamos a pasear, al salir la camioneta esperaba afuera, yo emocionado iba moviendo la colita alegremente, saldríamos a pasear que cachorro no se alegraría, dígame usted. Entonces lo vi, en la camioneta, en el asiento de atrás. con su hocico enorme babeante y esa nariz mojada, esos horribles incisivos y caninos, esos ojos negros y el pelo negro y marrón. Enorme y babeante, Susanita me quitó la cadena y corriendo abrió la puerta de la camioneta. Brancco, que así se llamaba el rottweiler, ni bien tocó el suelo, debo decirles que ahora él también lucía completamente curado ya que antes se lo veía sarnoso y pulguiento, saltó hacia mi tumbándome al piso y mordiendo una de mis piernitas traseras. Lo único que hice en ese momento fue correr lo más lejos y cerca que pude, para poder ver a Susanita y ella me vuelva a salvar. Pero no fue así, Susanita acarició a Brancco y le dio unas galletas, volvió los ojos hacia donde yo estaba y riendo dijo:

-largo, perro de mierda.

 Lo que sucede es que Susanita había amado al perro bravo y sabía que amigos suyos, de esos mayores que ella tenía, apostaban la vida entera en las peleas callejeras y Brancco era en un rechuchaumadre que podría partirles el culo a cualquier perrito de mierda. Luego todo es conocido en estos lares, ella y Broncco entraron a la casa, su madre nunca le preguntó nada acerca del pequeño animal. Dicen en las calles que Susanita meses antes de asistirme ya alimentaba al terrible Brancco con sendos trozos de bife y que sólo esperaba que ese terrible animal la acepte, es que Susanita miraba con ojos brillantes al Brancco desde que vio como revolcaba al mismo tiempo a cuatro pequeños cachorros. Ahora que pasó tanto tiempo, y sigo en mi basural, me acabo de enterar que el rottweiler atacó al padre de Susanita, lo intentaron salvar, pero el perro atacó a todos en la familia dejándolos gravemente heridos. Si hubiera sido yo el padre de Susanita y toda su familia hubieran acabado tranquilos su faena y hubiéramos jugados con alguna rama de su patio hasta casarnos y quedarnos dormidos con la lengua fuera y el corazón enorme. Pero no importa ya nada de eso, saben de cualquier manera solo lo estoy pensando, cada vez más seriamente. Aunque los olores que regresan de vez en cuando me indiquen lo contrario, que podría hacer si, de cualquier manera, soy tan solo un perro del basural.





-Narcisiliano Qatsuqui.