viernes, 8 de febrero de 2019

Los suaves juegos de Susanita

Para ser honesto ahora realmente pienso concienzudamente todo eso que andan diciendo, a pesar de que lo sentido en aquellos momentos me gritan lo contrario esos aromas guardados en mi olfato, los cachorros con quienes vine a parar al estercolero en el que a duras penas logro encontrar una pequeña piltrafa. Ellos juran que Susanita ya tenía absolutamente todo elaborado. Sabía bien cómo y qué pensaba su madre, se escondía detrás de los muebles cuando su madre se distraía o estaba en alguno de sus dispositivos móviles y se le quedaba mirando largo tiempo.
 Así que decidió llevarse el cachorro más flaco y pequeño, pues que puede hacer un pequeño animal si no alimentarse de lo poco que le pueda dar. Por eso una tarde, esto lo dicen ellos y para ser muy sincero hasta empiezo a creer absolutamente todo. ella llegó al basural y empezó a vernos a todos los que en esa mañana rondábamos las bolsas de basura, negras, azules, blancas y rojas o quizá naranjas, amarillos. Siempre bolsas y en una que otra ocasión algún pequeño o gran costal. Los olores y hedores mezclados, dejando el ambiente ácido y rasposo. De pronto me vio, moviendo la cola llena de sarna y las orejas casi descostradas rebuscando en la bolsa blanca que solo tenía agujas y vidrios, pero había un olor extraño, uno que me iba atrapando completamente y dejaba de importarme esos cosquilleos y la sangre que goteaba de mi nariz. era el más pequeño del basural y ella se me acercó, quitó la bolsa blanca, colocó dos pastillas en un trozo de pollo y me los puso a unos pocos centímetros. Imagínese para un can como yo, Callejero y hambriento, ese pedazo de pollo fue el paraíso, sí, el paraíso a tan solo centímetros de mi boca, a escasos centímetros el cielo. No sabía que desde entonces ella usaba pastillas desparasitadoras en cada pequeño trozo de carne que trajo. Después limpió mi nariz y lo cubrió con un líquido morado, a los ocho días la vimos llegar esta vez con unos guantes de látex y una jeringa con una extraña sustancia. Para entonces trajo galletas en forma de huesitos y en forma de corazón, eran deliciosas, pero pequeñísimas, al sentir su aroma me le acerqué moviendo la cola y la oreja que ahora iban cicatrizando, empezaba a crecerme pelo después de tanto tiempo.
Los cachorros de la zona decían que me empezaba a ver de la putamadre y por eso dejé que pinchara con esa maldita jeringa. Me dolió, pero creía firmemente en Susanita. Así entre visitas inesperadas paso lo que sería un largo mes, cuando ella llegó en una camioneta, ahora sé que era de su padre, un tal Ernesto. Se detuvo y me llamó con un poco de sus ya conocidas galletitas. corrí como un loco, con la lengua afuera y la cola moviéndose y las orejas alegres y estos ojos cubiertos de alegría y el olfato con ese aroma a rosas y jazmines a polen de azucenas a hojas de naranja con un poquito de anís y hierba luisa, ahora la oreja y la cola las tenía completamente sanas y libre de caracha o sarna. Susanita metió de un solo alce mi pequeño cuerpo en el coche y le dijo al chofer, puesto que su padre estaba en alguna de sus importantísimas reuniones en alguna de sus importantísimas industrias azucareras de la zona.

 - ¡Arranca!

Se detuvo a los veinte minutos, en mi pecho una alegría desbordante hacia mover mi pequeña cola y me palpitaba el corazón de tanta alegría, mierda mierda mierda mierda iba a tener un hogar. Al bajar del carro me sentí nervioso y quise vomitar. Mojé cada una de las piedras que pude ver a mi alrededor, cada poste, cada pequeño trozo de árbol en lo que Susanita llamaba a su puerta, No hubo respuesta. entonces ella me alzó y sin decir nada me aventó encima de una pared de al menos tres metros de altura, Susanita era muy fuerte y pude pasar tranquilamente. Lastimosamente no soy como uno de esos felinos que siempre caen parados, caí hecho mierda, por poco y me lesiono una de las patas traseras. No lloré pues dentro vi árboles y pasto y aves y ramas y la alegría me desbordaba porque tenía tantos lugares nuevos para marcar. Espera a que Susanita entre y empezáramos a jugar, pero nada de eso paso. Pase oliendo todo en el jardín, marcando, persiguiendo a las aves y viendo a un gato marrón que se posó en una de las paredes a observarme mientras se lavaba los bigotes y el cuerpo. Le pregunté su nombre y el muy marica de animal ese, miraba siempre con desdén lamiéndose las bolas, el culo y la cola. A la noche llegó Susanita y su madre, su padre al parecer seguía en una de esas reuniones importantísimas en la azucarera. La madre de Susanita al verme rápidamente cogió una escoba y empezó a perseguirme por todo el patio armando tremendo follón:

- ¡Asqueroso animal! ¡¿quién te dejo entrar en mi hermosa casa?! ¡Lárgate!

 Fue entonces que Susanita salto, con lágrimas en los ojos, para defenderme con todo el coraje de sus pocos años de edad. - Por favor madre, no lo deslome. Mire que es un perrito desmedrado, verá que nos encariñaremos y pueda que haya caído a nosotros para entregarnos alborozo. Susanita era hija única y siempre se hacía lo que ella quería, su madre aceptó luego de oír el pequeño discurso de su hija y me pude quedar en su casa. Durante esa semana estuve comiendo huesos que sacaba la madre y Susanita, galletitas y una que otra avecilla que se posaba en el jardín. Corría por todos lados, en el mar verde, los troncos que se volvían una jungla, no había bolsas a mi alrededor, solo hojas secas y hojas verdes, ramas, un techo verde que me cubre del otro techo azul. pasaron tres meses llenos de juegos y mordidas cuando todo cambio. Susanita ya no paraba en casa, ahora salía desde la mañana y regresaba muy entrada la noche. si no fuera por los pajarillos que se posaban en el patio me hubiera aburrido fatalmente. Al menos la comida era algo de lo que nunca me podría quejar. Fue un domingo, y es por eso que ahora creo todas las cosas que dicen de ella aquí en las calles.
 Que desde un principio ella de deseaba llevarse al rottweiler de enorme cabeza, pelaje casi al ras del cuerpo, ojos de un color café, negro y enorme que también estaba abandonado, pero que sabía que su madre no la dejaría y por eso empezó llevando al perro más feo para acostumbrar a su madre, cómo les contaba. Ese domingo, Susanita me puso una cadena y me dijo qué saldríamos a pasear, al salir la camioneta esperaba afuera, yo emocionado iba moviendo la colita alegremente, saldríamos a pasear que cachorro no se alegraría, dígame usted. Entonces lo vi, en la camioneta, en el asiento de atrás. con su hocico enorme babeante y esa nariz mojada, esos horribles incisivos y caninos, esos ojos negros y el pelo negro y marrón. Enorme y babeante, Susanita me quitó la cadena y corriendo abrió la puerta de la camioneta. Brancco, que así se llamaba el rottweiler, ni bien tocó el suelo, debo decirles que ahora él también lucía completamente curado ya que antes se lo veía sarnoso y pulguiento, saltó hacia mi tumbándome al piso y mordiendo una de mis piernitas traseras. Lo único que hice en ese momento fue correr lo más lejos y cerca que pude, para poder ver a Susanita y ella me vuelva a salvar. Pero no fue así, Susanita acarició a Brancco y le dio unas galletas, volvió los ojos hacia donde yo estaba y riendo dijo:

-largo, perro de mierda.

 Lo que sucede es que Susanita había amado al perro bravo y sabía que amigos suyos, de esos mayores que ella tenía, apostaban la vida entera en las peleas callejeras y Brancco era en un rechuchaumadre que podría partirles el culo a cualquier perrito de mierda. Luego todo es conocido en estos lares, ella y Broncco entraron a la casa, su madre nunca le preguntó nada acerca del pequeño animal. Dicen en las calles que Susanita meses antes de asistirme ya alimentaba al terrible Brancco con sendos trozos de bife y que sólo esperaba que ese terrible animal la acepte, es que Susanita miraba con ojos brillantes al Brancco desde que vio como revolcaba al mismo tiempo a cuatro pequeños cachorros. Ahora que pasó tanto tiempo, y sigo en mi basural, me acabo de enterar que el rottweiler atacó al padre de Susanita, lo intentaron salvar, pero el perro atacó a todos en la familia dejándolos gravemente heridos. Si hubiera sido yo el padre de Susanita y toda su familia hubieran acabado tranquilos su faena y hubiéramos jugados con alguna rama de su patio hasta casarnos y quedarnos dormidos con la lengua fuera y el corazón enorme. Pero no importa ya nada de eso, saben de cualquier manera solo lo estoy pensando, cada vez más seriamente. Aunque los olores que regresan de vez en cuando me indiquen lo contrario, que podría hacer si, de cualquier manera, soy tan solo un perro del basural.





-Narcisiliano Qatsuqui.

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