Esta mañana , sin razón alguna, me sentí candidato a la presidencia de la República.
El día era bello, soleado, las flores henchían el aire con un tumulto de perfumes.
El color de los cerros espejeaba sobre la ciudad, verde-luz-de-esperanza.
Era, para decirlo simplemente, uno de esos días amables en que todo puede suceder: desde ganarse una lotería sin comprarla, hasta ser candidato presidencial.
Los astros me eran propicios.
Aunque me sentía feliz no pude soportar el tremendo peso que la vida descarga sobre las espaldas de los elegidos: ¡la responsabilidad del Poder!
Fui al baño con el fin de mirarme al espejo a ver qué tal me sentaba la gloria.
Debo reconocer, humildemente, que me luce.
Pasé una hora, o tal vez dos, ensayando gestos frente al espejo, actitudes trascendentales de esas que llaman "históricas".
Pasaba con enorme elasticidad de la depresión al éxtasis, del júbilo al abatimiento, de la pose despreocupada a la del pensador profundo.
Tomé la cosa tan en serio que olvidé completamente el espejo, el baño, y quién era yo. Entonces asumí mi papel de candidato ante los ejércitos de partidarios que en ese momento desfilaban ante la tribuna jurando fidelidad hasta la victoria o hasta la muerte, ¡oh embriaguez del Poder!
Aquello fabuloso evocaba el heroísmo homérico, la apoteosis de un Dios, el tributo que rinden los pueblos a los inmortales.
Transportado a las alturas del hombre endiosado por el mito, levanté las manos como hacen las reinas de belleza, y formando con dos dedos una invencible V de victoria, juré ante las masas pan y paraíso, glorioso emblema del partido.
El júbilo de corazones hambrientos estalló atronador y ascendió alo cielo eclipsando el azul.
Faltaron nubes al infinito para cabalgar sobre los ecos de la Revolución, plegarias del pueblo a los dioses crueles del Poder.
Pero el poder es un honor que cuesta, y sobre todo fatiga. Me sentía al borde de mis fuerzas.
Para cerrar con broche de bronce la epopeya de mi ascenso al solio, cerré el puño en furioso ademán de líder y lo agité violentamente en el aire electrizado de protestas…
Entonces sucedió algo extraordinario, sublime. Mi rostro presidencial, completamente ensangrentado, se hizo astillas en el espejo.
Mis compatriotas aterrorizados ante el drama histórico que se desarrollaba en ese momento me metieron apresuradamente en una ambulancia y me llevaron al manicomio, donde escribo esta fábula.
*Gonzalo Arango
Poeta y escritor nacido en Colombia, Gonzalo Arango es conocido por ser uno de los máximos exponentes del movimiento nadaísta, fundado por él mismo en 1958 y que supuso una fuerte ruptura con la tradición cultural y social colombiana.
Durante la dictadura de Rojas Pinilla, Arango apoyó al régimen en el poder y tras su caída resultó exiliado de su ciudad natal. Tras establecerse en Cali en 1957 comenzaría su etapa más activa dentro de la literatura.
Tras abanderar el nadaísmo, lo abandona en 1970 para adentrarse en una etapa más espiritual y marcada por el cristianismo.
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