domingo, 30 de julio de 2017

TRAFO Y LA HISTORIA SIN NOMBRES

Eran pocas las veces las que intercambiamos palabras, usualmente eran tan solo: ¡Hola, buenos días! Y un simple ¡hasta luego!
En un principio creo que al verme ella me odio, así, sin más. Simplemente me odio y quien chucha sabe que fue lo que le paso, en verdad que no lo sé. Da igual de todas mangas esa fue su primera reacción, quizá por los tatuajes y por no haberme persignado al pasar por la cruz cerca de la oficina. O tal vez sea por no haber saludado con el besito en el cachete, forma tan aburrida de saludar. Pero me odió la primera vez que nos conocimos.
Se sentaba en su lado de la oficina sin siquiera voltear la muy pendeja, porque estaba pegadaza a su pantalla, tecleando como una loca, se lograba oír como golpeaba cada tecla mientras me iba sentando en mi lado de la oficina, en la esquina derecha, junto a la ventana pequeña protegida con una malla rachel con el fin de impedir que los zancudos y mosquitos ingresen y jodan toda la mañana y parte de la tarde.
Así pasaron meses, enero, febrero, marzo y abril. Siempre en el los mismos lugares, ella pegada a su pantalla, tecleando como loca. Quizá para evitar una conversación. La veía rezar al medio día, seguramente el ángelus. Y recordaba esos años en el internado con los profes que ahuevaban a uno con tantos rezos y misas cada finde, no era para tanto los rezos. Recordaba todo los años encerrado en el internado, levantándome a las cinco de la mañana pues si no lo hacía me quedaba sin desayunar. Hubo varios amaneceres que me quedé sin el primer alimento del día pues desde aquella vez me perseguía una flojera de la cual no he podido librarme hasta el día de hoy.
Aquella tarde fue el comienzo de todo este rollo, preparaba las cosas para poder salir de una vez del trabajo e ir a casa a encerrarme a intentar leer o escribir algo, recogía el cuaderno con pasta negra que compré en un hipermercado una tarde la cuál duele recordar y no por el precio elevado del puto cuaderno, pues ahora absolutamente todo esta caro, vivir es caro, morir también. Por eso apuraba la mano para guardar todo y salir de una vez y alejarme de los insectos que perseguían por todo el campo.
-Trafo, dijo cuando me disponía a ponerme la mochila con todas las cosas en ella.
Quedé estático al oír su voz, suave y melodiosa, una voz de locutora de radio.
-¿Qué paso Yuliana? Musité con una voz grave pues acababa de meterme unos cuantos fallos en campo, manía que también me perseguía.
-Tú escribes ¿verdad?
-Ahmmm, si, como todos. Los informes y recetas de aplicación.
-No, no me refiero a eso. Y dejó caer el lapicero que sostenía en la mano. Ella también preparaba sus cosas y al parecer estaba nerviosa.
-¿entonces a qué te refieres? Mientras volvía a sentarme en la silla giratoria que me entregaron semanas antes, era una silla negra acolchada donde solía jugar dándome vueltas cuándo no había nadie en la oficina imaginando estar dentro de un torbellino.
-Escribes cuentos y poemas, creo. ¿Verdad?
Vaya uno a saber cómo carajos se entera la gente que uno tiene esos vicios peligrosos. Pero ahora su mirada no era la de semanas anteriores, no era la mirada de cuando la conocí.
-Sí, escribo cada que puedo.
-Escribes mucho Trafo.
-¿Por qué lo dices? -Y las ansias empezaban a recorrer todo mi pequeño cuerpo, siempre había oído esas palabras, en todos lados. Como si ellos supiesen lo que significa mucho para mí. Claro, para ellos mucho es tan poco pues en estos años el hecho de dar un poco más de lo debido es demasiado, en un mundo de mierda es donde estamos y ellos llaman mucho y eso emputa como los mil demonios. Las ganas de gritarle lo que se me pasaba en la cabeza chirriaba como los insectos que iban muriendo en los campos, sin embargo solo pude agregar- No
-Es que he leído tus textos publicados en la internet y son demasiados que casi no he acabado de leer.
Y otra vez con todas esas palabras que comienzan a joderle a uno la existencia, decir que uno hace mucho cuando no han acabado de leer ni un puto textito de mierda, pero no, uno ha escrito mucho según ellos.
En ese momento el odio cambio, ahora yo la odiaba y necesitaba zafarme de aquella conversación, esquivar todo lo que iba a decir, levantarme de la silla giratoria cubierta de cuerillo y callarla de una vez por todas, de tocarle las tetas para que empiece a gritar y pedir ayuda, tocarle el culo para que me siga odiando y maldiga el momento de haberme comenzado a hablar.
-Sé que soy un poco tonta y piensas que por rezar a las doce del día estoy jodida y hasta podría decirte que estos momentos quieres hacer algo para que deje de hablar, lo noto en tu cara y en esas manos que te tiemblan. Sabes te he visto mucho tiempo, desde que entraste sin persignarte cuando pasaste por la sagrada cruz donde se sacrificó nuestro señor Jesucristo.
Las manos me dejaron de temblar y la idea de tocarla se me había esfumado por completo, la escuchaba segura, se paró imponente frente a mí mientras avanzaba paso a paso, avanzaba y no podía levantarme para huir, no podía ni callarla, ni menos manosearla ya que hasta esa idea se me escapo y cayó directo al piso que iba soportando sus pasos mientras seguía hablando e iba clavando su mirada en la mía.
-He leído lo suficiente como para darme cuenta que detestas usar nombres para tus personajes, qué prefieres solo dejarlos como meros anónimos, qué dejas el trabajo de nombrar a los personajes. Y puede que tan sólo sea por el miedo a recordar o hasta sea posible que detestas asociar un nombre a una de tus creaciones. ¿Estoy incomodándote?
¿Cómo decirle que si? Si me encontraba pensando todo lo que me decía, dándome cuenta que en parte tenía razón, que mis personajes no tenían un nombre ni menos una historia real que poder contar, que solo escribía de pequeños sucesos que se agigantaban cuando me tocaba narrarlos que eran maravillosos tan sólo para mí y que para el resto le preste atención tenía uno que poder llamarlos de alguna manera. Maldita sea, en ese momento estaba ya arruinado y no podía responder a sus preguntas, no podía responderme a mí mismo.
-Ahm, Trafo. ¿Estás bien?
Preguntó como si no se hubiera dado cuenta que me ahogaba en toda la mierda que había soltado, imaginando que sus rezos no eran más que simples actos fingidos para dejarme al descubierto mientras empezaba a escribir recuerdos de cuando estudie en el internado de sacerdotes que sólo se dedicaban a joderle a uno el día.
-¿Trafo?
Pero no le respondía nada, ella tenía razón, ella, la chica que rezaba todos los días tenía razón en todo. Quería llorar en ese momento y preguntarle cómo había llegado a esa conclusión, cuestionarla en su razonamiento. Pero una erección se hizo presente y no la pude disimular. La vi sonrojarse y paso su mano por su nariz hasta sus labios, volteó a la puerta. A unos metros el personal cruzaba ya el portón verde cada uno con sus mochilas, cada uno con un nombre y yo no había tenido la amabilidad de preguntar, porque solo me limitaba a escribir lo que decían o lo que hacían en campo, mientras yo solo los vigilaba y reía para mis adentros de sus errores y de sus desgracias.
-Veo que te has emocionado, dijo por fin cuando todos los cuerpos cruzaron la salida.
Avanzó hasta estar cerquísima, su rostro ya no tenía el rubor de cuándo vio el bulto ardiente que se manifestaba en mi entrepierna. Avanzó, con pasos presurosos y al llegar a centímetros de la silla giratoria donde trataba de zafarme de aquel instante porque ahora era yo el que estaba nervioso, porque los nervios crecían más como mi erección pues ella empezaba a arrodillarse y sonreía de manera coquetona.
-Sólo quédate quieto, descuida tómalo como acto que nos limpiará de la incomodidad en la que estuvimos sumidos por meses.
La vi abajo, con su mano y sus uñas completamente cortadas que iban bajando la bragueta del jean Parada 111 que usé ese día. Las escenas siguientes fueron confusas y hasta no podría asegurar que paso en realidad. Sus manos hurgando y enfriando mi humanidad que salió al aire libre, sus dientes mordiendo su labio inferior, su boca a diez, cinco, dos centímetros, su lengua en el frenillo prepucial, sus labios apretando, la humedad de su boca, la sensación que salía disparada desde mi estómago hasta mi cabeza y su cabeza elevándose y volviendo a caer a mis muslos, repetidas veces. Todo parecía sacado de uno de los cuentos que vagaba por mi blog, pero muy real.
Tan real que acabo escupiendo todo en el jean levantándose luego pero con el rostro de la primera vez que nos conocimos, si, con ese rostro de odio por no haberme persignado cuando pasé por primera vez por la cruz cerca de la oficina. Cogió su mochila y me aventó las llaves.
-Cierras todo, hasta mañana Trafo.

Y salió sin más, giré unas cuatro veces en la silla hasta que su cuerpo como el de los demás también desapareció por el portón principal. Con un nombre, con una historia que olvide preguntar. Porque me preocupaba limpiar el pantalón y se hacía tarde porque los autos afuera transitaban solamente hasta las cuatro, preocupado porque el reloj daba ya las 3:50 pm y porque al día siguiente tendríamos que volver a decirnos “Hola”


-MELVIN JARA

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