Eran pocas las veces las que
intercambiamos palabras, usualmente eran tan solo: ¡Hola, buenos días! Y un
simple ¡hasta luego!
En un principio creo que al
verme ella me odio, así, sin más. Simplemente me odio y quien chucha sabe que
fue lo que le paso, en verdad que no lo sé. Da igual de todas mangas esa fue su
primera reacción, quizá por los tatuajes y por no haberme persignado al pasar
por la cruz cerca de la oficina. O tal vez sea por no haber saludado con el besito
en el cachete, forma tan aburrida de saludar. Pero me odió la primera vez que
nos conocimos.
Se sentaba en su lado de la
oficina sin siquiera voltear la muy pendeja, porque estaba pegadaza a su
pantalla, tecleando como una loca, se lograba oír como golpeaba cada tecla
mientras me iba sentando en mi lado de la oficina, en la esquina derecha, junto
a la ventana pequeña protegida con una malla rachel con el fin de impedir que
los zancudos y mosquitos ingresen y jodan toda la mañana y parte de la tarde.
Así pasaron meses, enero,
febrero, marzo y abril. Siempre en el los mismos lugares, ella pegada a su
pantalla, tecleando como loca. Quizá para evitar una conversación. La veía
rezar al medio día, seguramente el ángelus. Y recordaba esos años en el internado
con los profes que ahuevaban a uno con tantos rezos y misas cada finde, no era
para tanto los rezos. Recordaba todo los años encerrado en el internado,
levantándome a las cinco de la mañana pues si no lo hacía me quedaba sin
desayunar. Hubo varios amaneceres que me quedé sin el primer alimento del día
pues desde aquella vez me perseguía una flojera de la cual no he podido
librarme hasta el día de hoy.
Aquella tarde fue el
comienzo de todo este rollo, preparaba las cosas para poder salir de una vez
del trabajo e ir a casa a encerrarme a intentar leer o escribir algo, recogía
el cuaderno con pasta negra que compré en un hipermercado una tarde la cuál
duele recordar y no por el precio elevado del puto cuaderno, pues ahora
absolutamente todo esta caro, vivir es caro, morir también. Por eso apuraba la
mano para guardar todo y salir de una vez y alejarme de los insectos que
perseguían por todo el campo.
-Trafo, dijo cuando me
disponía a ponerme la mochila con todas las cosas en ella.
Quedé estático al oír su
voz, suave y melodiosa, una voz de locutora de radio.
-¿Qué paso Yuliana? Musité
con una voz grave pues acababa de meterme unos cuantos fallos en campo, manía
que también me perseguía.
-Tú escribes ¿verdad?
-Ahmmm, si, como todos. Los
informes y recetas de aplicación.
-No, no me refiero a eso. Y
dejó caer el lapicero que sostenía en la mano. Ella también preparaba sus cosas
y al parecer estaba nerviosa.
-¿entonces a qué te
refieres? Mientras volvía a sentarme en la silla giratoria que me entregaron
semanas antes, era una silla negra acolchada donde solía jugar dándome vueltas
cuándo no había nadie en la oficina imaginando estar dentro de un torbellino.
-Escribes cuentos y poemas,
creo. ¿Verdad?
Vaya uno a saber cómo
carajos se entera la gente que uno tiene esos vicios peligrosos. Pero ahora su
mirada no era la de semanas anteriores, no era la mirada de cuando la conocí.
-Sí, escribo cada que puedo.
-Escribes mucho Trafo.
-¿Por qué lo dices? -Y las
ansias empezaban a recorrer todo mi pequeño cuerpo, siempre había oído esas
palabras, en todos lados. Como si ellos supiesen lo que significa mucho para
mí. Claro, para ellos mucho es tan poco pues en estos años el hecho de dar un
poco más de lo debido es demasiado, en un mundo de mierda es donde estamos y
ellos llaman mucho y eso emputa como los mil demonios. Las ganas de gritarle lo
que se me pasaba en la cabeza chirriaba como los insectos que iban muriendo en
los campos, sin embargo solo pude agregar- No
-Es que he leído tus textos
publicados en la internet y son demasiados que casi no he acabado de leer.
Y otra vez con todas esas
palabras que comienzan a joderle a uno la existencia, decir que uno hace mucho
cuando no han acabado de leer ni un puto textito de mierda, pero no, uno ha
escrito mucho según ellos.
En ese momento el odio
cambio, ahora yo la odiaba y necesitaba zafarme de aquella conversación,
esquivar todo lo que iba a decir, levantarme de la silla giratoria cubierta de
cuerillo y callarla de una vez por todas, de tocarle las tetas para que empiece
a gritar y pedir ayuda, tocarle el culo para que me siga odiando y maldiga el
momento de haberme comenzado a hablar.
-Sé que soy un poco tonta y
piensas que por rezar a las doce del día estoy jodida y hasta podría decirte
que estos momentos quieres hacer algo para que deje de hablar, lo noto en tu
cara y en esas manos que te tiemblan. Sabes te he visto mucho tiempo, desde que
entraste sin persignarte cuando pasaste por la sagrada cruz donde se sacrificó
nuestro señor Jesucristo.
Las manos me dejaron de
temblar y la idea de tocarla se me había esfumado por completo, la escuchaba
segura, se paró imponente frente a mí mientras avanzaba paso a paso, avanzaba y
no podía levantarme para huir, no podía ni callarla, ni menos manosearla ya que
hasta esa idea se me escapo y cayó directo al piso que iba soportando sus pasos
mientras seguía hablando e iba clavando su mirada en la mía.
-He leído lo suficiente como
para darme cuenta que detestas usar nombres para tus personajes, qué prefieres
solo dejarlos como meros anónimos, qué dejas el trabajo de nombrar a los
personajes. Y puede que tan sólo sea por el miedo a recordar o hasta sea
posible que detestas asociar un nombre a una de tus creaciones. ¿Estoy
incomodándote?
¿Cómo decirle que si? Si me
encontraba pensando todo lo que me decía, dándome cuenta que en parte tenía
razón, que mis personajes no tenían un nombre ni menos una historia real que
poder contar, que solo escribía de pequeños sucesos que se agigantaban cuando
me tocaba narrarlos que eran maravillosos tan sólo para mí y que para el resto
le preste atención tenía uno que poder llamarlos de alguna manera. Maldita sea,
en ese momento estaba ya arruinado y no podía responder a sus preguntas, no
podía responderme a mí mismo.
-Ahm, Trafo. ¿Estás bien?
Preguntó como si no se hubiera
dado cuenta que me ahogaba en toda la mierda que había soltado, imaginando que
sus rezos no eran más que simples actos fingidos para dejarme al descubierto
mientras empezaba a escribir recuerdos de cuando estudie en el internado de
sacerdotes que sólo se dedicaban a joderle a uno el día.
-¿Trafo?
Pero no le respondía nada,
ella tenía razón, ella, la chica que rezaba todos los días tenía razón en todo.
Quería llorar en ese momento y preguntarle cómo había llegado a esa conclusión,
cuestionarla en su razonamiento. Pero una erección se hizo presente y no la
pude disimular. La vi sonrojarse y paso su mano por su nariz hasta sus labios,
volteó a la puerta. A unos metros el personal cruzaba ya el portón verde cada
uno con sus mochilas, cada uno con un nombre y yo no había tenido la amabilidad
de preguntar, porque solo me limitaba a escribir lo que decían o lo que hacían
en campo, mientras yo solo los vigilaba y reía para mis adentros de sus errores
y de sus desgracias.
-Veo que te has emocionado,
dijo por fin cuando todos los cuerpos cruzaron la salida.
Avanzó hasta estar
cerquísima, su rostro ya no tenía el rubor de cuándo vio el bulto ardiente que
se manifestaba en mi entrepierna. Avanzó, con pasos presurosos y al llegar a
centímetros de la silla giratoria donde trataba de zafarme de aquel instante
porque ahora era yo el que estaba nervioso, porque los nervios crecían más como
mi erección pues ella empezaba a arrodillarse y sonreía de manera coquetona.
-Sólo quédate quieto,
descuida tómalo como acto que nos limpiará de la incomodidad en la que
estuvimos sumidos por meses.
La vi abajo, con su mano y
sus uñas completamente cortadas que iban bajando la bragueta del jean Parada
111 que usé ese día. Las escenas siguientes fueron confusas y hasta no podría
asegurar que paso en realidad. Sus manos hurgando y enfriando mi humanidad que
salió al aire libre, sus dientes mordiendo su labio inferior, su boca a diez,
cinco, dos centímetros, su lengua en el frenillo prepucial, sus labios
apretando, la humedad de su boca, la sensación que salía disparada desde mi
estómago hasta mi cabeza y su cabeza elevándose y volviendo a caer a mis
muslos, repetidas veces. Todo parecía sacado de uno de los cuentos que vagaba
por mi blog, pero muy real.
Tan real que acabo
escupiendo todo en el jean levantándose luego pero con el rostro de la primera
vez que nos conocimos, si, con ese rostro de odio por no haberme persignado
cuando pasé por primera vez por la cruz cerca de la oficina. Cogió su mochila y
me aventó las llaves.
-Cierras todo, hasta mañana
Trafo.
Y salió sin más, giré unas
cuatro veces en la silla hasta que su cuerpo como el de los demás también
desapareció por el portón principal. Con un nombre, con una historia que olvide
preguntar. Porque me preocupaba limpiar el pantalón y se hacía tarde porque los
autos afuera transitaban solamente hasta las cuatro, preocupado porque el reloj
daba ya las 3:50 pm y porque al día siguiente tendríamos que volver a decirnos
“Hola”
-MELVIN JARA