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fotografía de Jorge Aguayo. |
Habían
esperado ese día con tantas ansias, tanto que incluso ensayaron muchas veces
para evitar errores. Se conocieron en una de esas borracheras de barrio con
cumbia y un poco de chicha en los parlantes, los vasos iban y venían, en esas
borracheras se conocieron y digo esto antes de decirles que solo fueron dos.
Ya no
empezaré con esos cuentos de antes, en los que dos se volvían millones y tres
era simplemente un ataque blitzkrieg. Ahora digo la verdad y solo fueron dos.
Ellos bebían como cuando eran jóvenes, es decir a vaso lleno como si estuviesen
en una competencia, puede que entre copa y jarra se hayan decidido a realizarlo
o quién sabe, el hecho es que lo lograron. Es que unas copas demás y creemos
que podemos realizar todo, creemos poseer superpoderes y buscamos que nos
disparen a lo Superman, en la vista. Hay de quienes intentan saltar un enorme
muro queriendo entrar a un lugar lleno de pena y toma impulso retrocediendo
unos metros para poder hacerlo con más facilidad, en sí, para serles franco cuando
hay copas de más hay de todo y nada. Ahí lo planearon y estoy seguro que
bebieron muchas cervezas, eso que no dieron tumbos mientras salían del bar
donde aún sonaba algunas canciones que sin duda en esos momentos ellos no
sabían si eran cumbia o chicha, pero salieron sin inmutarse, como si las
bebidas no les hubiera hecho mella alguna, afuera los esperaba el ruido de una
ciudad cansada del caos y los gritos de cada día.
El más alto
es el que llevaba la réplica de una Jericho 941, la tenía por debajo de la
camisa sobresalida, metida entre la correa del pantalón. Debieron de salir por
primera vez en el día a eso de las seis de la noche, a esa hora pocos deciden
entrometen o empezar a grabar, así que aprovecharon esa hora para salir, no fue
difícil encontrar la víctima a tres cuadras y media del bar, empezaron a
conversar entre ellos, dándose las últimas indicaciones antes de proceder. Las
arengas son buenas antes de cada lucha. La víctima iba observando las calles
con detenimiento, incluso pudo percatarse de los tipos que venían del otro lado
de la calle con mala intención, iban conversando seguro dándose indicaciones
por si intentase correr. Se dio cuenta pero continuó su andar, despreocupado
como tantas otras veces, metió las manos al bolsillo trasero del pantalón y
solo encontró el lapicero y una nota arrugada, los demás bolsillos del pantalón estaban vacíos como la
calle en la que ahora andaba, mientras se dirigía hacia otro futuro asalto,
otro más y no es que haya pasado por muchos, solo fueron varios pero en poco
tiempo, La idea no lo martirizaba pues ya iba preparando también los futuros
diálogos para tratar de alargar el suceso.
Aunque fue en vano, porque pasaron por ambos costados y uno de ellos, el
más bajo, lo tomó por el cuello, la víctima que no esperaba ese movimiento se
quedó estático, pues pensó que el ataque sería frontal, quizá con un: Hey tú,
¡arriba las manos! después de todo eran dos. Apretándole el cuello y
sostiendolo por entre el sobaco estuvo el más bajo, mientras el alto sacó el
arma escondida y la empujo entre el estómago de la víctima que ni se inmutó al
ver el arma.
-Dame todo lo
que tienes cunchatumadre.
Mientras
metía la mano en el bolsillo derecho de la casaca negra que llevaba puesta y
sacaba un celular. Eso era todo, pero el alto no lo comprendió y mientras el
más bajo lo tenía sostenido le increpó por el dinero.
-¡La plata
mierda, apura!
Pero no había
ya nada en los bolsillos, metió la mano en el bolsillo trasero del pantalón y
solo encontró el lapicero y pedazo de papel arrugado.
-No tengo
nada más, ya fu…
Y un golpe
salto, con arma incluida, en el rostro del tipo que venía caminando en la
desierta calle, solo, percatándose del atraco en el que estaría sumido. Brotó
un poco de sangre y los nervios se apoderaban de los ahora asaltantes.
El más bajo,
qué sostenía aún al tipo por el cuello jaló con fuerza hacía el piso dejándolo
tendido en la acera, con la frente abierta y llena de sangre. El miedo aún lo
asaltaba y empezó a patear varias veces, como para que no los vea alejarse,
para que pierda el valor de levantarse. Acabado esto empezó la huida de ambos,
del más alto y el bajo. Ambos llenos de adrenalina, corrían sin decirse nada
como si estuviesen en una competencia por ver quien llega primero a un punto
inexistente. El más alto que le llevaba la delantera viro en la esquina, iba
asustado, tan asustado que cuando el celular empezó a vibrar lo tiró al piso,
destrozándolo completamente, pero eso no importaba pues el más bajo estaba
detrás intentando superarlo en la carrera y continuaron la huída hasta
desaparecer entre el gentío de un boulevar.
La víctima,
que se levantaba, los seguía con la mirada, viéndolos perderse entre el tumulto
de autos y peatones, entre la línea blanca de la carretera con el boulevar. La
calle aún estaba desierta, avanzó un poco y vio una tienda con gafas en el
mostrador, pidió al dueño le prestase el baño para poder lavarse la cara, el
vendedor no preguntó absolutamente nada, es más ni lo vio y dejó que usará el
baño. Ya dentro luego de lavarse la herida, sacó del bolsillo escondido entre
la correa unos billetes, tomó solo uno y guardo los demás, salió del baño,
pidió una de las gafas oscuras, pagó y salió caminando como si nada hubiese
ocurrido, al llegar a la esquina solo recogió el chip del equipo y camino en
línea recta unas tres cuadras. Se topó con un bar, Bar “Chelona”. La herida ya
no le sangraba pero aún le dolía un poco la cabeza.
Fue así que
se enteró de que el más alto y el bajo se conocieron en una borrachera de
barrio, de esas en las que las cervezas vienen y van, escuchó todo, hasta las
risas que salían después de recordar el celular impactando al piso. Claro que
ellos no se dieron cuenta pues estaban emocionados con su primer asalto, tanto
que ni voltearon a ver al tipo que estaba sentado tres mesas detrás de ellos,
ahora con unas gafas y con unas cervezas demás.
-Melvin Jara.
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