martes, 27 de septiembre de 2016

No es la soledad, es la ausencia...

Hay mucho que contarte, probablemente no dejaría de hablar por días y luego te comenzarías a cansar, caerías dormida envuelta en sueños donde no había protagonistas.
Sabes, no es la soledad lo que hace mal, lo que me trae así  es tan solo la ausencia y el frío de estos meses.


Han ido pasado cosas y casos estos días. Ayer por ejemplo al salir del trabajo cruzaba yo la puerta de una de esas peluquerías y desde ya sabes que no podría decirte cual de entre todos, aún no retengo los nombres de memoria, ese es uno de los tantos problemas. Por eso respondo a todos lo que me saludan con un genérico: "Buen día, ¿cómo le va?" seguido de una sonrisa que dura tres a cuatro segundos, a la gente uno le cae bien si acaba cada oración con una sonrisa y más aún a todos ellos a quienes conocí seguramente un día en que me encontraba ido.
Yo me detuve al ver mi reflejo en uno de esos enormes espejos pegados en la pared y mi cabeza era un diente de león, uno que nadie se atrevía a soplar. Era un militar que salía fusil en mano a enfrentar a otro similar, hermanos nos llamamos cuando no tenemos balas, me vi envuelto en mil muertes y heridas y sangre, abrí de inmediato los ojos cuando apuntaba a un niño que sabía mi nombre. Me veía mal, eso lo sé.
Ingresé sin pensarlo, me cubrió con una bata negra una mujer de unos treinta y cinco años aproximadamente, tenías pechos firmes y blancos, llevaba un traje escotado y yo me quedé mirándolas, sí,  a ambas hasta que preguntó: ¿Qué corte joven? Rapado dije. Se cubrió el rostro pues empezaba a reír, cada que recuerdo esta escena me vuelvo a preguntar si acaso sabía que acabaría viéndome tan mal. Preguntó nuevamente mientras alistaba su máquina Wahl color plomo con la cuchilla número uno que sacó del cajoncito azul que estaba frente a ella. Rapado musité con voz bajita pero ya era tarde pues caía ya el primer mechón de cabello al piso, no pasó ni cinco minutos cuando el sonido de la máquina cesó. Me veía mal, mi cabeza era graciosa, Estaba colorado. Me acerqué al espejo cuando me entregó el cepillo para retirar lo que tenga de cabello, Pude contar por primera vez la cantidad exacta de cicatrices que hay en mi cabeza, la mayoría de ellos me los hice de niño jugando con mi pequeño hermano a quien no le gustaba perder, francamente a nadie le agrada. Cada que yo ganaba él tomaba lo que tenía a la mano y aventaba con furia, no sé si tenía una puntería del carajo, si eran casualidades o un simple acto de piconería. Acertaba siempre y siempre en algún lugar de la cabeza, en ese entonces tendría entre cuatro a cinco años, yo tenía nueve, no lo culpo, hacía trampas poder ganarle, presumo que no sabía que lo hacía o quizá era por eso que acababa lanzando algo con cólera. Conté hasta diez cicatrices hasta que salí de la peluquería.

Horas después ya me llamaban "pelao", me causa gracia. Luego empezaron con los sobrenombres, algunos los usaba yo para molestarlos. Yo dije que me parecía a una baya completamente invadida por oidium, pero nadie rió, son mis absurdas comparaciones otra de mis malas costumbres.
Pero sabes, creo que en el futuro el corte que predominará será el mío, se gasta menos agua para el aseo con decirte que después de lavarme las manos uso el agua que queda en ellas para mojarme completamente lo que tengo de cabello.
Ayer al llegar tarde al trabajo empezaron a matarme con preguntas del porqué de la demora, guarde silencio mientras sonreí soltando un: "Estuve liado con el peine". Todos rieron mientras yo tomaba asiento, no me amonestaron por llegar tarde y ese día transcurrió en completo frío y silencio, hace tanto frío por acá que tengo que comprar cada dos horas alguna tableta de chocolate o pedir un café bien cargado y sin azúcar, luego me alejo de todos excusándome en ir a monitorear el lote de prueba que instalamos, miento pues no lo hago y me pongo a dibujar sentado en algún lugar, he practicado mucho y hasta el momento ya tengo algunos, no tan buenos pero ya hay varios.

Y así hasta que toca ir a comer, mientras sigo caminando detrás de todos con pasos lentos y pausados. La soledad después de todo es solo un temblorcito de dos grados en la escala de Ritcher...

viernes, 23 de septiembre de 2016

LA BELLA ALINA

Sentada nuevamente como tantas otras veces, viendo directamente su propio reflejo. Llevaba puesta una bata color blanco, miraba al espejo preocupada, se notaba preocupada. Movió la cabeza en ambas direcciones luego acercó su rostro al frío espejo, empezaban a notarse nuevamente, eran tan  vistosas. Levanto la cabeza viendo al techo, llevando ahora sus manos a su frente, preocupada. Hace tan solo una semana que había untado sobre ellas con la cantidad indicada. Ni menos ni más, había comprado todo con las especificaciones recomendadas por el doctor quien acababa siempre los chequeos tocándoles los senos sin usar guantes. Sentía sus manos frías y esa mirada lasciva, claro está que el galeno se excusaba con tener las manos más finas de todo el país, siempre repetía esto con alevosía mientras apretaba cada vez más fuerte.


 Empezó a culpar a la casera a quien  dejó con semanas de anticipación la lista con de los ingredientes a usar. Seguro fue ella quien por ahorrar consiguió todo en el mercado de la parada. Sin embargo esta idea le pareció un poco rara pues la casera repetía constantemente, como un loro que recién está aprendiendo a hablar, una y otra vez: "Caserita nuestros rostros no saben a parada" 

Pero qué y si la vecina hizo todo eso por envidia. Después de todo, la casera era vieja y aunque el tratamiento la ayude, no podría hacer nada en unos años. Mientras la bella Alina rondaba apenas las veintiséis primaveras. Era guapa aunque se descuidó un poco en sus años de vida campesina, para ser precisos hasta los diecisiete años, edad en la que por cosas de la vida conoció a Carlos Negreiros Cerrón, importantísimo abogado nacional reconocido en el mundo del hampa por andar  en muchos de los negocios ilegales. Este se enamoró inmediatamente de la joven Alina, ese día ella vestía con el vestido floreado negro, vestido que uso solo dos veces cuando sus padres la entregaron a manos de tan digno personaje pues luego estuvo tres semanas desnuda y en múltiples posiciones manteniendo relaciones sexuales con su esposo y con algunos de sus clones.


Maldecía el haber confiado en la casera y no haber ido ella misma al mercado de la ciudad. La semana no había sido muy buena para ella pues habían pactado más reuniones y tenía qué comprar muchos vestidos más para lucirlos en cada una de ellas. Luego recordó que fue ella misma, es decir la Bella Alina, quien tomo los bichitos esos del mismo cofre donde la casera guardaba los suyos. Los sacó uno por uno, cogiéndolos de la cabeza delicadamente mientras estos pataleaban y se movían frenéticamente, emitiendo un sonido que parecía más a un graznido. Ninguno de esos bichitos tenían brazos, se los habían cortado para evitar se hagan daño o se masturben y se echen a perder. Aunque tenía un poco de pena pues los condenados se parecían tanto a ellos. Tenían ojos y pupilas redondas, cabello, pies y dedos en los pies, ombligo y algunos lloraban aún. Claro está que no hablaban, algunas veces encontraba videos que documentaban los horrores que vivían estos seres que solo eran usados en la industria del maquillaje. Estos videos mostraban desde amputación de miembros, generalmente manos pues algunos especialistas recomendaban seres vírgenes. Al principio solo los apartaban de las hembras que solo eran utilizadas para la reproducción. Luego descubrieron que estos bichitos también se masturbaban y por ello la amputación. Había incluso videos donde se veía como al nacer se les cortaba la lengua y algunos morían ahogados en su propia sangre.
Abrió el cofre y vio el último bichito ese tan parecido a los humanos. Aunque claro estos eran pequeños de unos ocho centímetros de altura. El bicho tenía los ojos llorosos y empezaba a dar vueltas corriendo dentro del cofre, luego se arrodilló mientras cerraba los ojos.


Alina, la más bonita lo tomó delicadamente de la cabeza. Colocandolo sobre su otra mano donde permanecía de rodillas y en tan solo un instante Alina cerró la mano presionando tan fuerte que solo se oyó un crack para luego frotar una y otra vez con ambas manos para luego abrirla dejando ver tan solo un pequeño charco de sangre y pequeños huesitos y un mechoncito de cabello los cuales que  eran retirados con delicadeza hasta dejar tan solo sangre, piel y vísceras mezcladas donde luego añadiría una cucharadita de nuez moscada más un poco de concha de nácar y ser aplicada con parsimonia sobre su rostro, especialmente donde las arrugas eran mucho más notorias. 

miércoles, 14 de septiembre de 2016

APRESURADO

 “Magia que nunca engaña pero miente… de las palabras a los hechos…. Hasta quedarme sin aliento, bendita magia”

Camino, esta vez dejando de ver el suelo -de perderme en los granos de arena que lo van lijando a uno mientras camina, esquivando las piedras que han ido a parar ahí justo delante para que caiga, en cada lugar, caiga. Esta vez hay un miedo mayor a caer, el ser arrollado. Ahora miro en ambas direcciones para poder cruzar, es que para ser franco me da miedo, absurda ocofobia.
Son muchas las noticias que teje la Panamericana, me enteré hace poquísimo que Sor-yuz atropelló cerca de mi casa a una jovencita que vociferaba a modo de ruego a todos a quienes veía, gritaba como loca, nadie podía callarla, solo calló cuando murió, preguntaba ¿Qué hora es? ¿Qué hora es?
En las noticias dijeron que el estrés la había llevado al caos total, lo dijeron solo así, en tono frío y serio, con esos ojos fijos en la pantalla deseoso de convencerse a sí mismo que lo hace bien: “Caos Total” como si el caos tuviese un límite. Yo no pienso lo mismo, creo que aquella jovencita sabía que era su turno, que todas las mentiras estaban libres, que la campana no tocaría  y preguntaba la hora para hacerle frente o huir de ella lo más lejos posible.
Por eso corro al cruzarla, sorbo todo el aire que pueda y corro a toda prisa, llegó al otro lado y no silbo la canción que tantas veces silbé, espero, viendo al cielo, cuidando que no pase por ahí alguna avecilla que pueda nuevamente cagar sobre mis hombros como la vez que asistí a un evento llamado “Batallas Desérticas”.
 Imaginé que era una exposición de cactus y rocas desérticas. Pero no lo era en lo absoluto, lo de desérticas fue lo primero que se podía notar, eran gritos vacíos,  y no había cactus no había piedras, un tipo de traje oscuro leía un poema de un Niels Hav, en defensa de los poetas, decía que se apiaden de ellos, que han nacido tristes; cuando explotó una risotada juvenil detrás, enojado por la distracción viré la cabeza en dirección a la risa ella me apuntaba, ¡no! Apunaba mi hombro, se burlaba de mí a risa tendida, estaba cagado y no supe dónde meter la cabeza de la vergüenza, la joven solo se reía señalando la parte sucia de la chompa que me acababa de comprar; la chica de la tienda había dicho que me quedaba espectacular y que resaltaba mi mirada, luego sonrío al irme me dí cuenta que tenía un número de celular apuntado en la parte posterior de la boleta.
Salí corriendo de la plazuela dejando atrás la voz que leía aquel poema. No volví más a ese parque y en cuanto a los del evento; leí en una revista local días después que dos de ellos aparecieron muertos a orillas del mar mientras uno aún permanecía desaparecido. Los policías decían que el “poeta asesino” había desaparecido, es que habían pruebas contundentes, videos donde se veía que él llevaba a dos tipos completamente ebrios para dejarlos a orillas del muelle antiguo y amenazarlos con una pistola y disparando al aire. Acto seguido los ebrios saltan y son grabados hasta que desaparecen completamente, guarda la cámara, enciende un cigarrillo y procede a retirarse. Hasta la fecha no saben dónde está y no he vuelto a escuchar nada de poesía en las calles.
Y solo espero el auto, para saltar dentro y esperar que avance mientras me voy perdiendo en los saludos de casas que voy dejando, irme recostando a la ventana y soltar la respiración hasta olvidar todo lo que me costó cruzar aquella pista para empezar a intentar contar una historia.