jueves, 3 de enero de 2013

  1. Él.
    Era extraño, tenía una mirada infantil; sus ojos oscuros siempre se posaban en el inmenso cielo y se perdían por instantes en ellos. Su rostro era algo pálido, no era atractivo ni poseía una sonrisa extraordinaria, más por el contrario casi nunca se le veía reír. Los pómulos de su rostro eran disparejos; por una parte se le veía un poco cachetón y por la otra no. Poseía una mandíbula que resaltaba en su rostro. Tenía el cabello casi siempre alborotado, pues detestaba pasarse el cepillo. Lo más atractivo que tenía el, o al menos eso creía, era un lunar a unos dos centímetros de su ojo derecho. Tenía también varios lunares pero ese le encantaba.
    Tenía aires de escritor, era un poeta frustrado que deliraba con ser un día alguien reconocido y dejar sus letras en el mundo. Dejar sus escritos en el mundo y no morir, quedarse en las mentes de unos extraños que lleguen a conocer su alma mediante los libros que nunca dejará.
    Era delgado, con un cuerpo algo enclenque. Era pequeño a comparación de muchos. Pequeño pero dentro llevaba una inmensa imaginación y un alma noble, noble hasta las once de la noche, pasada esas horas se volvía un insano al dejar fluir sus letras e inventaba algunas veces atrocidades.
    Tenía un andar lento, un hablar pausado aunque muchas veces se le podía escuchar tartamudear pues era el trauma que le habían dejado cuando era niño. Un susto en plena selva virgen, un susto que lo hizo callar por más de una semana y ahora era solo una leve tartamudez. Nervioso a más no poder, se le veía mover de manera psicópata las manos y los pies.
    Loco, le decían muchos por las ideas algo sacadas de la realidad. Soñaba con tener una peluca de alondras para poder volar, tener un maniquí hecho de amor propio para poder ponerlo en stands y la gente al verlo no se sientan tan humilladas, pues sabía el que cuando se ve un maniquí solo se ve la perfección física; quería el llenarlo de amor propio para que todos vean que era igual para todos. Soñaba con cantar a la luna un poema creado en una noche de invierno, sentarse a la puesta del sol con un cigarro en mano en medio del desierto y dormir a orillas del río.
    No tenía miedo a la soledad, no tenía miedo a la muerte. La niña de blanco estaba detrás de él a cada instante por eso se acostumbró a su presencia.
    Tenía vicios superados y otros que aún no podía dejar. Había dejado el licor pero no por las buenas por el contrario lo dejo por su cuerpo que no soportaba más. Más el cigarro era su mayor pecado, no podía dejarlo, simplemente no podía. Había hecho el intento pero no. Pues este lo neutralizaba y lo dejaba en calma.
    Él era todo lo que nadie quería y lo que pocos añoraban, vivía su vida a su modo sin atarse a alguna religión o dogma. Se regía de sus pensamientos. Era un hombre con poca discreción y cuando tomaba alguna decisión era firme. Si quería querer, quería sin importarle lo que venga después. El presente es lo importante; siempre se repetía.
    Eso era, era mucho y era poco. Era complejo pero muy simple ante los ojos de una dama, trataba de parecer cuerdo pero no lo era y sus intentos siempre quedaban en nada. Las cosas que compartía eran su poca alegría y la fidelidad en su palabra.

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