sábado, 17 de marzo de 2018

DOMINGO ENTRE PATAS

 (fotografía sacada de: El lar de los conformes disconformes)

La reunión iba siendo amena, tres tipos sentados acompañados de unas cervezas, unas y otras y otras, sin saber que acabarían siendo cuatro cajas al final del día. Iban recordando luego de nueve años lo que fue la vida en el colegio allá por los años 90’s.
-Recuerdas a la Romy, dijo Pedro mientras destapaba la botella de cerveza, tiene ahora tres o cuatro hijos. Está maltratada y hasta parece más vieja que antes. Putamare, cuando recuerdo lo del cole me entra una melancolía de mierda.
-Ah verdad, llegaste a estar con ella ahora que recuerdo, jajaja. Este pendejo casi barre con el salón. Oe y los fallos loco, los fallos. Tío Carlitos, traite una cajetilla de veinte marca lucky.
-Si Daniel, jajaj ese Pedro y pensar que hoy estamos celebrando que eres papá. No la hagas larga pes Pedro, suelta la botella que también cargamos con sed. Ah, la otra vez vi a la Romy en el mercado, pero ella se paltea, me desvió la mirada y se quitó en una de ahí. Estaba algo gorda.
Ellos hablaban mientras sus pensamientos volvían al momento exacto de la última foto que se sacaron junto a la promoción, recordaban como ese día llegó la profesora Bertha que era más profesor que profesora. Y les dijo: Chicos todos al patio, lleven cada uno una silla. Salieron todos cargando las sillas nuevas que el estado había mandado luego del terremoto. Pedro, Daniel y André tenían en ese entonces diecisiete, diecisiete y dieciséis el último. Cada uno tenía un recuerdo distinto del día aquel. Daniel recordaba más el color amarillo de la ropa interior de Estelita que vio sin que ella se diese cuenta en plena clase de matemática pues todos estaban concentrados en resolver los ejercicios y este comenzó a gatear por el salón para hacer una broma a Pedro que se sentaba en las primeras filas. Daniel moría por Estelita desde que llegó al colegio por primera vez, Estelita tenía casi diecinueve años y era la mayor de toda la clase por eso no hacía caso al chico nuevo. Estelita estaba también concentrada en los ejercicios, sentada con las piernas abiertas ignorando que alguien captaba ese cuadro para nunca más olvidarlo. Pedro recordaba más el miedo que lo invadía pues era la última semana de clases y pronto tendría que decidirse a por una carrera que lo pueda sacar de la pobreza. André tenía la foto en su memoria, todos ellos y las sillas nuevas, las chicas con las piernas entrecruzadas en la misma dirección. Recordaba las insignias prendidas en la camisa de todos los compañeros de clase a la profesora Bertha sentada en medio con una sonrisa de oreja a oreja. Recordaba que Bertha era quien le había puesto ese apodo que lo venía cargando desde aquellas épocas: carejerma.  Recordaba a las compañeras de clase a Aurora y su rostro quemado mientras preparaba un dulce en su casa, a Nellida y a Susana con sus conversaciones depravadas donde el castigo al novio era tomarse el semen del amigo de este. Recordaba a María, la morenita que jugaba siempre al menoseo con quien sea del salón, era bajita y delgada y fácil de levantar. A Carmen y su polito blanco de educación física en clase de computación. Ese impulso que lo llevó a morderle los senos, la sonrisa de esta y el silencio de sus ojos. Pasaban todas por la mente de André. Lisset y su mirada de pericote, Yoselinne y el hermoso trasero meneante en la fiesta por el aniversario del colegio, la Bélgica y su gancho de ropa como sujetador del pelo, Yanet y el silencio absoluto mientras iba sobándole las piernas durante un trabajo grupal de lenguaje. Todas ellas en el recuerdo aún, todas ellas en la foto.
-Salud por tu paternidad gordo, ya era hora también – levantando su vaso para que los demás lo sigan.
-¡Salud Daniel!
-¡Salud chicos!
Los tres saliendo de sus recuerdos de secundaria.
-Oe, ¿recuerdan a Duro?
André y Pedro se quedaron pensativos un rato, Daniel iba sirviendo nuevamente otro vaso y pedía tres chelas más con una seña para continuar:
-Ya bueno, duro esta cagadazo, la otra vez fui a visitarlo y el man está que se vuelve loco. Incluso ha intentado suicidarse un par de veces. Y hasta se ha metido a esa agrupación de terrucos, ¿cómo se llama? ¡Ah! Patria Roja.
-Pero él quería ser el mejor abogado –agregó André mientras sacaba un cigarrillo de la cajetilla sobre la mesa.
-Si pe’ Andrecito, pero la vida es cagona y ahora ese man está cagadazo. Oe recuerdan cuando Duro dijo aquella vez que estábamos con los trabajos: Vao a relajar la mente y nos quedamos todos pensativos hasta que el sacó de su mochila las revistas porno, jajajaja.
Pedro que ahora tenía la botella de la Cusqueña de trigo y su fallito lucky strike con pastillas de mora en su boca botó todo el humo para poder hablar:
-Ese duro no ha caído tanto, ¿recuerdan a Maro? Pues él sí que ha sufrido como mierda. Se le murió el chibolo recién nacidito. Lo sé porque vi su foto colgada en el Facebook.
-Los años nos dejan dolores irremediales Daniel, Pedro. ¿Acaso ustedes no han sufrido?
-Nuestros dolores no se comparan pes, nosotros no la hemos pasado tan mal después de todo –Añadió Pedro- Sabían que Alejandro sufrió un accidente en moto. Iba con su viejito quien falleció inmediatamente. Alejandro se salvó por el casco. Ese huevón está postrado en su cama, parece que ya no caminará y tiene que cargar la muerte de su viejito encima. Como te digo André nuestros compañeros sí que la han pasado bien bravo estos nueve años.
-Bueno casi todos Pedro, a la mierda volvimos a secar otra botella. Tío otras dos chelitas. Pedro ¿cómo es esa pomada de que eres el cúpido de la promo? Jajaja
-Jajaja, pendejo. Bueno, esas son huevadas André. Era mi cumple y estaba tranquilazo cuando mi sobrinita me dijo que un camión había llegado y que bajaron y preguntaron por mí. Te juro que yo ni sabía nada. Al salir me topé con la Bélgica y su ex, el Melendez. Me quedé boquiabierto la gringa estaba un poco picada, parece que ya venían empezando hace un buen rato. Me saludaron por mi cumple y pasaron a mi casa…
En ese momento Daniel que pagaba por las bebidas interrumpió.
-¿Oe pero la gringa no está casada?
-Espera pe’, déjame contarte cómo fue la nota. Si, la gringa está casada y tiene ya su chamaquito con un profe mayor que ella, pero llegaron a mi casa picados y ahí entre baile y baile los vi a Melendez y a la gringa en afanes bien serios. Se habrán quedado solo una hora luego se quitaron sin despedirse. Se fueron ya ebrios. Quién sabe lo que paso después, pero de que la gringa se metió una pichanguita se la metió. Y ya, hablando de pichanguitas cuándo nos metemos un partidito pes, hace tiempo que estoy sin hacer deporte.
Daniel que ya empezaba a picarse cogió la cajetilla de cigarros, la encontró vacía y volvió a llamar al tío Carlos para que saque otra cajetilla más. Para él era inconcebible beber sin fumar.
-¿André y qué fue lo del supuesto reencuentro que tendríamos luego de diez años?
-Puta, lo veo difícil si ya la mayoría tienen sus hijos, ustedes dos por ejemplo ya casi ni salen por andar chambeando para sus críos. Además no creo que la gente se recuerde de esa promesa en la fiesta de promo.
-¿El chuz si se recuerda, acaso no leyeron su post? La gente si se acuerda André, Si yo y Pedro nos acordamos también. Ah, ese chuz ya tiene su tercer hijo y su cuarta mujer. Fue cagón eso de perder al año de haber acabado el cole a su flaquita, parece que eso le ha chocado como mierda.
-Bueno, quién sabe. Quizá sólo lo hace porque es un arrecho de mierda. Como ustedes pes ¿o me van a decir que no le sacaron la vuelta a sus señoras?
Ambos Daniel y Pedro se quedaron callados y para matar el silencio que los agobiaba tomaron de un solo bocado sus rubias bebidas. En la calle se respiraba tranquilidad, los autos y los peatones sin ningún sobresalto, el tío Carlos que empezaba a conversar en la otra mesa sobre lo jodido que está la situación para los maestros, de la huelga que no parará hasta que el estado reconozca la labor que realizan.
-¡Salud por la paternidad del gordo pes, conchasumare!
-¡Salud!
-¡Salud!
Los vasos volvieron a chocar, las botellas volvían a quedarse vacías y el cenicero se llenaba con más colillas.
-Tío Carlitos, deja de andar jodiendo a los demás y pásanos dos chelitas más.
-Ya chibolo, pero más respeto –respondió el dueño del bar mientras se acercaba a la refrigeradora- No tengo más cusqueñas de trigo muchacho, ¿te parece bien si te doy unas ricas y espumosas Pilsen?
-¡Bacán! Las Pilsen son más ricas que esta huevada de trigo.
-Tú lo has dicho André –dijo por última vez Carlos y sacando las cervezas de la refri se las llevó a la mesa.
-¿Oe Pedro y qué sabes de la gente? –preguntó Daniel mientras llenaba su vaso.
-Ah, vi hace dos semanas a Estela…
-No jodas huevón, ¿qué te dijo?
-Ni mierda Daniel, no me dijo ni mierda si la pendeja es botadaza, me vió y se hizo la loca. Esta bien rica la mierda esa, quizá por eso se bota así de feo.
-Nada de eso –replicó André- según me datearon se ha casado con un tío de monedas y que ahora no recuerda que estudió en un colegio estatal.
-Debe de ser porque se veía bien producida. Peinadita, con su bolsito rojo y con un culazo de campeonato. Relájate Daniel ¿o te sigues cagando por la Estelita?
-Bueno, ya no. Pero me viene a la cabeza recuerdos de la fiesta de promo. Mientras bailaba con ella le dije que había visto su ropa interior y que era de color amarillo. Se lo dije porque estaba un poco picado, era la primera vez que bebía pes, así que no se caguen de risa.
-Pero que te dijo ella pes –Interrumpió André llevándose a la boca el vaso con cerveza.
-Ah –Continuó Daniel con voz emocionada- me dijo si no quería ver también los que llevaba ese día.
-¡A la mierda! Y no contaste nada.
-Es que pensé que sólo me pertenecía ese recuerdo de Estelita en pañitos menores, pero si ya se casó y es botada ya no importa.
-Ya, pero continúa con la historia pes pendejo
-Espera pe’ André, vamos a mojar antes la garganta para la locuacidad.
Volvieron a chocar sus vasos y bebieron rápidamente su contenido. Eran las nueve de la noche y ya iban por la primera caja de cerveza. El local empezaba a llenarse de gente que tomaban asiento y pedían cervezas, pisco, ron. Se enfrascaban en conversaciones que iban desde fútbol, el triunfo de Alianza Lima. Política con todos los sinsabores del gobierno, de las huelgas y los malos pagos a los empleados públicos, de la corrupción que se comió todo el país desde que independizaron. Hablaban de todo, con un murmullo general donde podía uno escuchar sobre las posiciones sexuales que más le gustaba y hasta de cómo se levantaban a las chibolitas pulpinas.
-Ya bueno, como les iba diciendo Estelita me preguntó si no quería verle los calzones en pleno baile. Claro que yo dije que si con la cabeza. El calor me subía y se apoderaba de mi cuerpo. Acabó la canción y me dijo que la acompañe al baño. Ustedes estaban pegados con las botellas y con la gente, las chicas estaban llorando despidiéndose y los viejos estaban también en plena chupeta. La seguí, su vestido moradito dejaba ver sus piernas blanquitas y yo me preguntaba qué color llevaría en ese momento. Llegamos al baño y ella ingresó primero, me dijo que pase y así lo hice. Me preguntó si ya estaba preparado. Afirme nuevamente con la cabeza, estaba nervioso y no pude gesticular palabra alguna. La muy pendeja se rio y se metió al sanitario dejándome parado. Cerró con seguro la puerta, porque yo empujé la puerta tratando de ganarme con todo. Habrá demorado unos quince segundos. Luego la puerta se abrió y estaba ella parada sonriente sosteniendo entre los dedos una tanguita de color blanco. Era una tanguita pequeña, riendo me lo dio y antes de irse me dijo: Espero sepas aprovecharlo Danielito y se fue dejándome parado, sosteniendo la ropita blanquita con fuerza.
-Jajaja, ¿pero acaso eso fue todo?
-Si Daniel, eso fue todo, ¿no jodas? –También preguntó Pedro.
-Si muchachos, eso fue todo porque luego de meterme una jalada de ganzo oliendo su tanguita. Salí del baño y la busqué con la mirada por todos lados. El resto ya lo saben. Me acerqué a ustedes y les pregunté si la habían visto.
-Si, ella se fue con Ricardo a otra fiesta. –Respondió André conteniendo la risa.
-¿Putamare y porque no me dijeron eso?
-Es que era nuestra fiesta de promo y no queríamos cagarte la fiesta loco, pero ya fue ¿si o no?
-Si André, ya fue conchasumare. Otro salud por la Estelita pes.
Los tres rieron y llenaron sus vasos para el brindis.
-Carlitos, ¡otras dos más porfa!
-A la orden Pedrito.
Trajo las cervezas, cobró por ellas y se fue a la mesa donde estaban dos ancianos bebiendo coca cola con ron Pomalca.
-Oe, ¿saben algo del gatito? –preguntó André.
-Ese Kenyo de mierda, dónde carajos estará –Se apresuró Daniel en responder.
-Yo lo vi hace dos meses en Pisco, estaba con su flaca.
-¿La chatita de su cuadra?
-Si André, esa misma. Llevan un buen tiempo juntos.
-Si, pero no sabías que gatito se rayó conmigo porque pensaba que yo me estaba gileando a su enana.
-¡Jaaaa! –Dijeron al unísono Pedro y Daniel.
-Serio pes. Todo fue porque una tarde en el cole me pidió que le escriba una carta romántica. Yo lo hice normal si después de todo me iban a caer unas monedas. Pero al parecer la flaca no se convenció del todo de que él lo haya escrito. Y ya pes, luego de acompañarlo a su casa a la salida, como todas las tardes luego del cole, me iba a mi casa tranquilazo y veo en la esquina parada a su chata, pasaba normalazo yo escuchando música en mi Disc-man y la flaquita se me acerca, tuve que quitarme los audífonos. Era bonita la enana esa, y me pregunta así de arranque: Tú escribes las cartas románticas de tus amigos ¿verdad? Puta, yo me quedé heladazo. Asentí y la flaca se me abalanza con un abrazo y sus labios buscando los míos. La esquivé y justo en ese momento Kenyo sale de su casa y se gana con la escena. La flaca se quitó en una y Kenyo no me volvió a dirigir la palabra.
-Si, esa enana era pendejita, si a mí también me quiso pulsear.
-No jodas Gordo, ¿también a ti?
-Si, la chibola quería con todos. Quizá por eso estaba con el Kenyo también.
-¡Mierda! Pero ya dejemos de hablar de hembritas que me dan ganas de llamar a unas nenas –dijo con tono sarcástico Pedro- Más bien qué saben de Chuito, me enteré que su viejita acaba de fallecer.
-Sí, hace un mes y medio que falleció. Ahora Chuito anda todo hecho mierda, creo que ni se cambia de ropa.
-¿Estaba estudiando idiomas creo?
-Si André, pero creo que lo dejó.
Volvían a secar las botellas, bebían sin pausa. Tres vasos que no se permitían quedar vacíos. La mesa pequeña con tres tipos recordando, haciendo cuentas de los nueve años pasados y contando absolutamente todo lo que sabían de sus condiscípulos. Ya sea por efecto de la bebida o simplemente para no dejar en silencio la mesa. Recordaban el nombre de la promoción, ese nombre que Carmen soltó en medio de bromas: Alfred Nobel, que la promo se llame Alfred Nobel. ¡Porque somos una promoción dinamita!
-¿Sabían que el chibolito de la Carmen tiene leucemia?
-Nada, no sabía.
-Ni yo sabía nada.
-Bueno, eso me dijo Banny entre lágrimas la otra vez que lo encontré tomando en la calle con uno de sus vecinos.
-Mierda, pobre Banny y la nera.
Ya eran las once la noche, seguían bebiendo mientras fumaban. O fumaban mientras bebían. Recordando y contando lo que sabían de sus demás compañeros de clases. Dejándose llevar por el alcohol que iba soltando sus lenguas. Era una promoción de jóvenes que tuvieron una vida difícil, se contaban todo esto porque el dolor ajeno disminuye los dolores propios. Y dieron las doce y una de la mañana. Ellos aun bebiendo ya en su cuarta caja. Ebrios cantando canciones de Yosimar y Jambú, porque se habían quedado sin historias ajenas que contar. Ninguno durante esa noche contó algo de su vida, ni por casualidad ni por el exceso de tragos. Pero bebían sin detenerse para nada. Lo último que se dijeron fue una fecha en la que se volverían a reunir, en la que volverían a contar las mismas historias o quizá ponerse al día con nuevos detalles de la vida de sus compañeros. Pero nada de contar algo de ellos, nada de eso. Solo hablar de los demás y listo, mientras bebían. Fue a eso de las dos de la mañana que cada uno salió rumbo a su casa, con los pasos tambaleándose, con la cabeza dándoles vuelta, lentamente luego de despedirse. Sin saber si se volverían a encontrar en ese fecha. Sin saber nada porque llevaban ahora los dolores ajenos y quién sabe quizá en el transcurrir del tiempo antes de la fecha pactada alguno de ellos sería ahora víctima de los años y de los dolores que trae en su andar. No lo sabían, no lo sentían porque iban ebrios y faltaban tan solo tres horas para que amanezca. Ese día ninguno de los tres fue a trabajar porque despertaron tarde, con resaca y con los bolsillos anémicos.


A:
Daniel y Pedro. 
Por pendejos.


-Melvin Jara.


viernes, 9 de marzo de 2018

EL CLUB DE LOS PIRÓMANOS.

Vagamos como dos tontos, cargando cada una de las calles que íbamos dejando, sobre nuestros hombros. Las esquinas y sus interminables preguntas, el cruce peatonal y todas las muertes imaginables. Vagamos, de arriba, de abajo. Por las calles desoladas, las casas y alguna anciana sentada en su balcón, una anciana triste en el balcón que solo tiene ante sus ojos ladrillo y más ladrillo. No importaban cuantos pasos se dieran aquella noche, no importaba absolutamente nada en aquel momento. Levantamos pasos, constantemente y tantas veces antes de llegar. Tres tipos me detuvieron, en tres lugares distintos. Tres veces repitieron las mismas palabras. Tu pelo, siempre tu pelo, tres veces halagaron tu pelo en medio del tráfico. Y tú: tranquilo viejo, es normal que lo digan, porque de verdad tengo un bello pelo, sí o no viejo. Y ellos, los tres, tres veces si morena es un bellísimo pelo. Pueda que haya sido un solo tipo el que apareció las tres veces. Pasamos por la plaza y te venían terribles ganas por llegar al teléfono de la esquina, ese cerca al tragamonedas en el que entramos y me dejaste esperando sentado frente a una máquina y me dediqué a verlos, tipos ansiosos que abrían los ojos pensando que eso llama al triunfo, que es un acto de buena suerte. Los veo ávidos de llenarse los bolsillos y salir con la frente en alta, por fin, pero no. Sus ojos reflejaban la tristeza por perder constantemente, por perder siempre, el rostro de todos en la sala comenzaba a llenarse de tristeza, otra ronda sin ganar. Y la anciana que siempre podrá ser otra, sentada en el balcón intentando recordar aquellos años mozos, volviendo a sentir sus pasos como los nuestros, tratando de llegar pronto y poder soltarse los grititos escondidos en el bolso, recuerda de seguro que las calles no tenían tantos ladrillos por aquel entonces, que durante la noche más oscura pudo arder libremente hasta volverse sudor, convertirse en algo cercano a las cenizas.
Qué largas se nos hacen las calles, qué pequeña es la ciudad que nos rodea. ¿Por qué no desaparecemos de una vez de tanto bullicio? me dices, me sudan las manos. Estoy nervioso, lo sabes y quieres invitarme una cerveza, sabemos que no será sólo una, desisto de todo trato. Seguimos andando, como dos perros que buscan un poco de agua en medio del desierto del sur, puertas cerradas, lugares llenos, callecitas cubiertas de basura, lodo y no quisiste ensuciarte en aquel lugar. Son mis mejores tacones, dijiste.
Caminamos dando vueltas por la avenida central, deteniendo nuestros pasos únicamente cuando algún auto se cruza frente a nosotros, Deteniéndonos para dejar pasar el auto que pudo arrollarnos, que pudo patinar y quedar dando campanadas en plena madrugada, puede que la caja de cambios se le acabe estropeando, que los muelles no funciones más y que sean nuestros cuerpos los que se interpongan en su camino.
Se hace tarde y lo único que ha ido subiendo han sido los años, los años y su vejez como único síntoma, los años y los vacíos ocultos en horario de trabajo.  La jornada cíclica de trabajo, dices. Porque para tus ojos la eternidad es detenerse a cada instante, escapando de cualquier rincón, enredarse entre verbo y carne, teñir el color de las paredes con historias y cuadros escondidos entre las manchas de la pared, blanca, siempre blanca.

Líneas, amarillas, blancas, líneas negras, negrísimas líneas. Nos dibujamos sobre piedras, pasto, tierra y sombras. Árboles que ya tienen nombres, los repites en tu cabeza, quizá más de tres veces y ahora sé que no serán solamente tres, que vendrán otros tipos y sabré estarme atento. Por suerte memoricé el rostro y la barba y el cabello cano y  su andar liviano, esquivando a los demás transeúntes, ebrio de alegría, saltando para evitar correr. Volvemos sin darnos cuenta al mismo muro, el lugar nos extrañaba tanto que al vernos floreció, casi de inmediato. Solté tu mano para acercarme a oler aquellas flores, demoré lo que se demora en apreciar un aroma, volví la cabeza pero ya era tarde, otra vez tarde, muy tarde porque las puertas estaban cerradas y los nervios se me iban contrayendo, era tarde porque ya el fuego iba apoderándose de todas las paredes y gran parte del techo.

El mismo viejo, sentado en el primer piso, mientras su mujer quien probablemente se encontraba recordando historias en el balcón, nos abrieron la puerta y nos permiten pasar. No se bebe en este lugar, no se grita en este lugar, no se corre en este lugar, no se canta en este lugar, no se recuerda anteriores muertes. Aquí se muere cada día. Nos entrega las llaves y te sonríe.

Dentro es arder como en una olla a presión, las paredes lo estrujen a uno cada vez que olvida su propio nombre. Entonces, tú, como tantas otras veces, cogiste el mechero verde que tenías en casa, prendiste. Me llevaste corriendo y alrededor el rótulo de las puertas eran las únicas que iban aumentando de cifra. cientocuarentayuno, cientocuarentaydos, siento los pies cansados, un vacío en el estómago me recuerda que aún estoy nervioso, que no podemos incendiar cualquier lugar solo porque querrámos.

Llegamos por fin, después de tanto andar, de tanto dejarnos entre el tráfico y el recuerdo de los fantasmas que desde ahora también nos seguirán por todos lados. Llegaste y ya nada te importo, ni siquiera el hecho de que podías maltratar tu cabello y ya no habría un cuarto tipo diciendo: Hey tío, mira que hermoso pelo tiene esa mulata.

Retiraste la tapa y dejaste que el combustible bañara todo el mechero, lo volviste a hacer unas tres veces hasta sentirte segura que realmente podría prenderlo. No demoró mucho, los fósforos, la mecha encendida, el mechero ingresando por una de las ventanas. Las cortinas cubiertas de fuego, la casa llena de humo, el calor que lo habitaba todo, la combustión que iba en a aumento, fuego. !Fuego! Gritaba la vieja que corría escalera abajo, gritando !Fuego! !Fuego! salgan todos que hay mucho fuego. Los ancianos se toparon con todas las puertas cerradas, las ventanas trancadas, se encontraron sin salida y llegaron al centro de la sala, mientras se cogían de las manos, sonreían, ambos, ella con sus recuerdos desde su balcón, él entre los diarios con los cambios políticos, con muertes y asesinatos cada vez más interesantes, cada vez más entretenidos.

Corrimos, otra vez, corrimos hasta la casa vacía donde muchos otros pirómanos se reunían. Pide algo para el calor, dijiste. Porque estabas aún ardiendo y el encendedor bailaba entre tus dedos. Bebimos dos o tres copas para sosegar la garganta.  Me avergonzaba preguntar si aquello no había sido un crimen, tenía miedo de saberme culpable, miedo de carbonizar a dos ancianos, más que miedo, la culpa que lo atrapa a uno como un pequeño calambre que dura dos a tres horas y que luego se agiganta.
Bebías, bebías por los dos, un tipo triste no debe de alcoholizarse, lo repetías siempre que ahora lo siento tan cierto.  Detuviste el quinto vaso, bebías como si no te importa el hecho de haber asesinado a un par de ancianos tristes, de una casa triste, de paredes blancas y pequeñas camas. Bebías acaso para poder olvidar
Esta vez incendiemos el cementerio, casi lo gritaste, mientras reías con las manos tapándote los ojos, porque seguro ya lo veías todo, con total claridad, por eso reías y te tapabas la cara, por eso reías y repetías por tercera vez: Esta vez el cementerio.
Me detuve, esperando respuestas, o al menos medias verdades. Con el vaso sobre la mesa, los tipos reunidos todos con ropa negra, bebidas claras. Noche que se extingue, podría decirse que eran las tres y veinticinco de la mañana.
¿Qué te sucede?, dijiste y tu voz sonó tan fuerte que me hizo temblar. ¿Será acaso que te dan lástima esos dos viejos?, pensé que lo sabías. Y sus ojos volvieron a la bebida, respiró tan profundamente que los demás parecieron notarlo, dos de ellos intentaron levantarse, seguramente a decir también que hermoso pelo mulata, que hermoso pelo. Y tú, como tantas otras veces sólo sonreirías y optarías por andar con pasito de gacela, con tanta delicadeza que los peatones se ponían a gritar para que por favor se apurara.
Pensé que lo sabías, repetiste una vez más. Pensé que lo sabías. Mi trabajo es asesinar a personas que no tienen nada por lo cual vivir, ellos estaban tan viejos y tan cansados, al parecer lo conversaron y se dieron cuenta que ya nada podría pasar en sus vidas, se sentían miserables puesto que sus hijos, si, tenían dos hijos. Un varón y una mujer que ahora es madre y se ha olvidado de ellos, el varón que intentó vender la propiedad cuando su padre enfermó. Por eso se sentían miserables y llegaron a este lugar, justo a esta mesa en la que estamos sentados y bebemos, perdón, bebo. Me parece muy bien que ya no bebas en esta ocasión. Me parece bueno, realmente bueno. Sí,  aquí mismo se sentaron y pidieron un poco de pisco puro y una botellita de agua mineral para ella. Quería que todo pareciera un accidente, pues el amor de los padres, sobretodo de la madre quien se negaba en dejar la propiedad que seguramente les causara problemas, optó por asegurarla contra cualquier accidente dejando como beneficiarios a sus dos hijos. Por eso bajaron rápidamente y se abrazaron en la sala, seguro se despedían. Bebiste nuevamente. Tienes que entender nene que este negocio es así, a veces uno no entiende a los clientes.
Ah por cierto, mientras te tapabas los ojos, nuevamente, evitando así que pueda verle esos ojos jubilosos. Será esta vez un cementerio y descuida el que nos contrató también está cansado de lidiar todos los días con los muertos.





-Melvin Jara