domingo, 9 de abril de 2017

CARTA PARA RAQUEL




Raquel, no hay noche ni día en la que deje de pensarte. Es que estás allí, aquí, metida entre cada pensamiento, debajo de los muebles y entre el bullicio de la cocina. Cada cuadro de la última vez que nos vimos y no logramos decir nada porque nuestras miradas cargaban todo el dolor soportado durante esa última semana, ya no quedaba leña y empezaba a hacer frío, pero no dijimos nada porque nuestro orgullo es nuestro fogón interno, incendio inacabable. Recuerdo bien que la primera copa la serví con desdén, colmado de cansancio y hastío, pero en casa no había nada preparado, era tarde, tenía frío y no quería salir por más leña. Recuerdo tus manos al hablar, mudas, sin ese batir en el aire, sin esa manía de estar en constante movimiento como escribiendo en el aire. Eché la culpa a la bebida por su raro sabor pero sabía bien que la casa necesitaba leña, tenías frío también, ambos y así, frente a frente el día se acabó, la botella vacía, solo la noche y el frío de nuestras voces. La botella transparente y las copas sedientas, la mesa como cuadro como principal, nosotros participes del mutismo y la negrura absoluta que se avecinaba. Nuestras miradas dejaron de verse, oscuridad a todos lados hasta en los rincones que no lo necesitaban.

Quizá fue demasiado tarde, Raquel, recién entiendo tus silencios, comprendo el sonido de la silla y tus pasos con dirección a la habitación, recuerdo también el miedo que me iba invadiendo, iban a dar las once o quizá las doce de la noche y la habitación era la única cubierta de sonidos: cajones y tacones, portarretratos y la llave del auto. Sentado frente a la mesa con dos copas y una botella vacía, con las ganas de gritarlo de una vez, pero el miedo siempre puede más porque enmudece y se agiganta aquí en la garganta de quien la siente. Raquel, Raquel si esa noche hubiéramos hablado o al menos nos hubiésemos preocupado por la mesa y por las copas vacías, la botella hubiera sido otra y la bebida nos hubiera salvado como tantas otras veces.
¿Cuántos posibles finales me he ido inventando en esta misma mesa? más ahora este hogar está con solo una copa vacía, la tuya. Aunque quizá sea la mía y la tuya esté nuevamente llena, no lo sé Raquel, tuve miedo esa noche. No podía decirte nada, esperaba beber más y dejar de tiritar por el frío pero la casa estaba a oscuras y sin leña para la chimenea.
No dijiste nada cuando llegaste a la puerta, jalando la maleta de ruedas que compramos en uno de esos viajes, lo digo por el sonido que dejaba tras tus pasos, plástico desgastado que llevamos a todos lados con nuestros mejores trajes. Pero te fuiste Raquel, con tus mejores prendas y fotos donde solo salías tú.

Raquel, ha pasado tiempo, mucho tiempo y aún recuerdo todo como la última vez. En casa nada ha cambiado de lugar, salvo algunas veces que ha llegado visita y traían leña y comida para varios días. A veces vuelven a preguntarme por qué no te dije nada, por qué dejé que te fueras así, hasta Martina, la vieja que venía a hacer la limpieza ha llorado cuando entro al cuarto y vio el desorden que dejaste, pero ya se ha ido acostumbrado a este silencio y a la actitud de este viejo. Raquel, aquella noche no logré ver tu cara por última vez, ni tampoco oí tu voz dando alguna despedida. Ay Raquel, si te hubiera dicho algo aquella vez, quizá me sentiría peor y estaría en esta misma mesa llorando por no poder ir por leña, no poder hacer nada, ni verte a los ojos, ni ver tu sonrisa, Raquel, querida, aquella noche empezaba mi ceguera y tenía miedo de tropezar si salía o empezar a hablar y llorar porque Raquel aquí todo está oscuro.

MELVIN JARA.

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