viernes, 14 de abril de 2017

EL ÁRBOL DE ORO- Ana María Matute



Asistí durante un otoño a la escuela de la señorita Leocadia, en la aldea, porque mi salud no andaba bien y el abuelo retrasó mi vuelta a la ciudad. Como era el tiempo frío y estaban los suelos embarrados y no se veíia rastro de muchachos, me aburría dentro de la casa, y pedí al abuelo asistir a la escuela. El abuelo consintió, y acudí a aquella casita alargada y blanca de cal, con el tejado pajizo y requemado por el sol y las nieves, a las afueras del pueblo.
La señorita Leocadia era alta y gruesa, tenía el carácter mas bien áspero y grandes juanetes en los pies, que la obligaban a andar como quien arrastra cadenas. Las clases en la escuela, con la lluvia rebotando en el tejado y en los cristales, con las moscas pegajosas de la tormenta y persiguiéndose alrededor de la bombilla, tenían su atractivo. Recuerdo especialmente a un muchacho de unos diez años, hijo de un aparcero muy pobre, llamado Ivo. Era un muchacho delgado, de ojos azules, que bizqueaba ligeramente al hablar. Todos los muchachos y muchachas de la escuela admiraban y envidiaban un poco a Ivo, por el don que poseía de atraer la atención sobre sí, en todo momento. No es que fuera ni inteligente ni gracioso, y, sin embargo, había algo en él, en su voz quizás, en las cosas que contaba, que conseguía cautivar a quien le escuchase. También la señorita Leocadia se dejaba prender de aquella red de plata que Ivo tendía a cuantos atendían sus enrevesadas conversaciones, y - yo creo que muchas veces contra su voluntad - la señorita Leocadia le confiaba a Ivo tareas deseadas por todos, o distinciones que merecían alumnos más estudiosos y aplicados.

Quizá lo que mas se envidiaba de Ivo era la posesión de la codiciada llave de la torrecita. Ésta era, en efecto, una pequeña torre situada en un ángulo de la escuela, en cuyo interior se guardaban los libros de lectura. Allí entraba Ivo a buscarlos, y allí volvía a dejarlos, al terminar la clase. La señorita Leocadia se lo encomendó a él, nadie sabía en realidad por qué. Ivo estaba muy orgulloso de esta distinción, y por nada del mundo la hubiera cedido. Un día, Mateo Heredia, el mas aplicado y estudioso de la escuela, pidió encargarse de la tarea - a todos nos fascinaba el misterioso interior de la torrecita, donde no entramos nunca -, y la señorita Leocadia pareció acceder. Pero Ivo se levantó, y acercándose a la maestra empezó a hablarle en su voz baja, bizqueando los ojos y moviendo mucho las manos, como tenía por costumbre. La maestra dudo un poco, y al fin dijo: - Quede todo como estaba. Que siga encargándose Ivo de la torrecita. A la salida de la escuela le pregunté:

- iQué le has dicho a la maestra? - Ivo me miró de traves y vi relampaguear sus ojos azules.

- Le hablé del árbol de oro. - Sentí una gran curiosidad.

- iQué árbol?

Hacia frio y el camino estaba humedo, con grandes charcos que brillaban al sol pálido de la tarde. Ivo empezó a chapotear en ellos, sonriendo con misterio.

- Si no se lo cuentas a nadie...

- Te lo juro, qué a nadie se lo diré.

Entonces Ivo me explicó: - Veo un árbol de oro. Un árbol completamente de oro: ramas, tronco, hojas... ¿sabes? Las hojas no se caen nunca. En verano, en invierno, siempre. Resplandece mucho; tanto, qué tengo qué cerrar los ojos para que no me duelan.

- Qué embustero eres! -dije, aunque con algo de zozobra. Ivo me miró con desprecio.

- No te lo creas - contestó. Me es completamente igual que te lo creas o no... ¡Nadie entrará nunca en la torrecita, y a nadie dejaré ver mi árbol de oro! ¡Es mío! La señorita Leocadia lo sabe, y no se atreve a darle la llave a Mateo Heredia, ni a nadie... ¡Mientras yo viva, nadie podrá entrar allí y ver mi árbol!

Lo dijo de tal forma que no pude evitar preguntarle: - ¿Y cómo lo ves... ?

- Ah, no es fácil - dijo, con aire misterioso. - Cualquiera no podría verlo. Yo sé la rendija exacta.-

- ¡Rendija... ?

- Sí, una rendija de la pared. Una que hay corriendo el cajón de la derecha: me agacho y me paso horas... ¡Cómo brilla el árbol! ¡Cómo brilla! Fíjate qué si algún pájaro se le pone encima también se vuelve de oro. Eso me digo yo: si me subiera a una rama,¿me volvería acaso de oro también?

No supe qué decirle, pero, desde aquel momento, mi deseo de ver el árbol creció de tal forma qué me desasosegaba. Todos los días, al acabar la clase de lectura, Ivo se acercaba al cajón de la maestra, sacaba la llave y se dirigía a la torrecita. Cuando volvía, le preguntaba: - ¿Lo has visto? - Sí - me contestaba. Y, a veces, explicaba alguna novedad:

- Le han salido unas flores raras. Mira: así de grandes, como mi mano lo menos,y con los pétalos alargados Me parece que esa flor es parecida al arzadú.

- ¡La flor del frío! -decía yo, con asombro. ¡Pero el arzadú es encarnado!

- Muy bien - asentía él, con gesto de paciencia. Pero en mi árbol es oro puro.

Además, el arzadú crece al borde de los caminos... y no es un árbol.

No se podía discutir con él. Siempre tenía razón, o por lo menos lo parecía.

Ocurrió entonces algo qué secretamente yo deseaba; me avergonzaba sentirlo, pero asi era: Ivo enfermó, y la señorita Leocadia encargó a otro la llave de la torrecita. Primeramente, la disfruto Mateo Heredia. Yo espié su regreso, el primer día, y le dije: - ¿Has visto un árbol de oro?

- ¿Qué andas graznando? - me contestó de malos modos, porqué no era simpático, y menos conmigo. Quise darselo a entender, pero no me hizo caso. Unos días después, me dijo: - Si me das algo a cambio, te dejo un ratito la llave y vas durante el recreo. Nadie te verá...

Vacié mi hucha, y, por fin, conseguí la codiciada llave. Mis manos temblaban de emoción cuando entré en el cuartito de la torre. Allí estaba el cajón. Lo aparté y vi brillar la rendija en la oscuridad. Me agaché y miré.

Cuando la luz dejó de cegarme, mi ojo derecho sólo descubrió una cosa: la seca tierra de la llanura alargándose hacia el cielo. Nada más. Lo mismo que se veía desde las ventanas altas. La tierra desnuda y yerma, y nada más que la tierra. Tuve una gran decepción y la seguridad de que me habían estafado. No sabía cómo ni de qué manera, pero me habían estafado.

Olvidé la llave y el árbol de oro. Antes de que llegaran las nieves regresé a la ciudad. Dos veranos más tarde volví a las montañas. Un día, pasando por el cementerio - era ya tarde y se anunciaba la noche en el cielo: el sol, como una bola roja, caía a lo lejos, hacia la carrera terrible y sosegada de la llanura, - vi algo extraño. De la tierra grasienta y pedregosa, entre las cruces caídas, nacía un árbol grande y hermoso, con las hojas anchas de oro: encendido y brillante todo el, cegador. Algo me vino a la memoria, como un sueño, y pensé: «Es un árbol de oro». Busqué al pie del árbol, y no tardé en dar con una crucecilla de hierro negro, mohosa por la lluvia. Mientras la enderezaba, leí: IVO MÁRQUEZ, DE DIEZ AÑOS DE EDAD.

Y no daba tristeza alguna, sino, tal vez, una extraña y muy grande alegría.



ANA MARÍA MATUTE.

domingo, 9 de abril de 2017

CARTA PARA RAQUEL




Raquel, no hay noche ni día en la que deje de pensarte. Es que estás allí, aquí, metida entre cada pensamiento, debajo de los muebles y entre el bullicio de la cocina. Cada cuadro de la última vez que nos vimos y no logramos decir nada porque nuestras miradas cargaban todo el dolor soportado durante esa última semana, ya no quedaba leña y empezaba a hacer frío, pero no dijimos nada porque nuestro orgullo es nuestro fogón interno, incendio inacabable. Recuerdo bien que la primera copa la serví con desdén, colmado de cansancio y hastío, pero en casa no había nada preparado, era tarde, tenía frío y no quería salir por más leña. Recuerdo tus manos al hablar, mudas, sin ese batir en el aire, sin esa manía de estar en constante movimiento como escribiendo en el aire. Eché la culpa a la bebida por su raro sabor pero sabía bien que la casa necesitaba leña, tenías frío también, ambos y así, frente a frente el día se acabó, la botella vacía, solo la noche y el frío de nuestras voces. La botella transparente y las copas sedientas, la mesa como cuadro como principal, nosotros participes del mutismo y la negrura absoluta que se avecinaba. Nuestras miradas dejaron de verse, oscuridad a todos lados hasta en los rincones que no lo necesitaban.

Quizá fue demasiado tarde, Raquel, recién entiendo tus silencios, comprendo el sonido de la silla y tus pasos con dirección a la habitación, recuerdo también el miedo que me iba invadiendo, iban a dar las once o quizá las doce de la noche y la habitación era la única cubierta de sonidos: cajones y tacones, portarretratos y la llave del auto. Sentado frente a la mesa con dos copas y una botella vacía, con las ganas de gritarlo de una vez, pero el miedo siempre puede más porque enmudece y se agiganta aquí en la garganta de quien la siente. Raquel, Raquel si esa noche hubiéramos hablado o al menos nos hubiésemos preocupado por la mesa y por las copas vacías, la botella hubiera sido otra y la bebida nos hubiera salvado como tantas otras veces.
¿Cuántos posibles finales me he ido inventando en esta misma mesa? más ahora este hogar está con solo una copa vacía, la tuya. Aunque quizá sea la mía y la tuya esté nuevamente llena, no lo sé Raquel, tuve miedo esa noche. No podía decirte nada, esperaba beber más y dejar de tiritar por el frío pero la casa estaba a oscuras y sin leña para la chimenea.
No dijiste nada cuando llegaste a la puerta, jalando la maleta de ruedas que compramos en uno de esos viajes, lo digo por el sonido que dejaba tras tus pasos, plástico desgastado que llevamos a todos lados con nuestros mejores trajes. Pero te fuiste Raquel, con tus mejores prendas y fotos donde solo salías tú.

Raquel, ha pasado tiempo, mucho tiempo y aún recuerdo todo como la última vez. En casa nada ha cambiado de lugar, salvo algunas veces que ha llegado visita y traían leña y comida para varios días. A veces vuelven a preguntarme por qué no te dije nada, por qué dejé que te fueras así, hasta Martina, la vieja que venía a hacer la limpieza ha llorado cuando entro al cuarto y vio el desorden que dejaste, pero ya se ha ido acostumbrado a este silencio y a la actitud de este viejo. Raquel, aquella noche no logré ver tu cara por última vez, ni tampoco oí tu voz dando alguna despedida. Ay Raquel, si te hubiera dicho algo aquella vez, quizá me sentiría peor y estaría en esta misma mesa llorando por no poder ir por leña, no poder hacer nada, ni verte a los ojos, ni ver tu sonrisa, Raquel, querida, aquella noche empezaba mi ceguera y tenía miedo de tropezar si salía o empezar a hablar y llorar porque Raquel aquí todo está oscuro.

MELVIN JARA.

jueves, 6 de abril de 2017

PINK TOMATE - Rafael Chaparro Madiedo


Soy Pink Tomate, el gato de Amarilla. A veces no sé si soy tomate o gato. En todo caso a veces me parece que soy un gato que le gustan los tomates o más bien un tomate con cara de gato. O algo así. Me gusta el olor del vodka con las flores. Me gusta ese olor en las mañanas cuando Amarilla llega de una fiesta llena de olores y humos y me dice hola Pink y yo me digo, mierda esta Amarilla es cosas seria, nunca duerme, nunca come, nunca descansa, qué vaina, qué cosa tan seria. Claro que a veces me desespera cuando llega con la noche entre sus manos, con la desesperación en su boca y entonces se sienta en el sofá, me riega un poco de ceniza de cigarrillo en el pelo, qué cosa tan seria, y empieza a cantar alguna canción triste, algo así como I want a trip trip trip como para poder resistir la mañana o para terminar de joderla trip trip trip.
Mierda, los días con Amarilla son algo serio. Voy a intentar hacer un horario de esos días llenos de sol, esos días un poco rotos, raros, llenos de humo, un poco llenos de café negro. Voy a hablar en presente porque para nosotros los gatos no existe el pasado. O bueno sí existe, lo que pasa es que lo ignoramos. En cuanto al futuro nos parece que es pura y física mierda. Sólo existe el presente y punto. El presente es ya, es un techo, una calle, una lata de cerveza vacía, es la lluvia que cae en la noche, es un avión que pasa y hace vibrar las flores que Amarilla ha puesto en el florero, el presente es el cielo azul, es una gata a la que le digo eres cosa seria y ella me responde sí, soy cosa seria, mierda, el presente es un poco de whisky con flores, es esa canción con café negro, es ese ritmo con olor a tomates, ocho de la mañana, techos grises, teticas con pecas, nada que hacer I want a trip trip trip mierda que cosa tan seria.

6:00 a.m.
Llega Amarilla de una fiesta y me dice oye Pink cómo vas? Y yo le contesto bien, todo va bien. Salvo mi corazón, todo va bien. Amarilla tiene el pelo revuelto, me acaricia y yo le doy un arañazo en una nalga, como para no perder la costumbre. Amarilla se dirige a la cocina y se prepara un café, mira por la ventana, se acaricia el pelo y me dice que la vaina está jodida y yo pienso que en verdad todo está jodido. Los árboles están jodidos, las calles están jodidas, el cielo está jodido. Las palomas están jodidas. Mierda. Yo también estoy como jodido. Me dan ganas de ahogarme en salsa de tomate.

7:00 a.m.
Rojo o tal vez azul. No sé. El sofá donde está sentada tiene tal vez esos dos colores. Amarilla se fuma un cigarrillo. Se lo fuma sin afán. El humo azul de su cigarrillo me envuelve. Amarilla me lo echa directo a los bigotes. Amarilla se arregla las uñas y me corta uno de los bigotes. Puta mierda. Siempre hace lo mismo cuando está deprimida. Luego subimos a la azotea y Amarilla abre los brazos, respira y me dice que la mañana está perfecta para suicidarse.
Entonces me agarra y me lanza a la otra azotea que queda más abajo y yo doy vueltas y vueltas y por mis ojos pasan el cielo azul, los edificios, las nubes, el sol, las ventanas, los ruidos y finalmente caigo parado en la otra azotea en medio de un poco de ropa extendida y digo, mierda, esta Amarilla es cosa seria. Subo hasta donde está Amarilla y me acurruncho entre sus piernas y pienso, mierda qué rico. Me arrepiento de haber pensado en ahogarme en salsa de tomate. Comemos galletas de chocolate y miramos la ciudad. Amarilla se sienta y lee el periódico. Me muestra una noticia de un hombre que lo mataron por una orinada.

8:00 a.m.
Sube el viejo Job, el vecino de Amarilla, con un poco de café. Con Job viene Lerner su gato. Lerner es un poco tímido. Yo saludo a Lerner y le digo oye Lerner qué te pasa? Y entonces Lerner se esconde detrás de las piernas del viejo Job y me dice, no Pink no me pasa nada, fresco loco. El viejo Job se sienta al lado de Amarilla y respira hondo. Ya me lo conozco. Le gusta oler el champú que usa Amarilla. Fresa. A mí también. El viejo Job le echa un poco de brandy al café y deja la botella destapada. Meto mi lengua en la botella. Me gusta sentir ese mareo del brandy, ese mareo que quema por dentro a esta hora cuando todo parece normal, cuando todo el mundo se dirige al trabajo, cuando todo el mundo piensa cosas correctas. Me gusta ese mareo a esta hora cuando no es normal que uno esté un poco ebrio, un poco triste, un poco como vuelto mierda.

9:00 a.m.
Bajamos. Estoy mareado por el brandy. Ebrio. Estoy envenenado por la mañana, por el cielo. Mentira. Estoy envenenado por Amarilla en la mañana, por Amarilla en el cielo, por ese olor de Amarilla que se halla diseminado por todas partes. El día huele a Amarilla. Miro hacia el cielo y veo en las nubes la forma de sus nalgas, la palma de sus manos. Veo los árboles y el ruido de las hojas me dicen oye gato marica pon atención te habla Amarilla. Mierda, qué cosa tan seria trip trip trip.

10:00 a.m.
Amarilla se despide del viejo Job. El viejo suspira y le mira las nalgas. Lo comprendo. Antes de despedirse el viejo Job le dice que más tarde viene con una torta de naranja y Amarilla le dice está bien viejo, está bien. Amarilla cierra la puerta y se abre la camisa. Se fuma un cigarrillo. Abre la ventana. Se coge las tetas, observa sus pecas iluminadas por los rayos de sol, se mira las manos y finalmente se queda estática ante su reflejo en la ventana y trip trip trip. Es evidente:
Amarilla a empezado a tejer la red de su día allí frente a la ventana.
Está un poco desesperada trip trip trip. Suena el teléfono. Amarilla contesta. Se ríe y dice que en realidad no sabe si tiene ganas de una orgía o de un pan con mermelada trip trip trip.

11:00 a.m.
El sonido del agua me aturde. Afuera hace sol. Amarilla se baña. Yo estoy en el sofá. El sol entra por la ventana. El ruido del agua inunda el día, la mañana, el mundo, los árboles. En ese momento solamente existe ese ruido. El mundo se reduce al sonido del agua cayendo sobre el cuerpo de Amarilla, sobre sus tetas, sobre sus nalgas, sobre su cuello, sobre sus piernas. Eso es el mundo: agua, Amarilla, la canción que canta trip trip trip, el rayo de sol que cae sobre mi cuerpo.
Nada más. Amarilla sale del baño y me dice que salgamos a decirle adiós al cielo azul con las manos.

12:00 m.
Amarilla prepara algo para almorzar. Alguna receta con tomates. Fuma mientras pela los tomates. Dice que ayer fue a presentar una entrevista para un trabajo en una fábrica. Creo que una entrevista para un trabajo es algo así:
Nombre: Amarilla.
Estado Civil: soltera.
Religión: ninguna conocida; alguna vez intentó ser hare Krishna pero la cogieron comiendo una hamburguesa grasienta y la expulsaron. Pero se había leído parte del Libro de los Vedas. Después intentó ser vegetariana. Tampoco funcionó. Por último se metió a una liga que defendía las ballenas. Hasta donde sabía su madre la bautizó. También hizo la primera comunión en la Iglesia de Jesucristo Obrero.
Sexo: Perdió la virginidad en el asiento trasero de un viejo Ford, en una noche de verano.
Dirección: avenida Blanchot.
Enfermedades: las de la niñez y alguna que otra infección pasajera, sin importancia.
Experiencia laboral: mesera de bar, acomodadora en cine, alguna vez vendió lotería, traductora.
Estudios: empezó a estudiar de noche inglés y computación, pero la echaron a mitad de semestre porque un malparido profesor se lo pidió.
Idiomas: algo de inglés. Se sabía toda la canción Copacabana de Barry Manilow.
Comemos en silencio. Amarilla me dice que tiene ganas de hacer una siesta porque siempre que duerme a esa hora sueña con barquitos de papel en la mitad de un cielo azulito. Pienso en sus nalguitas rosaditas trip trip trip.

1:00 p.m.
Amarilla está dormida. De pronto suena el ding dong del timbre. Mierda, debe ser el viejo Job. Otra vez ding dong. Mierda, qué viejo tan insistente. Ding dong. El viejo Job se sienta junto a la puerta y empieza a comerse la torta de naranja. Le da un poco a Lerner, el gato tímido. Salgo por una ventana y me acerco lentamente. El viejo Job me ofrece un poco de torta, pero yo la rechazo. Mierda, qué cosa tan seria. Le digo a Lerner, que qué le pasa, que qué se cree, que mas bien nos vayamos a cazar raticas, como debe ser. Lerner ser avergüenza y me dice, claro Pink.

2:00 p.m.
Amarilla se despierta. Estoy junto a ella. Amarilla se dirige al comedor y se sirve un poco de whisky. Suena el teléfono y Amarilla contesta. Se ríe y dice que en verdad haga lo que se le dé la puta gana. Entonces me acaricia y me dice que me va a llevar al hipódromo para que conozca los caballos. La veo y pienso que en verdad haga lo que se le dé la puta gana conmigo trip trip trip.

3:00 p.m.
Salimos a un parque. La tarde está un poco triste. Un poco rota. Un poco difusa. El cielo está gris y hace un poco de frío. Amarilla me dice que tiene ganas de tomarse una fotografía en un día triste. Amarilla se sienta bajo un árbol y saca su botella de whisky y yo le lamo la palma lentamente, sin afán. Nuestro árbol es grande e inspira confianza. A los pocos minutos una sirena interrumpe la calma del parque. Mierda. Unos árboles más allá una mujer se trata de ahorcar. La policía llega a tiempo e impide que la mujer se ahorque. Claro, la policía siempre se tira todo. Esa mujer ahorcada hubiera completado lo que le faltaba a ese día para ser mas triste trip trip trip.

4:00 p.m.
Llega Sven, un individuo que huele a tigre fatigado. Le da un beso a Amarilla en la boca, en la mitad de los dientes y mierda, pienso que este par se quieren. Sven dice que el próximo sábado la va a llevar al hipódromo y va a apostar por Escarabajo, que Escarabajo lo va a sacar de la quiebra y le promete que se emborracharán con vodka en una tarde de sol y que irán a la playa y le comprará una pelota de colores y le dirá que la ama. Pura mierda.

5:00 p.m.
Estamos de nuevo en el apartamento de Amarilla. Sven le dice a Amarilla que los sábados son los días del amor y de los caballos y entonces se encierran y hacen el amor. Me dan ganas de ahogarme en salsa de tomate.

6:00 p.m.
Debajo de la puerta de la alcoba de Amarilla empieza a salir humo. A los pocos instantes salen Amarilla y Sven desnudos. Sven se dirige a la cocina y trae un balde con agua y lo echa sobre la cama que está en llamas. Amarilla le grita a Sven que se vaya que haga lo que se le dé la puta gana. Sven trata de abrazarla y le dice fresca muñeca no ha pasado nada. Amarilla se pone a llorar y dice que tiene ganas de vomitar. Sven le dice tranquila muñeca vomita. Mierda, mucho trip trip trip. Amarilla coge la ropa de Sven y la lanza por la ventana y después empieza a lanzarle vasos a Sven. Uno, dos, tres. Cuatro putos vasos. Qué cosa tan seria. Sven sale con una toalla enrollada y recoge su ropa desde allá abajo le grita a Amarilla que es una muñeca muy salvaje como a él le gustan trip trip trip.

7:00 p.m.
Salimos de nuevo a la calle. Amarilla lleva consigo su ropa y la va regando por el camino. Me siento como en esos cuentos de hagas donde la princesa perdida va dispersando cosas para recordar el camino a casa. Entramos a un bar y Amarilla pide una botella de vodka y le regala una camisa de flores al hombre del bar. Una canción triste suena en el fondo, Don’t leave me now. Amarilla enciente un cigarrillo, mira hacia el fondo del bar, se marea con las luces, mira a esos hombres de camisas de colores que entran con esas miradas que dicen hoy soy todo tuyo mamita y entonces Amarilla dice un momento muñecos hoy no quiero enredos Don’t leave me now trip trip trip. Amarilla se echa todo el contenido de la botella por todo el cuerpo. Después se acerca al hombre que atiende en el bar y le dice que cuando lo ve no sabe si darle un beso o cortarse las venas. El hombre le dice fresca muñeca todas las muñecas son iguales y le indica que el baño está al fondo a la derecha y que cerca del espejo hay una cuchilla. Fresco muñeco le responde Amarilla y entonces pide un cocktail llamado “lluvia ácida”.

8:00 p.m.
La noche está demente. Las luces de la ciudad son pequeños ojos rotos, locos, alucinados que nos vigilan. Me dan ganas de estar en la mitad de una autopista. En la esquina nos encontramos con Sven. Se abrazan y Amarilla le dice que le haga el amor hasta el amanecer, ni más faltaba preciosa, que le meta la lengua hasta el estómago, que le toque el culo una y otra vez porque está haciendo frío, que no deje de lamerla mientras suena Touch me, que le inyecte susurros entre sus dientes touch me, que le toque sus manos llenas de pequeñas líneas solitarias touch me, sus nalguitas rosaditas touch me, sus ojos llenos de pececitos nocturnos, sus palabras invadidas de cielitos rasgados touch me please hasta el amanecer, hasta cuando el sol raye el cielo con su luz, ni más faltaba muñeca trip trip trip.

9:00 p.m.

Muere el viejo Job. El apartamento está lleno de gente. Mierda. Amarilla entra y le da un beso en la frente al viejo. Amarilla pregunta por Lerner, el gato tímido de Job, pero nadie sabe dónde está. Amarilla y Sven van a comprar flores para Job. Al poco rato regresan. Subimos a la azotea. La noche. La lluvia. El calor. Amarilla esparce las flores sobre la noche oscura. Las flores caen y se infiltran en el olor de la oscuridad. Lentamente. Flores blancas sobre la espuma de la noche. La noche. Las flores caen en la calle. Una. Dos. Tres, Cien flores en la calle, en la humedad del reflejo del resplandor apagado del día. Flores en el núcleo de las babas de Amarilla. La lluvia. Empieza a llover y las gotas de lluvia mojan la noche, las manos, las flores de la calle. Amarilla dice que los sábados son los días de los gatos, de los caballos y de los muertos. Mierda, qué cosa tan seria. La ciudad entera está muerta trip trip trip. Flores. Flores, Lluvia.