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Se veía cansada, sus alas empezaban a
dolerle con mayor intensidad, por el largo viaje, pero nada lo haría detenerse. Cada
forzado aletazo, un salto al recuerdo
donde hombres vestidos con jeans azules, camisa con cuadros multicolores y boinas sombrías, sumergidos en alcohol, pólvora y sonidos ensordecedores dentro de sus cabezas,
corriendo tras ellos como animales en celo sobre aquel paraje, su ex hogar.
Cerró los ojos por un
instante tratando de huir de ese bombardeo de imágenes que lo hacían ir más lento,
cada vez más lento. Pero nuevamente vio
caer a cada uno de sus parientes y a sus pocos amigos, cortando el viento
en una espectacular caída libre, dando volteretas, perdiendo el control de las
frágiles alas, caída inevitable, estrepitosa; su padre, un instante en el que
los años no lo dejaron agitar con fuerza, alas rémiges separándose de su
cuerpo, rectrices, tectrices, la tapa de la cabeza destrozada, materia gris
saltando por el cielo en una lenta carrera hacía el pasto del campo violado por
risotadas cada vez más fuerte, un cuerpo rígido seguido de otro y otros más,
ahora siendo llevados por perros, el recuerdo del crujir de cráneos dentro del hocico de los sabuesos babeantes.
Miles de compañeros más muriendo atravesadas
por balas y balines de plomo. Sangre salpicando y manchando nubes aquella
horrible mañana, rojo amanecer.
Al abrir los ojos se topó con una enorme pila de edificios. Sonidos continuos de cláxones de miles de autos, personas corriendo por estrechos pasajes esquivando las cajas de metal que corrían entre las angostas calles, olor a orina, sudor, cansancio, rabia, poluciones, gozo y dolor. Pensó que allí podía vivir tranquilamente, al menos sin balas que la persigan y atemoricen, entre cables, tráfico, esmog se podría vivir tranquilamente, los hedores no son malos después de todo, allí arriba estaría libre de los peligros, se repetía mientras se colocaba sobre un cable eléctrico.
Al pasar una semana
su cuerpo rígido descansaba en una callejuela desolada, unos perros callejeros
jugueteaban y trataban de comer de ella. Uno de ellos arrancó la cabeza con todo y cuello, mientras
masticaba frenéticamente como si murmurara entre dientes para sus compañeros que también hurgaban cerca:
- Murió atorada por
un chicle, se nota que no era de estos lares, para luego escupir una pequeña masa rosada.
Y de inmediato trago todo lo que llevaba en la
boca. Lo último que se escuchó fueron los pasos alejándose y el cuadro final un
montón de plumas regadas, manchadas de sangre como en sus recuerdos, aletazos a la muerte.
-Melvin Jara
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