
Aún recordaba todo, por eso el maldito tema sonando
nuevamente, la habitación estaba limpia, impecable, la cama tendida sin ninguna
arruga, los zapatos en su lugar y todos lustrados, las camisas planchadas y
colgadas pulcrísimas, todo se veía bien ese día, solo el maldito tema repitiéndose
nuevamente, la recordaba sin duda.
Su padre lo había llamado tres veces, no había respondido,
volvía a sonar el móbil, su padre nuevamente. Era raro incluso para él observar
tantas llamadas de su padre, hace ya unos siete años que ni se hablaban,
mientras sonaba recordaba esa tarde cervezas en mano:
-¡Decídete de una maldita vez!
-Lo siento, no puedo.
-Carajo, siempre es lo mismo contigo.
Y ambos abandonaron la banqueta del parque, dejando solo
unas botellas vacías en su lugar.
Después de esa tarde no volvió a saber nada de su padre, por
eso era raro las cuatro llamadas perdidas en medio de esa tarde. Acababa el
tema y volvía a sonar nuevamente, aunque ahora sonaban dos cosas al mismo tiempo,
el móbil y el tema, juntos, en completa coordinación.
Para contestar había que darle pausa al reproductor, para
seguir oyendo la canción habría que apagar el teléfono, optó por responder:
-Buena tarde, ¿padre?
-Te he llamado cuatro veces, ¿qué pasa?
-Nada.
-Ven a la plaza, urgente, necesito hablar contigo sobre lo
que pasó aquella tarde.
-¿En estos momentos?
-Sí, te espero.
Dejó todo en pause, el volumen ni lo tocó, se paró, abrió el
armario y sacó una de sus camisas recién planchadas, tenía la sensación de que
lo había hecho todo premeditadamente, que sabía lo que pasaría en la plaza de
armas, seguro dos o tres cervezas nuevamente hasta que toquen el tema y ambos,
padre e hijo tendrían la misma mueca en el rostro, el mismo gesto con las
manos, la misma mirada con esas pupilas dilatadas como si les importase la
conversación, solo tres cervezas, la cuarta siempre acaba siendo la detonante
después de todo, se decía a sí mismo ya en la calle, andando acabando de
abotonar la camisa.
El camino fue silencioso, y no porque las calles estén
muertas y vacías, era un silencio abstraído de todo sonido, los autos y sus
llantas, los semáforos y los pasos de cebra, las tiendas comerciales y los
puestitos pequeños con sus caseras en cada esquina, las veredas y su
caballerismo de dejar el lado de la pista vacía, las conversaciones apresuradas
en la esquina, silbidos y berrinches tanto de niños como de adultos que creen
que eso es ser niño.
Llegó y para su sorpresa su padre ya había bebido dos
cervezas, dejando cuatro latas intactas, acababa de sorber el último cuando lo
vio llegar, destapo dos latas más, entregando una a su hijo, padre e hijo con
cuatro latas de cerveza, hijo y padre con latas de cerveza que durarán cuatro
sorbos. Tampoco dijeron nada, concentrados en sus bebidas, como si fuera un
competencia donde el que haga menos ruido al beberlas ganará.
Acabaron las cuatro cervezas, el padre se levantó del banco
y avanzó, ambos avanzaron, también sin decirse nada, eran como el cuerpo y la
sombra, con las mismas muecas, los mismos gestos, hasta en los pasos eran
idénticos. Llegaron a puertas de un bar, a tres cuadras de la plaza, dejaron
atrás el ex cine Cavero que ahora era tan solo un templo pentecostés, la
plazuela seguía como la última vez, un anfiteatro vacío y lleno de bolsas de
snacks.
El bar estaba lleno, pero parecía vacío pues cada quien
estaba inmerso en su propia bebida, en su propio bullicio interno.
-Tres cervezas por favor.
-Enseguida señor, se escuchó al fondo, mientras abría la
refrigeradora y sacaba la espumosa bebida. Se sentaron cerca de la puerta,
ambos preparados para huir cuando algo se les escape de las manos.
Aquí tienen señores.
Dejó las cervezas, los vasos y se fue.
-La otra vez nos fuimos sin decir nada, han pasado ya buena
cantidad de años.
-¿Quieres que hablemos de ello?
-Esta vez creo que sí.
-Perfecto, pero si primero te sirves un poco.
Las botellas se quedaron vacías, pero la sed que sentían iba
aumentando, ambos, necesitando una cerveza más, para romper la ley de hielo que
congelaba la mesa.
-Creo que no podré decir nada, como la otra vez.
-¿Qué te hace creer eso?
- Pues el hecho que pediste tres más y solo estamos hablando
de ello
-¿Te jode que pida más cervezas?
-No, quizá luego podamos hablar algo.
-Y si no nos decimos nada, ¿sería malo?
-No, después de todo, no es lo peor que me pasado.
Y acabaron otras tres cervezas más, en el fondo un tipo
pequeño se acercaba a la rockola, se demoró unos tres minutos en escoger sus
tres canciones, cuando empezó a sonar no hubo más que decir. Volvían a poner el
mismo tema, el mismo vaso seguía llenándose de más cerveza, la mesa tenía los
pelitos de punta por tanto silencio, las botellas frías, la misma canción de
siempre, de toda la vida…
MELVIN JARA