Mis padres me pusieron Magdiel. Magda para los más cercanos, Maggy para los amigos más jóvenes, bruja para mis hermanos. Nena para mi madre y Magdiel Rosario cuando mi padre estaba enfurecido. Para ti, como desees llamarme, después de todo los años que cargó encima importan nada, las heridas y golpetazos que también traen son ahora solo manchas en la enorme página en blanco que busco cubrir. Pues me cuesta mucho llenar el aire con mi voz. Sé que te has ido llenando de rabia y cólera conmigo, tal vez por no decir nada sobre y durante tus andanzas para mantenerte de alguna u otra forma en la casa. Pero ya no puedo más, he visto en tus ojos ese brillo suave y tintineante cuando lo ves, esa sonrisa pura que hace que se te contraigan los cachetes cuando te llama, tu nerviosismo y esa gotita de sudor que corre por tu frente cuando te escribe al celular. Y en el fondo me recuerdas a mí.
Claro que hablamos de distintas épocas, tú y toda la tecnología y todos los conocimientos que has ido almacenando en tus dispositivos. Tú y esa amplia gama por escoger y buscar alguien que te sea interesante. Tú navegando en el tiempo a diestra y siniestra.
Yo y las radio novelas, el derecho de nacer y sus capítulos nuevos cada mes, yo y las cartas de hojas de cuaderno com garabatos en ves de letras. Yo y los pocos libros de mi gaveta, los libros tristes los libros alegres los libros azules y amarillos . Yo y mis conversaciones púdicas a las cero horas y catorce minutos sentada en el mueble de la sala frente a la pantalla blanco y negro que solo tenía estática a esas horas. Yo y el Ring para las llamadas de a cinco soles por tres minutos en las filas largas para marcar.
Hay mucho que nos separa y con esto no quiero que pienses que guardo rencor por todas las veces que me alzaste la voz y me mandaste a callar, por las veces que te morias de vergüenza cuando preguntaban si yo era tu madre.
Nada de eso hija mía, vengo aquí con todo el amor del mundo a contarte la historia que intenté borrar por completo de mi vida y quemé esas pocas cartas y libros y todo lo que me ataba al recuerdo de aquel cuerpo castaño, aquellos ojos desorbitados, su pelo negro, sus palabras y el maldito silencio que lo acompañaba. Podría decirse que vengo advertirte.
La tarde fue incierta, tenía el pelo largo y grasoso, un extraño aroma añejo como a vino y cachina. Leía poemas de un tal Niels Hav y gritaba como un loco las palabras que se aprendía de memoria. Un cursi de los malos que bebía y reía como estúpido inflando el pecho como un pavo, Real. Un poco esquivo, vestía camisa manga larga y el pelo engominado. Fueron tardes y noches bajo la luna y el sol, pistas de baile y pasos tontos de moda, manos sudorosas, rosas de plásticos y risas aplausos al salir de cada función.
Mi madre sin embargo lloraba todas las noches en su cama maldiciendo su vientre por haber parido una hija que acabaría limpiando trastes en una casita alejada de la urbe, que probablemente tendría los dientes llenas de caries, al menos las que aún permanecían en la boca que mi madre a esas alturas imaginaba. La panza enorme y constantemente preñada. La casa llena de niños y pañales por limpiar junto a los trastos del almuerzo de ayer.
Los días avanzaban presurosos, el corazón se tornaba débil y calmo cuando él decía que mi cuerpo tenía el aroma del Ron y las frambuesas mezcladas en el mismo aire: "Te rodea muñeca" decía muchísimas veces, mientras se peinaba el pelo, con el peinecito de color celeste que llevaba en el bolsillo del pantalón.
Las cosas de pronto comenzaron a cambiar, él llegaba tarde y dejaba de peinarse. Se quedaba viendo al aire y acentia a todo lo que le decia. Hasta que un día dijo:
"Flaca, esto no funka. Es muy pesado y siento que ya no te necesito"
Dos días después lo vi funkando con una chica maquillada con enormes tacones y pelo corto. Una momia con aires de juventud. Tarde en contarle a mi madre mientras el dolor me destrozaba todas las tardes, noches y mañanas. Sentía como se me salía el pecho, se me secaban los pechos y me apestaba el sexo. Como me pasaba los días frente a la ventana de algún hotel fumando o solo viendo el techo y contando cuantas vueltas daba el ventilador.
Hasta que decidí contárselo a mi madre, cuando ella me encontró entrando a la casa a eso de las tres y treinta y cuarenta y dos de la mañana oliendo a trago y con los ojos rojos. Mi madre lo odio muchísimo. Lo odio y lo quiso al mismo tiempo. Su cabeza llena de complejos. A ella le fue imposible soportar verlo comer un trozo de carne haciendo caso omiso a los cubiertos de la mesa.
Lo amé como las flores a la primavera, con las hojas de mi cuerpo y con todas mis voces. Lo amé tanto hija, que aún por las noches siento oír su voz detrás de la ventana, ingresando con sus pasos raudos y su estupido andar altivo, llega a la mesa y dejaba cualquier cosa sobre la mesa, él odiaba tener la mesa vacía. Lo amé tanto que solo me queda estas palabras para tratar se describir en pocas lineas todo aquello que surgía de mi pecho por años.
Jamás volví a saber de él, salvo por algunos comentarios de terceros quienes se llenaba la boca comentando a voz elevada, mientras levantaban un tomate y se lo llevaban a la nariz para olfatearla,que su actual novia tiene un hijo de cinco a seis años que él ignora. Un hijo que vive con su madre a kilómetros de la ciudad. Que la mujer solo usa su dinero, como tantas otras veces lo hizo. Que se trataba de una reverenda vividora. Pasaron cuatro años cuando me enteré del trágico accidente vehicular dejó doce muertos. Entre ellos él. Lo curioso es que no venía en ninguno de los vehículos accidentados. Al contrario él salía corriendo a tomar la combi que lo llevaría a su trabajo cuando fue testigo del fatídico accidente entre una camioneta Nissan y un minivan de doce pasajeros, para entonces tenía ya dos hijos y un entenado con la chica esa, entró al vehículo y comenzó a bolsiquear a todos los pasajeros que pedían ayuda cuando recobraban la conciencia y volverse a desmayar. Los vecinos que llegaron al lugar vieron como él cerraba la puerta y cruzaba la pista para seguir esperando su combi. Lo demás fue un linchamiento con transmisión en todas las redes sociales.
Mi madre no acertó del todo en aquella historia que suele sacarme algunos suspiros de cuando en vez, claro que tiene que ver muchísimo en cuenta el hecho que haya tenido un final trágico. Pero si tuvo cierto grado de verdad cuando lloraba por haber parido una hija que acabaría lavando trastes...
Con todo el amor que me cabe en el pecho que te vio crecer, tu madre.
P.d. No creí necesario poner lo que quería decirte con toda la historia resumida en esas líneas. Eres mi hija, sé que lo entiendes.