Y sí, todavía me siento emocionado y muchísimo si alguna jovencita se acerqué o salude coquetonamente, como sucedió ayer. Sentado, fumando un cigarrillo Lucky strike convertible con pastilla de mora y limón. Me levanto para tirar la colilla en el tacho de basura frente a la banca de la plaza de armas de Atalaya. La noche alumbrada por luces amarillas, muy antiguas, que se sostenían de los postes con forma de candelabro. Los insectos volaban alrededor de aquella artificial luz, rodeaban varias veces como enloquecidas la tenue y triste luz. A esa hora la noche huele a tierra húmeda y pasto y tristeza que emana cada una de las personas que pasan alrededor, ya sea en alguna mototaxi o caminando. Con las pupilas como platos enormes, todos volteaban y seguían cada uno de mis pasos hacia el tacho. La gente me veía por como vestía, siempre lo mismo, por como vestía. Y eso que no llevaba gran cosa puesta si no la típica camisa de a cuadros jean y el short con estampado de flechas y triángulos.
Bajó de una moto, de cuerpo delgado y rostro delgado, común entre la gente de la selva, pero ligeramente alargada en la mandíbula, cobriza, pelo lacio y bien peinado hasta los hombros de ahí hasta la cintura llevaba el pelo desgreñado y ondeado, de contextura pequeña y de ojos negro azabache profundo. Llegué, sin pisar ninguna línea que separaba las baldosas pues iba imaginando estas significarían mi derrota, mi aniquilación total. Puse la colilla dentro del tacho verde con la base oxidada. En el retorno a la banqueta continuaba ensimismado en mi tonto juego cuando la oí, claro que antes de dejar la mototaxi ya me había dado una mirada escrutadora y avanzó lentamente como si tratará de anclarse en cada, uno podía darse cuenta de la lentitud de sus pasitos. Me detuve a verla con curiosidad, buscando un cigarrillo entre mis bolsillos vacíos. Ella se detuvo frente a mí, suspiro fuertemente y quizá fue la soledad de ambos, ese corazón destartalado en medio de una noche triste o quizá el sonidos de las llantas de las mototaxis que la coaccionaron a acercarse lentamente.
Al estarse cerca a mí, con la mirada más tierna y de ojitos achinados y párpados en constante caída dijo:
- Bue-nas noch-es, jov-en.
Se arregló el pelo, mostrando los incisivos, caninos con total soltura , bajó la mirada, continuó su andar viendo las baldosas. Avanzó hasta la banqueta contigua, a unos tres metros y medio. Ambos debajo de una enorme palmera muy hermosa de un verde tan intenso como el de una Tettigonia Viridissima. Antes de sentarse volvió a verme y dejó el lado derecho del banco libre.
Me sentía envuelto en un extraño trance, me ardía el pecho y me temblaban las rodillas, me
sudaban las manos y se me llenaba de gotitas de sudor en el pliegue y borde alar. No era para menos, encerrado tres semanas (es decir un dieciséis de septiembre del dos mil veintidós) en una habitación de hotel, sin poder dormir a causa de constante golpeteo del piso de arriba que por más que reclamará me decían que eran pequeñas reparaciones sumado a la racha de suerte mala aquel era el único hotel del pequeño pueblo y las pocas veces que había salido a tomarme una cerveza con intención de hacer amistades me tocaba con puro marica que me proponía barra libre si lo cachaba. ¡Carajo! como si tuviera la necesidad de un mecenas del trago. Los mandaba a la mierda o sólo les decía:
sudaban las manos y se me llenaba de gotitas de sudor en el pliegue y borde alar. No era para menos, encerrado tres semanas (es decir un dieciséis de septiembre del dos mil veintidós) en una habitación de hotel, sin poder dormir a causa de constante golpeteo del piso de arriba que por más que reclamará me decían que eran pequeñas reparaciones sumado a la racha de suerte mala aquel era el único hotel del pequeño pueblo y las pocas veces que había salido a tomarme una cerveza con intención de hacer amistades me tocaba con puro marica que me proponía barra libre si lo cachaba. ¡Carajo! como si tuviera la necesidad de un mecenas del trago. Los mandaba a la mierda o sólo les decía:
- Arranca reconchasumare, no le entró a la mostaza, arranca, arranca.
Y seguía bebiendo, claro que también me topé con maricas bacanes que replicaban:
- esta bien causita, pero vamos a tomarnos un parcito, no me hagas Roche pe'
Igual acababa ebrio y lateando por algún lar en esta ciudad con casitas de material noble de hasta tres pisos alrededor de seis cuadras de la plaza de armas y las demás con casitas de madera muy pequeñas con aroma alcanforado, techo de calamina con estilo de cola de pato. Atalaya es el pueblo que abre las puertas de su cementerio solo los días sábados de ocho de la mañana a las tres de la tarde; los domingos de ocho de la mañana a cuatro de la tarde. Es decir si se te ocurre morir un día que no sea esos te recontracagaste y estarían con tu cuerpo en la morgue hasta esperar que abran el mohoso y abandonado cementerio que por cierto está incluso más alejado que cualquiera de los cuatro prostíbulos que si abren de lunes a domingo en horarios de once de la mañana a dos de la madrugada, con las mesas y sus parroquianos repletos, bebiendo, bebiendo, solo bebiendo entre los pasillos con luces de neón color naranja o rosa, bajo esteras o un plástico azul y en el mejor de los casos bajo calaminas.
Aquel saludo me había sacado del Estado melancólico en el que me encontraba, de esos días sudando en la cama, dando vueltas para poder refrescarme. Decidí acercármele, pedí permiso para poder sentarme junto a ella, accedió otra vez con esa sonrisa infantil, sus ojitos negros de pupilas pequeñísimas, como aquel suave rostro soñoliento y sonriente. Parecía un ángel bajo la tenue luz de las farolas, tratando de arreglarse el pelo, frotándose los ojos.
Le pregunté su nombre, de dónde venía, si esperaba a alguien. Pero ella sonreía y se permanecía muda, mirando mis botines algo deslúcidos. Arremetí nuevamente con mis preguntas de como había llegado ahí, su edad (por el rostro y el pequeño cuerpecito le calculaba unos diecisiete años y eso excitaba muchísimo) si tenía un hora máxima para llegar a casa.
Ella solo miraba mis tabas en total mutismo, mientras alrededor otros tíos abordaban a jovencitas que bajaban de mototaxis, solo que a ellos no los saludaban, eran ellos quienes se acercaban a las que estaban solas en sus banquetas.
De pronto la pequeña se levantó y me tomó de la mano sin más y musitó suavemente mientras íbamos pisando las líneas de las baldosas en varias ocasiones:
- Vam-os a bai-lar, este ambi-ente me acong-oja terrible-mente.
Le seguía los pasos, ella que antes avanzaba lentamente ahora casi corría con sus pequeñas piernecitas, al andar detrás de ella pude apreciar mejor el pequeño y redondo culito que se manejaba, era una mujercita quebradita con las posaderas como de ganso, tenía pechos pequeños pero a quién le importaba eso a esas alturas, ella me había contagiado esas ganas por bailar y oírla mencionar la congoja me hizo dar cuenta de que esa era mi maldita situación y me llegaba al pincho y al mismo tiempo me ponía algo duracell el hecho de que ella me lleve así de la mano por un pueblo desconocido, de la cual poco o nada esperaba ya.
Me llevó alrededor de unas diez cuadras, en las cuales podía ver árboles rebosantes de alegría y colores, saliendo de las casas y dejando sus ramas en medio de la vereda nos agachamos y pasamos por un bar con las paredes de Calamina donde varios tipos jugaban al golpeado y metros más allá unos patitos cruzaban la pista poco transitada, hasta que llegamos a una discoteca que recién estaba abriendo, el nombre del local era "Aquelarre club-disco-bar" Pasamos, aún de la mano, el portero no me cobró nada.
-Pasen, pasen aún es temprano.
Fue lo único que dijo y nos dejó ingresar. Dentro nos topamos con un ambiente de pequeños sofás de color rojo y blanco con mesas de plástico, la barra de bar hecha de caña Guayaquil con un letrero que decía:
"Hoy cervezas
Pilsen
Cristal
San Juan
Jarras
Desmemorizador
Semen de pitufo"
"Hoy cervezas
Pilsen
Cristal
San Juan
Jarras
Desmemorizador
Semen de pitufo"
La jovencita me llevo a una mesa cerca de la barra, al sentarnos me dijo:
- Hoy te acom-pañaré, mi nom-bre será Lalia. Y el tuy-o será Lalo, esta-mos en sinto-nía o no?
Reí, enternecido por su vocecilla de ave, trinando en medio del bullicio que decían tra tra tra, pa' tra tra tra pa'. Accedí y le pregunté por las jarras de tragos. Lalia sonriendo de oreja a oreja me dijo que el Desmemorizador era la mezcla del cañazo con chuchuhuasi más gaseosa inka kola y que no me la recomendaba, que era trago para loquitos. Mientras que el Semen de pitufo le sonaba nuevo, incluso excesivo. Reímos y pedimos tres cervezas San Juan, era temprano y el local aún estaba vacío acabamos las cervezas mientras ella hablaba y decía que se sentía de veinticuatro, que el nombre se lo puso porque le gustaba muchísimo, vivía sola a catorce cuadras de la plaza en línea recta a la muni, que trabajaba en una pequeño restaurante pero la dueña la había echado porque encontró al marido intentando abusar de ella, Lalia se lo dijo pero la matrona creyó al marido y la echo no sin antes llamarla puta, perra, cachera. Pedimos tres más, Lalia acostó su cabeza en mi hombro, no llores Lalia, dije.
- Nica-gando lloraré, Lalo, estas conmi-go y es lo único que im-porta.
Sus ojos decían que por nada del mundo la dejase sola, sus ojos se anclaban a los míos intentando permanecerse por más tiempo reflejados en los míos. Mientras tanto el lugar comenzaba a llenarse de jovenzuelos que iban abarrotando el local.
Bebimos, bailamos, la gente comenzaba a llenar el local. Ahora el mar de transpiración de cuerpos jóvenes se nos metía por la nariz, olía a sexo, arrechura, cigarros, cloro y pescado. De pronto el local Veíamos tres jovencitas bailando con dos tipos llenos de cicatrices que mientras se movían pasaban sus manos por los pechos y el culo de estas, ellas solo reían. Más allá un grupito de jovencitos gays echaban ojitos a cualquier tipo que pasaba a la barra a pedir tragos.
bebimos unas nueve o doce botellas cuando ella, que ahora se acurrucaba junto a mí dijo que tenía un hambre de mierda:
- Lalo, me ca-gó de ham-bre. vamos a com-er algo, ya?
Salimos empujando entre tanta gente que se apretujaba lujuriosamente, tomamos una moto y le dijimos que nos lleve a la plaza de armas, nos cobró dos soles y cincuenta centavos. "Ya es tarde señor, por eso la tarifa sube un poquito"
Bajamos, empecé a sentirme mareado, ella también porque metía las manos en mi bolsillo y reía:
- Jajaja to-que a Lalito, jajaja.
Yo era feliz estando ebrio, estando junto a Lalia, en la plaza cagándonos de risa, una noche que iba a ser la segunda semana en esa pequeño pueblito a unas veinte horas de la capital y todo por el pequeño saludo.
Entramos a una pollería:
- Dos cuartos para comer aquí, por favor. Ah! una jarra de chicha más señito, gracias. Nos sentamos y mientras esperamos los platos ella quiso leer un poema, cogió mi celular y con los pulgares presiono dieciocho veces la pantalla, solo para decir que no encontraba el poema que buscaba, que probablemente la poesía ya había muertos horas atrás. Insistí en que busque el poema, me devolvió el celular entonces decidí leer algo mío, se lo dije y sus ojitos se iluminaron, comió tres papas mientras leía el texto que había escrito aquella tarde:
Buscando, perdido y con las tabas llenas de mierda y polvo
el recuerdo de todos los polvos en los que me vi metido
cuantas líneas de polvo blanco han sido trazadas buscando alinear mi desconfiada vida,
tartamudo falso trotamundo
más falso que todos los billetes que gastaron mis manos
billete tras billete, durmiendo sobre la repisa de alguna veladora.
Todos tienes un parecido enorme a otras personas cuyos rostros empiezo a desdibujar
baldosas que también cuentan, desde cada una de sus vértices
"Tu dolor es el dolor del proletariado
tan dulce y triste
que ha pasado entre todas las bocas"
calles angostas entre rizos y pelos de ichu
sudores uniformes celeste y verde
azul o gris
fósforos plateados lustrando por luca china
toda la sangre seca
oscuramente seca y triste
como el pedazo de carne
colgado en el tendedero de una casa que sabe brindar solo abrigo
cuantas personas habrán pasado frente a los ojos
y llorado al mismo tiempo
tratando de salvarse de tsunami que nos caerá
/en breve/
Estos carros me recuerdan a todas las veces
que dijiste saber cuando acabaría nuestras vidas
apocalípticos besos
que saltan de la línea
escabulléndose, entre la pastosa suavidad del siguiente renglón
Está plaza llena de manos esqueléticas que intentan acariciar mi rostro
mientras sonríe y se relame un ojo
eso no calma el tic nervioso y tonto
que cada semana inventaba
pensando si aquel vuelco del estómago
era confundido con las famosas mariposas
ahora otra plaza de viste de luto
carga un maletín mientras come un puñado de tierra
ayer volví a presenciar otro accidente de tránsito
iba yo detrás, como pasajero
cuando el impacto logró despertarme y presenciar aquel golpetazo frío y rotundo
como el puño de un hombre tomando vuelo
hacia la planicie de un rostro árido
destellos en el cielo, truenos en el cuello
una tormenta en el pecho
mientras el huayco de nuestro sexo desbarata otras ciudades
pequeñas
preparándonos para la verdadera batalla
que se nos viene, que nos lapida.
Ella no acabó su plato, solo dio algunas bocanadas más y se me quedó viendo, parpadeando lentamente, dejándolos cerrados más de un segundo. Yo que cuando siento el alcohol elevado empiezo a tener un voraz apetito acabe el cuarto de pollo y todas las papas fritas, la ensalada y hasta el aguadito.
- No que te cagabas de hambre -le pregunté aún con la pierna del pollo entre las manos.
- Si, pe-ro (mientras sus ojitos se iban hacía la derecha) meee-jor lo lleva-mos a mi ca-sa y acaba-mos allá.
Al acabar eso puso su mano sobre la mía.
- Esta bien y si deseas también le agregamos un vinoco.
Ella río y asintió con la cabeza, llamamos al mesero y le pedimos una bolsita para poder llevarnos el pollo que ella casi ni había tocado.
Salimos, ahora Lalia ya no me guiaba de la mano, avanzaba a pasos lentos, se la veía triste, le pregunté otra vez un montón de cosas: qué sucede, por qué ahora estas así, tomamos una moto para llegar, compro el vino, estas segura que quieres que te acompañe, eres aún Lalia y yo Lalo?
lo único que respondió fue:
- Vam-os cami-nando, no está tan le-jos. Allá habla-mos.
Sus pasos en total silencio la iban alejando de mí, detrás iba yo, cargando sus sombras, llevando la bolsita de comida. Durante todo el camino no dijo nada, solo oíamos el ruido de las motos y las pocas camionetas, nos topamos también a ojos sorprendidos y chismosos que nos seguían por una o dos cuadras, si estos iban acompañados murmuraban entre ellos, deteniéndose a cada tramo para voltear y vernos nuevamente. Al pasar la décima cuadra, giró rápidamente y me detuvo, cubrió mi boca con la palma de su mano y preguntó, tenía los ojos casi apagados, soñolientos y muy cansados, casi sin brillo, a pesar de todo eso la podía ver maravillosamente bella, estaba cerca de mí y ya no me sentía el ser más triste del mundo.
Casi llegando a su casa, a unas tres cuadras había pequeño puente, debajo el agua corría mansamente.
- Pro...promete que no... no dirás nada -Dijo cuando estuvimos a metros de su hogar.
Me sorprendió la falta de energía en sus palabras, pero no dije nada, preferí callar y asentir a preguntar por algo que sin duda la ponía de malas y escarbar en ese dolor podría haber malogrado la noche que parecía mejoraba. Abrió la puerta marrón de su pequeña casa de material noble pintada de color verde. Era de una sola pieza, es decir en una sola habitación estaba la cocina, la sala, la cama y en una esquina el baño.
- Tom...toma asien...to donde pu... pu...edaaas.
entonces su cuerpo se dejó caer en la cama desatendida y llena de pantalones jeans y calzones de todos los colores y tamaños.
Me acerqué para asegurarme de que se encontrará bien pero ella inmediatamente sacó una lata de redbull de su almohada, se levantó con tanta fuerza, la abrió de inmediato y la bebió de un solo tirón.
Al acabar con un sorbo potente y sonoro aventó la lata a la esquina donde estaba el baño. Me vio a pocos metros y se abalanzó a abrazarme con tanta fuerza que me sentí partido en dos. En ese momento, en medio del abrazo, aproveche para tocarle el trasero suavemente, ella no sé inmutó. Pasado un buen tiempo, la verdad no sé si fueron cinco minutos o media hora porque su abrazo era tan cálido y fuerte que me hizo cerrar los ojos y entregarme de lleno al manoseo suave.
Ella se alejó luego y con voz pausada dijo:
- Sabes, quie-ro vayas a la lico-rería Matterk-ing y com-pras un par de vin-os, tenemos que cel-ebrar esta gran no-che, no es ciert-o.
Volvió a abrazarme y me besó en los labios, con suavidad, humedad dulce bañada de un rojo carmesí, calma, calidez, su lengua abriéndose paso entre mis labios, entre mis dientes, chocando con mi lengua, entablando una batalla lengual, las dos lenguas enroscándose como serpientes mientras sus manos tocaban mi sexo despierto y mis manos ingresaban en los jeans y tocaban el calzoncito delgado que llevaba aquella noche deseando poder saber el color con la palma de la mano como los ciegos. La pasión que surgió en ese beso fue tremenda, cuando nos despegamos ella tenía el jeans desabrochado, el brassier fuera del polo y sin zapatillas. Mientras mi polo ahora esperaba en el piso junto a la correa de cuero que gane en una pésima apuesta.
- Y condones, también condones -dije y de inmediato recogí levante el polo y me lo puse, fui a la puerta y antes de abrirla agregué:
- Vendré lo más rápido posible, ve poniéndote cómoda.
En la calle gobernaba el silencio, no había mototaxis por ningún lado, avance rápidamente, al pasar la tercera cuadra comenzó a caer una pequeña lluvia que se fue intensificando cada vez más. era entrada la madrugada, a la octava cuadra el cielo se partía a pedazos y chorros de agua caían en todas las direcciones, eran como baldazos de agua sobre cada metro cuadrado del piso. llegué a la plaza y por suerte pude encontrar una moto, le pedí que me lleve a la licorería Matterking, el mototaxista no era de la zona, llegamos pero estaba clausurada hace unos tres días. El mototaxista me dijo que a unos cinco minutos del lugar había un market con todo, accedí y en el trayecto me fue contando que había escuchado sobre el Matterking:
- Socio, así a la volada - mientras aceleraba, tenía la parte delantera de la mototaxi con un plástico transparente para evitar mojarse- datearon que esa licorería era en si un chongo con pura peladita de quince a diecinueve añitos. Dentro había cuartorios y toda la mierda. Eso aquí es normal loco, lo malo es que todas las peladas estaban con el bicho. Dicen que en si cerraron ese lugar por eso. Ya que el sobrino del alcalde salió infectado.
Me dejó en el market, pedí que me esperará unos minutos para poder volver rápidamente a la casa de Lalia y cobijarme entre sus piernas. Le adelante el pago por el viaje de vuelta e ingrese al market.
Dentro, empapado, compré los vinos y la cajita de condones, pensé en lo que dijo el mototaxista, pensé lo peor. Salí asustado del lugar, la moto había abandonado el lugar, la lluvia seguía cayendo con más fuerza. una mototaxi azul pasó tocando el claxon, la detuve y le pedí me lleve a la plaza de armas, en la plaza pedí entrará al costado del municipio y siga de frente unas catorce cuadras.
-Tío, te dejó en cinco cuadras, es que por el puente suele desbordarse el río y es peligroso. además ese puente podría colapsar en cualquier momento.
tamare, dije pero accedí, cinco cuadras más cerca, solo eso sonaba en mi cabeza, iba imaginandola desnuda, su vagina juvenil de labios rosados y con poquísimas conversaciones, los vellos finísimos sobre su pubis, el marrón de sus pequeños pezones, su ombligo tembloroso, la calidez de su sexo, la humedad que pronto también se apoderaría de nosotros y también lloveríamos para nosotros, entre nosotros, por nosotros, de pronto el chófer se detuvo:
- Ya causa, hasta aquí nada más te traigo, ves putamare ya ha crecido el rió de mierda, provecho con las tabas, jajaja.
Baje, no le dije nada y le di las tres lucas que me pidió. Mis tabas estaban muy mojadas como para pensarlo dos veces, cruce el puente donde el agua marrón y espeso corría, había subido unos ocho centímetros sobre el puente. Anduve las dos últimas cuadras. Aguachinado, pero las ganas por estar dentro de Lalia eran tremendas que sin darme cuenta avance y ya estaba en la puertecita marrón. Toqué tres, cuatro, cinco, diez veces, quince veces, veinticinco veces. No hubo respuesta. La cólera me comenzaba a invadir. ¿Acaso era el juego de una chiquilla aburrida? empuje la puerta con todas mis fuerzas tres veces hasta que se abrió, caí dentro y al levantar la cabeza el cuerpecito desnudo de Lalia pendía en la viga del techo, la soga la hacía ir de aquí allá suavemente, como en un péndulo, una piñata humana preparada para el golpeteo de los asistentes. Las bolsas se me cayeron al piso, corrí a levantarla. En la cama una nota en una hoja de cuaderno A4 me detuvo :
No le digas a nadie,
"ADEMAS YA ME LAS TOMÉ ANTES DE CONOCERTE"
Gracias.
xoxoxxxoo
cerca de la almohada dieciocho blíster de clonazepam vacíos.
en ese momento lo comprendí. Me acerqué lentamente a ella, detuve su cuerpecito con suavidad, dejo de tambalear en el aire, besé sus pies y sus dos rodillas, tenía el pubis depilado, un tatuaje de flor de loto en el ombligo que había sido modificado y se podía notar claramente, pechos pequeños de enormes pezones amarronados. También besé su lunar de la rodilla derecha, cerré sus ojitos, tendí su cama, limpié su baño, barrí el pequeño ambiente suyo. Antes de salir apagué la luz, recogí las bolsas de vino y ponchos. Cerré la puerta lentamente, para no hacer ruido alguno y dejarla descansar en paz, sobre el cuadro limpio de su habitación. Cuando llegué al puente saque los condones de la bolsa, los guarde en el bolsillo trasero y solté la bolsa y los vinos, vi como estas desaparecían en el agua oscura y barrosa, mis tabas estaban hechas mierda, llovía y lloraba mientras volvía a leer la hoja A4 mientras la lluvia la iba deshaciendo entre mis manos:
No le digas a nadie,
"ADEMAS YA ME LAS TOMÉ ANTES DE CONOCERTE"
Gracias.
xoxoxxxoo