sábado, 26 de mayo de 2018

PIZARRA BLANCA.


En la necesidad por transcribir, volví a copiar como tantas otras veces. Buscando únicamente salvarme de la pantalla en colapso. Saberme aún con despertar en pijama y sonreír frente al espejo. Transcribiendo todo y de todos, para nadie. Transcribir para dejar sentadas todas las palabras que salen disparadas en esa gigante pantalla que es mi mente. Por esto la necesidad de soltar aquí, línea tras línea y mientras copio líneas empiezo a leer y olvidar al mismo tiempo.

James y la manía insana de caminar siempre puesto, con los dedos y el constante ir y venir hacía su nariz. Snif, snif, sniiiiif. En él y su pequeño hijo quien con suerte no llegue a copiar esas manías tan peculiares del progenitor. En su paranoia injustificada, sus días de encierro, las paredes y un triste techo desnudo. huyó un día y ni volvió a llamar. Se alucinaba el nuevo salvador y constantemente repetíamos la siguiente conversación:

* Viste los milagros que han ido pasando? Los viste en youtube?

-Cuáles milagros son esos?

* Hereje de mierda.  –Y muchas otras veces algunas variantes como-  seguramente buscan también asesinarme –e incluso- Eres acaso la reencarnación de Iscariote.

James corriendo, gritando que volvían a conspirar en su contra, pensando que buscaban deshacerse del nuevo mesías. Por eso el ouruboros en su brazo. Corría y corría, James corría y siempre iba tratando con vehemencia sonarse el bulto imaginario atascado en su nariz. Sniiiiiiiiif, niiiiiif.
Y logré pasarme unas líneas, librando así la congestión de palabras que vengo sufriendo, una tras otra.

Diana y la angustia de la búsqueda eterna que le dejó un mal sueño donde guardaba celosamente el recuerdo del aroma perfecto, de ese que aquella madrugada logro robarle una lágrima de felicidad al despertar. Diana y la confusión de sus dieciocho años y el mal docente quien le dijo que había una manera para poder tener el olfato más fino que incluso los perros en una de esas conversaciones que se dan en el patio de un colegio de pago. Diana y sus pequeños apuntes en el cuaderno rosa que sacó a escondidas de una tienda comercial, dibujando delicadamente, copiando una y otra vez las mismas palabras:

Buscar sudar                                                                     Después tan solo aspirar.


Buscar sudar                                                                     Después tan solo aspirar.

Buscar sudar                                                                     Después tan solo aspirar.

Buscar sudar                                                                     Después tan solo aspirar.

Buscar sudar                                                                     Después tan solo aspirar.

Buscar sudar                                                                     Después tan solo aspirar.

Buscar sudar                                                                     Después tan solo aspirar.

Buscar sudar                                                                     Después tan solo aspirar.

Buscar sudar                                                                     Después tan solo aspirar.

Por eso visitaba los huertos, las playas y las montañas. Iba corriendo para poder llegar sudada y aprovechar, empezar por aspirar profundamente. Hasta que un día un tipo la comenzó a seguir, ella huyó triste pues sentía la seguridad que aquel día podría encontrar ese aroma por el cual se desvivía. Así fue que invitó a un primo lejano suyo, es decir un primo "político". resumiendo falso, para que la acompañase en sus caminatas hasta lograrlo encontrarlo. Buscaron maneras de sudar, encontraron más de una y esto facilito enormemente la tarea. Aunque aún no habían logrado encontrar dicho aroma, ya habían sudado tanto que sus padres comenzaron a preocuparse y decidieron llamarme:

-  Por favor, habla con ella. Sé que puedes ayudarla. -y sus ojitos grandes morían en medio de la súplica.

Accedí como de costumbre, toque tres veces la puerta que a duras penas llegaba a rosa, pero Diana no mostraba señales de vida. Toque aún vez más, preparado para irme, cuando salió a regañadientes. Al verla tan flaca y buscando respirar hondamente, como quien trata de capturar la infinidad de aromas que habitaban con nosotros en aquel momento. Diana y el nerviosismo que infundía sobre los demás. Diana y la pregunta que brotó de mis labios, lacerando todas las cicatrices escondidas en su pecho.

"No te has puesto a pensar que quizá el aroma ese anda enredado en algún vientecillo mientras te dedicas a sudar?"

Y esa fue la última vez que la vi, porque también corrió, enojada. Deteniéndose para estirar su brazo e intentó peinarme como era su costumbre. Desistió, corrió unos metros y acabó lléndose a pasos largos y arrastrados, sacando el celular de la cartera, buscando el número del primo para volver en su titánica búsqueda. Sudando, sudando, buscando, dudando. En una habitación con ventanas rotas y ventiladores por todos lados… Diana y su peculiar nariz.

Pizarra en blanco, otra vez un breve instante de albura. Me duelen los dedos, ha de ser la edad y este constante transcribir con la pizarra blanca que pronto deja de estarlo.

Joseline, Joseline…
Escaleras, lluvia, un perro. Joseline y las tardes tomando helado, perdón, una leche asada mientras su suave voz:
           
 < Imaginemos como es la vida de cada ser en este local. -mientras con la mirada 

Joseline y el deseo por comenzar el juego y elergirse a ella misma para disparar palabras que hilvanaban historias. Viviendo en todas las casas y caminando en todas las calles, jugando en todas las playas y en todas las maquinitas. Historias en las que faltaba al colegio para ir a correr compitiendo con el río. Amaba el helado, pero hablaba tanto que las bolas de helados se descongelaban y se volvían un charco marrón.

Joseline dijo una vez que tenía un libro que compró en uno de sus viajes, un libro que al ver supo que me causaría felicidad absoluta. llegó a casa con el libro bajo sus brazos, también termino desapareciendo entre los días y las cortinas de una casa de cinco pisos, molesta por no acércame a su boca cuando la noche se reflejaba en sus labios y yo miraba y preguntaba:

"¿Cómo es posible que pueda brillarle a una los labios" 

Joseline y el bofetón que me dió cuando empezó a llover, se mojaba el traje y quizá podrían despertar su madre y le recordaría que por encima estaba el amor filial. Joseline y la despedida triste en el hospital esperando el alta del hermano que poseía una enfermedad desconocida. Joseline y las ideas que su madre le metió después de visitar todos los hospitales:

-Hija, es probable que a tu hermano le hayan hecho maldad

A lo que ella respondía a regañadientes que lo que decía estaba demasiado jalado de los pelos puesto que vivían en pleno siglo XXII. Pero todo cambio cuando su madre dijo una tarde de frío julio:

-El brujo me dijo que el daño era para tu padre pero que se hizo la limpia y todo el daño le cayó a Jhonatan.

Joseline, quien no había conocido nunca a su padre, se vió envuelta de tantos sentimientos que fueron desvaneciendóse de todas las calles a las cuales la acompañé en cada una de sus posibles vidas de cada tarde mientras nos sentamos a comer primero un helado, para volverse una leche asada. Joseline y la tristeza que dejó en mis oídos cuando entonaba tan suavemente, que incluso lograba enternecer el más gélido corazón, y busco una leche asada mientras su vocecita va contruyendo lentamente aquella canción

    < Aiso tsuki taiyou na oto de sabireta furui mado wa koware ta…

Afuera la ciudad lleva en el pecho algunas horas y uno que otro minuto. Todo afuera, siguiendo la línea que intersecta con las demás líneas. Afuera todos detrás de la línea, sobre la línea, esperando desaparecer la línea.
Todo lo que vuelve a ser vacío se va cubriendo de otros nombres que no necesariamente son falsos, nombres que también guardan algo de verdad. Más líneas que cubren la calma y me vuelcan otra vez.

Korina, el transitar de siempre. Korina y las preguntas sueltas que miles de veces quedan en el aire, esperando quién sabe que  como respuesta. Korina y su voz quebrada para no responderse a sí misma, para no escucharse. Korina y una pequeña plazuela, el reloj Avon marcando las 14:45. Cuerpo cansado, vientre árido, tostado por un sol que aún no se apaga, desgastado por las tormentas de arena, en la que muchos poetas dicen encontrar la belleza absoluta de la vida. Korina y el amor que perdió en el mar, siempre en el mar. Ella y sus pequeños desastres que la apartaban brevemente del sucedáneo. Su fascinación por fotografiar sombras y asirlas al tiempo. Su delgado cuerpo de cabellera lisa, los años escondidos en alguna gaveta, en algún colegio, una pequeña aula de clases. Con el reloj marcándole 14:46 y aún ella, sonriente. Con su carterita y su voz algo ronca, arremetiendo en contra los gobernantes del país:

~  Ya van cinco ex mandatarios en prisión -tapando su boca para ocultar su pequeña sonrisa-  parecen todos tristes tigres que perdieron el trigal.

Korina y las noticias a medio día. Su viva voz sacudiéndose estrepitosamente, mientras el conductor hace comentarios sarcásticos sobre los hermano Kukkinoyi olvidando como siempre al pueblo, desde su voz emergente, con sus muslos sosteniendo los verbos para correrse en ellos. Korina y las arrugas que aparecen en sus recuerdos, su necesidad de ser sentirse de otro, por eso volvía tantas veces, por hallar en el niño la mirada egoísta. Pero de pronto Korina y el enorme problema, que acabo siendo la respuesta a todos sus años en vela. Korina y el adiós que dejo atorado en una conversación, sus pasos sobre las arenas, el cuerpo y los años y la arena y el tiempo. Korina y el miedo por escucharse, por responderse.


Transcribir, solo queda transcribir. De todo, de todos. Para saberse liviano, para no cargar a todos lados tantas palabras sobre la pizarra blanca. Seguir línea a línea, palabra a palabra. Se me hizo tarde, otra vez, y los años también ensanchan los huesos, hace frío, olvido que se acumula de palabras. 

Transcribo, para evitar el colapso, el tráfico que hasta ahora he intentado evadir. Estoy cansado, como tantos otros que no lo dicen, que no les importaolvidaré, transcribo, transcribo, vivo, porque aprendimos desde niños a ir detrás de la línea, blanca, tan blanca.



-MELVIN JARA-